Crear una conciencia sobrela higiene de esta capital

Crear una conciencia sobrela higiene de esta capital

En el reciente reportaje a los aspirantes a conducir próximamente la Municipalidad de la capital, se notó una coincidencia general en torno a cierto punto. Es el que se refiere a la necesidad de generar, en los habitantes de San Miguel de Tucumán, una conducta distinta en lo que se refiere a la limpieza de la ciudad que habitan.

Nadie podría estar en desacuerdo con ese propósito. Y en honor a la verdad, debemos agregar que tal ha sido la postura invariablemente sostenida por esta columna, desde tiempo inmemorial. Cada vez que hemos sugerido alguna medida comunal referente a ese rubro, hemos cerrado nuestro editorial recordando que ninguna providencia, por acertada que sea, adquirirá pleno efecto si no es acompañada por una franca conducta privada del vecindario en la misma dirección.

En la geografía argentina es sabido que existen ciudades que son tradicionalmente limpias, como también otras que son tradicionalmente desaseadas. En ambos casos, por cierto, el cuadro se debe a la conducta de sus habitantes, en uno u otro sentido. Es una pena que nosotros hayamos resuelto, desde hace muchos años, alinearnos sin rubor en el segundo grupo.

Pensamos que este deplorable alineamiento, a veces es plenamente consciente. Ocurre cuando el vecino sabe perfectamente que tal o cual conducta suya coopera al deshacer de la ciudad y, a pesar de eso, obra de esa manera. Sin duda, sociólogos y psicólogos sabrán explicar en profundidad los móviles de aquellas actitudes. Pero, para el Estado y para el resto del vecindario, existe allí una negativa frontal a vivir rodeado de limpieza y de orden. Tal es el caso, digamos, consciente. En el segundo caso, las actitudes de referencia se practican de modo inconsciente, sin detenerse a pensar en el daño que implican. Es decir, ese vecino procede de un modo casi automático, sin deliberación interna previa. Obra de ese modo porque siempre ha obrado así, y porque ve actuar de idéntica manera a las personas de su entorno familiar o amistoso. En última instancia, no considera que el asunto tenga demasiada importancia.

Delineados así –con la obvia superficialidad de un comentario periodístico- los dos grandes tipos psicológicos del desaseo y de la suciedad urbanos, no parece muy difícil indicar los caminos a seguir en cada caso. El infractor consciente, ese vecino enconado respecto de la ciudad y dispuesto deliberadamente a ensuciarla, representa un elemento antisocial. Sin duda, solamente las fuertes sanciones legales tendrán poder, si no para modificar su mente, por lo menos para evitar que persista sin obstáculos en su dañosa tarea.

Pero el otro infractor –que creemos que forma, felizmente, la mayoría- puede cambiar de actitud mediante una profunda tarea de concientización. Una tarea que lo convenza, realmente, de que ciertas conductas que practica a diario perjudican la limpieza de su ciudad, y que por tanto debe sustituirlas por otras que sean diametralmente distintas.

A ellos es que deben dirigirse las campañas que los candidatos anuncian como una de sus tantas propuestas. Es algo que debe iniciarse con intensidad desde las escuelas, ámbito donde se forma al futuro ciudadano. Por su lado, la Municipalidad deberá retribuir esa tesitura, con la realización de trabajos que muestren un propósito oficial con idéntico sentido.

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