Tragedia, llanto y luto en Tafí Viejo en 1955

Tragedia, llanto y luto en Tafí Viejo en 1955

Por Carlos R. Paz | Archivo LA GACETA

 LA  GACETA/ARCHIVO LA GACETA/ARCHIVO
02 Mayo 2015
Durante los últimos días de agosto de 1955 circuló la versión de la renuncia del presidente Juan Perón, y el miércoles 31 la CGT local decidió una movilización de apoyo al líder en plaza Independencia. Los trabajadores de los talleres de Tafí Viejo decidieron unirse a la convocatoria: paralizaron sus tareas y lograron el permiso para unir el “tren obrero” con el tren local. Se armó un convoy compuesto de dos máquinas y 25 coches. Los taficeños comenzaron a tomar ubicación. Los más osados y decididos -con un desborde de entusiasmo que les resultaría fatal- resolvieron viajar en los exteriores. Se treparon en el miriñaque de las locomotoras, en sus barandas y en las plataformas de las máquinas. Aunque había asientos vacíos, muchos subieron a los techos portando estandartes, cuadros y retratos de Perón y de Eva Perón.

Uno de los maquinistas había advertido el riesgo de viajar de ese modo, pero la muchedumbre lo obligó a emprender la marcha. El tren salió a las 11.10 desde Tafí Viejo y debía llegar a la estación San Cristóbal de El Bajo a las 11.42. El entusiasmo del pasaje era extraordinario; se mezclaba con las prolongadas pitadas de las locomotoras y recogía a su paso el júbilo de los vecinos.

Luego de una breve parada en Muñecas, la multitud que envolvía el convoy se acercó a su terrible destino. En la esquina de Rivadavia e Italia, ya en la capital, los cables del trólebus que cruzaban las vías apenas unos 70 cm por encima de los vagones, se convirtieron de golpe en una amenaza. Cada uno tenía 11 mm de espesor y transmitían corriente continua de 540 voltios.

A poco de pasar las locomotoras cubiertas por racimos humanos, con terror los vecinos vieron salir despedidos unos cuerpos del techo de los vagones hacia ambos lados del tren, materialmente barridos por los cables hasta que éstos quedaron bajo la visera de uno de los vagones y se cortaron con estrepitoso chasquido. Sobrevino entonces la angustia por el peligro de los cables cortados, pero la corriente ya se había interrumpido. Murieron ocho jóvenes y hubo cientos de heridos que fueron atendidos en el Policlínico Ferroviario, en el hospital Padilla y en el hospital de Niños. Todo ocurrió en pocos segundos y el tren se detuvo una cuadra adelante. Los gritos de dolor y el espanto cubrieron el vecindario en dantesco escenario. La tragedia se había consumado y casi de inmediato la noticia llegó a la plaza. La solidaridad fue conmovedora; nadie escatimó esfuerzos para menguar la fatalidad.

Pocas veces se vio tal multitud en un sepelio. Muchachos que habían partido felices, dispuestos a defender al gobierno y a su líder, encontraron la muerte. En la estación de Tafí Viejo, una placa con sus nombres los resguarda del olvido. Dos semanas más tarde, una revolución dejaría sin democracia al país: ironía mayor, imposible.

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