Las veredas en mal estadocomo deficiencia crónica

Las veredas en mal estadocomo deficiencia crónica

Es esta una época en que la lluvia suele desencadenarse, de forma tan súbita como abundante, a cada rato sobre nuestra ciudad. Y es entonces cuando quien transita a pie por la vía pública, tiene una impresión práctica de lo que significan las veredas con baldosas flojas. Pisa una de ellas y un chorro de agua fangosa hace impacto en sus piernas hasta la rodilla.

Pero no son sólo las piezas flojas. Sucede que en muchos casos directamente las baldosas faltan, a veces en una extensión de varios metros. La causa puede ser que se salieron y no se las reemplazó; o, más frecuentemente, que nunca estuvieron, porque el propietario frentista resolvió dejar el espacio así, o cubrirlo con un tenue alisado de cemento, que rápidamente quedó cavado en varias partes. Si se trata de un edificio deshabitado, de un predio baldío o de una obra en construcción, el dueño se siente curiosamente eximido de toda obligación respecto de su vereda. Esta queda reducida a un tramo de tierra, que se convierte en barrial cada vez que llueve.

No se requiere demasiada imaginación para darse cuenta de que un tramo barroso, además de ensuciar y mojar el calzado y la ropa, encierra el riesgo de patinadas y de caídas al transeúnte. Hay que recordar que las caídas pueden producirse no sólo por el embaldosado faltante, sino también por las cavidades que exhibe la acera. Es que en muchos casos faltan las tapas metálicas correspondientes; o está abierto ese agujero que se practicó para algún arreglo; o existe alguna saliente donde es posible el tropezón. Debe tenerse en cuenta que una caída en la calle es algo que puede tener serias derivaciones. Si para una persona joven puede no resultar, por lo general, algo importante –aunque bien puede depararle una fractura- para un adulto mayor puede significar no sólo daños inmediatos, sino también complicaciones posteriores que pongan en serio riesgo su vida. Sobran los ejemplos, en la experiencia de los médicos y los hospitales, ante enfermedades mortales cuyo origen está en alguna caída callejera.

Y existe un problema más. Entre las ordenanzas municipales constan las que regulan el material con que debe embaldosarse la vereda, de manera de otorgar al peatón el paso seguro y firme, y también de facilitar que se escurra rápidamente el agua de la lluvia. Pero en nuestra ciudad, sucede que cada vecino tapiza su acera con el material que se le antoja. Y así aparecen superficies francamente resbaladizas, que ponen al transeúnte en riesgo de patinar y de caerse. Por supuesto, las veredas en mal estado constituyen un tema tradicional, a la hora de inventariar las deficiencias de la ciudad que habitamos. Ese carácter recurrente es un claro indicio del arraigo que la deficiencia tiene, y del fracaso de las sucesivas administraciones municipales para solucionarlos definitivamente. A comienzos de la década de 1960, un interventor intentó un recaudo que no sería desacertado volver a ensayar. Consistía en que, si el frentista no arreglaba su vereda a pesar de la intimación, la comuna procedía a ejecutar el arreglo y se lo cobraba al reticente por vía de apremio.

Que la superficie donde pisa el peatón esté libre de irregularidades riesgosas, es exigencia elemental de toda ciudad moderna, y por cierto rige en una con la importancia de la nuestra.

La Municipalidad debe tomar medidas para corregir de raíz la situación actual en ese orden.

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