El talento no se controla

El talento no se controla

La Selección neutralizó bien a la poderosa Alemania, pero una genialidad abrió el partido antes de los penales

SALIÓ EN EL ENTRETIEMPO. Lavezzi corrió muchísimo en la primera mitad, y fue reemplazado luego por el “Kun” Agüero. SALIÓ EN EL ENTRETIEMPO. Lavezzi corrió muchísimo en la primera mitad, y fue reemplazado luego por el “Kun” Agüero.
Dicen que Río de Janeiro y Buenos Aires nacieron con un destino común, pero los avatares de la historia las obligaron a tomar rumbos diferentes. En algún momento Río se tiñó de felicidad y a las calles porteñas las abrazó la melancolía. Será por eso que aquí bailan samba y a nosotros nos sale el tango. La final de la Copa del Mundo fue un recorrido netamente tanguero.

El primer tiempo fue “La cumparsita”, al compás de los firuletes de Ezequiel Lavezzi. El segundo se transformó en “Sur”, con un paredón edificado para contener a los alemanes y el equipo recostado en la vidriera, al acecho. Y el suplementario nos entregó “Volver”, pero con un cambio sustancial en la letra: las frentes no están marchitas. Sí apenadas, frustradas, pero limpias y orgullosas.

Hizo lo debido

Jugar la final de un Mundial es la máxima aspiración de un futbolista. Perderla es sinónimo de pesadilla, porque son raras las revanchas en una instancia semejante.

La Selección supo cómo pararse en la cancha para conquistar la Copa. Hizo lo debido con mucha inteligencia y la máxima aplicación. La variable que no puede controlarse es la del talento. Es posible tomar todas las precauciones imaginables, pero cuando un jugador para la pelota con el pecho a la carrera, gira y sin dejarla picar la clava por el resquicio fatídico se quema la papelería. No se podía calcular que Götze haría eso. Un crack absoluto, porque el golazo definió un Mundial.

En cambio, a Gonzalo Higuaín le obsequiaron un penal con la pelota en movimiento y pateó afuera. Para el especialista debió haber sido un trámite tan simple como pasar por caja. Messi también contó con un cheque al portador e intentó cobrarlo bien. La pelota se fue por nada, con Manuel Neuer vencido. Y Rodrigo Palacio también lo tuvo, con la Brazuca mansa, pero terminó rematando con la canilla y desviado. Demasiado handicap para la final de un Mundial, y más tratándose de Alemania, una máquina de ganar y de ganarnos: ya son cuatro las Copas en las que nos devuelven a la casita de los viejos con la valija vacía.

Ni rastros de la exhibición

De la exhibición que Alemania brindó en Belo Horizonte no quedaron ni rastros.

Brasil hizo el papelón del siglo dejando suelto al trío Müller-Ozil-Kroos, y le pintaron la cara de todos los colores. Alejandro Sabella encajó a ese trío en una caja fuerte, lo separó de Klose y lo obligó a chocar con la ordenada doble línea de volantes y defensores. Los germanos intentaron tocar en velocidad, verticales, creando espacios, pero la Selección estaba muy atenta y compacta.

Los mayores inconvenientes se produjeron sobre la izquierda, pero los cruces a la espalda de Rojo los resolvieron. Bien Sergio Romero, bien los centrales en el juego aéreo, bien la dupla Javier Mascherano-Lucas Biglia.

Después el DT argentino ubicó a Enzo Pérez cerca del doble cinco y cambió a Lavezzi por Sergio “Kun” Agüero (que demostró la humanidad de Schweinsteiger al hacerlo sangrar). Salió “Pipita” Higuaín, extenuado, y entró Palacio. El propio Pérez, puro sacrificio, le dejó la posición a Fernando Gago. La modificación fue de nombres, no de ideas ni de sistema. Un esfuerzo colectivo encomiable, al que la genialidad de Götze desbarató cuando para los penales faltaban escasos minutos.

¿Y Messi?

Y a todo esto, ¿qué era de la vida de Lionel Messi? Flotaba cerca de la mitad de la cancha, a la pesca de alguna pelota suelta para hilvanar la contra. Casi nunca recibió cómodo, con espacio, como a él le gusta. Los alemanes lo mantuvieron permanentemente en el radar, y apenas le llegaba la pelota la marca estaba encima.

Los camiones alemanes lo atropellaron sin cesar en senderos estrechos, jamás le permitían treparse a la autopista para manejar en quinta. Messi no se entregó a ese acoso tan físico y agotador. La final en Río de Janeiro no le ofreció una grieta para meter el corte, la quebrada y el fraseo gardeliano. Es demasiada la presión que eso implica cada vez que entra a la cancha.

Lo eligieron el mejor futbolista del Mundial de Brasil y, por supuesto, no estaba satisfecho. Recibió el Balón de Oro, saludó a las autoridades presentes en el palco y estrechó la mano al gigante arquero alemán. Después, puso la mirada contra el piso.

Este es Messi y punto.

Cuatro decisivos

Argentina recibió apenas un gol en los cuatro partidos decisivos de la Copa del Mundo, el de Götze, y no anotó ni en la semifinal ni en la final de ayer.

Tan macizo atrás como amarrete adelante. Esa lectura explica el resultado de ayer en el Maracaná y deja en claro que el déficit ofensivo del equipo fue notorio. A Suiza (octavos de final) y a Bélgica (cuartos) se los venció por idéntico y ajustado 1 a 0. Muy poco para aspirar a más, sobre todo cuando Alemania contó con el ataque más efectivo del torneo.

Es tan cierto que la definición por penales del Mundial estaba a la vuelta de la esquina como que a la hora de buscar explicaciones queda registrada la falta de gol de este equipo argentino.

Menos a más

De menor a mayor. Así fue el itinerario de la Selección en Brasil, un Mundial atractivo que levantó el listón tras el opaco Sudáfrica de hace cuatro años.

Por allí, entre buenas formaciones, se coló esta Argentina tan solidaria y emocional. Era el equipo de los cuatro fantásticos de arriba (Messi, Higuaín, Agüero y Ángel Di María) y al final fue el de Mascherano.

Quedó cerca, muy cerca, cantando aquello de “y aunque el olvido que todo destruye/ haya matado mi vieja ilusión/ guardo escondida una esperanza humilde/ que es toda la fortuna de mi corazón”. Bienvenidos a casa.

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