Una excursión que promete felicidad

Una excursión que promete felicidad

La cabalgata a Las Mesadas proporciona grandes satisfacciones en poco tiempo. Entre El Ñuñorco y El Pabellón.

02 Enero 2015
Por delante hay una excursión que promete felicidad. Ya de entrada, la perspectiva de ascender hasta esa “llanura” verde de las montañas denominada Las Mesadas transforma el concepto del día. Porque allá espera otro mundo aún libre de las mañas y vicios de “la civilización”. Y está muy cerca: ascenso y descenso con asado incluido en el destino caben en una cabalgata de apenas seis horas.

Aunque a Las Mesadas se llega perfectamente a pie, la posibilidad de montar agrega emoción al proyecto. Sucede que el caballo es todo un símbolo de los valles y que sólo se entiende por qué arriba de una montura. Esa es la experiencia que ofrecen en “El Puesto”, el establecimiento turístico que dirige el tafinisto por elección Jerónimo Critto. “Para disfrutar de un paseo a caballo no hace falta saber andar, sino tener disposición para entender al animal”, explica el organizador. En estas lides, el miedo es el principal enemigo. Pero la raza criolla garantiza mansedumbre, resistencia y cierta frialdad para marchar sin sustos al filo del precipicio.

Serpentear para trepar

Entonces, “Picasso” y su tropilla, a paso lento pero decidido, se dirigen hacia La Calera, punto de acceso a la cuesta que desemboca en Las Mesadas. En el camino por la calle principal de la zona La Costa I, la atracción llama desde la mano derecha: la mancha de agua de La Angostura sobre el fondo de El Nuñorco. Pronto quedará claro que el paseo transcurre en el espacio (real o imaginario) existente entre esa cumbre y la de El Pabellón. Los besos arrojados a “Picasso” para que camine y se haga amigo saludan ese conjunto esplendoroso. Cada paso del caballo empequeñece a Tafí del Valle y El Mollar, y agiganta a las montañas del contorno.

Montado sobre “Compinche”, David Ayala, guía y asador nacido en La Ciénaga, da las indicaciones justas y necesarias. La manera más eficiente de trepar los 450 metros que separan al lugar de salida de la meta final es, por supuesto, el zigzag. En un sendero que se angosta según las circunstancias, el grupo avanza. De vez en cuando, una flor silvestre de un fucsia fosforescente quiebra la monotonía del pastizal altoandino y de neblina. Una vaca come desentendida. Una cabra se detiene a curiosear. Un caballo salvaje parece burlarse de “Picasso” y sus cinco esforzados colegas. Al cabo de una hora de cabalgata ya no se ve gente y la desconexión es total.

Bajar cuesta

En el grupo hay tres jóvenes alemanes con inquietudes latinoamericanas que cada tanto comentan lo que ven en la lengua de Goethe. Son macanudos: uno de ellos, Tuna Kaptan, estudia Cine en Buenos Aires, y, cuando su potro “Rosendo” se lo permite, pasa el sistema operativo a un español limpio y sugiere chequear la obra del cineasta Fatih Akın. La montaña ofrece situaciones inesperadas.

Y cuando el cuerpo se ha acostumbrado al vaivén de las cuatro patas y la vista se encuentra a gusto con los bloques de nubes poderosas que circulan en las alturas, el camino se abre y aparecen Las Mesadas, con su verde de Wimbledon y sus resabios de corrales indígenas. El sol potencia la extensión de una planicie sin árboles que recibe gustosa a la hacienda nómade. Las vistas exponen 360º de naturaleza conmovedora sólo perturbados por la presencia -inocultable- de las torres de alta tensión colocadas a finales del milenio pasado.

Las Mesadas son la estación anterior a La Ciénaga, paraje donde cada verano se celebra la Fiesta del Yerbiao (este año tendrá lugar el 31 de enero). En el camino está el puesto de Luis Guanco, que se distingue por las piezas de adobe, los paneles fotovoltaicos y una chimenea humeante. El comedor al aire libre aprovecha la sombrita del sauce mimbre; después de refrescar manos y frentes con agua de vertiente, Ayala convida pan y queso, vino de Colalao del Valle, asado, ensalada y alfajores de dulce de leche. Se impone la siesta breve en el pasto antes de acometer la bajada. En la despedida, Guanco suelta: “ya está por macanear el viento”.

Dicho y hecho: tres veces vuela el sombrero y tres veces Ayala, servicial, pega un brinco y lo levanta. Todo esto acontece mientras los caballos hacen equilibrio sobre la pendiente. Despacito, cada pata busca un hueco entre las piedras mientras jinetes y amazonas dan pelea a la inercia. Paisajes de postal son testigos de estas peripecias. La vuelta resulta más difícil que la ida porque bajar no siempre es más fácil que subir, sobre todo cuando de a poco termina una excursión que prometía felicidad y cumplió.

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