Y el ganador es... el que no habla

Y el ganador es... el que no habla

El ganador del premio Nobel de Literatura se rebautizó a sí mismo -cuando era todavía un niño- con la expresión "No hables". Con ello, no sólo estaba re-signándose, sino que además estaba profetizando acerca de lo que serían su vida y su obra. En los más diversos modos y momentos.

  REUTERS/CHINA DAILY REUTERS/CHINA DAILY
14 Octubre 2012

Me atendré a sus indicaciones: no apresurarse, escribir con calma, igual que una rana cuando espera tranquilamente a los insectos sobre la flor de loto. Una vez decidido, me pondré en marcha al instante, igual que una rana cuando salta a capturar insectos.

(Fragmento de Rana, de Mo Yan)

El hecho, en sí mismo, es sobrecogedor. Pero desde el jueves, cuando el planeta conoció que había ganado el premio Nobel de Literatura (y cuando buena parte del mundo se enteró, de paso, que él existía) la "cuestión" de la dualidad de sus nombres se instaló en los medios, en la casi totalidad de los casos, con el equivocado tono de la anécdota. El mayor galardón de las letras fue, este año, para el versátil novelista chino Mo Yan, que no se llama así. Su nombre es Guan Moye y lo de Mo Yan no es un pseudónimo sino el nombre que él decidió darse a sí mismo. No es un "apodo": Mo Yan es el Guan Moye que el propio Guan Moye ve... pero no escucha. Porque Mo Yan significa "No hables". Mo Yan es el Guan Moye que no habla porque le dijeron que guardara silencio durante dos décadas.

Y es mucho más que eso. Pero la anécdota ha tomado el camino del mito. Y, como enseñó Roland Barthes, el peaje a pagar en esa ruta es el del vaciamiento y sustitución del significante. Así que la cosa se ha reducido, más o menos, a que el padre de Guan Moye le pidió cuando niño que enmudeciera para evitar en la China comunista que cualquier dicho del menor de sus cuatro hijos pudiera desatar una persecución política que perjudicara a la familia, campesina pero acomodada. Entonces, le dieron el Nobel al escritor amordazado, que para alimentar la leyenda, dijo muchas veces, en muchas entrevistas, que la fuerza de su prosa se encuentra en ese silencio de 20 años y, por supuesto, en todo lo que le quedó por decir desde entonces.

Pero el asunto es varias veces más serio que eso. Porque Guan Moye, cuando decidió darse otro nombre, otro signo, re-signarse, re-significarse, también estaba profetizando sobre lo que sería. Y sobre lo que iba a hacer. En los más diversos modos y momentos.

El que no habla, por caso, cuando escribe sobre China no habla de la China del imaginario occidental vigente. Con perdón de los lectores versados sobre el gigante asiático, y asumiendo el riesgo de generalizar, lo cierto es que se lee "China" en la Argentina y muchos piensan en sus 1.344 millones de habitantes, o en las tasas de crecimiento del PBI por arriba del 8% en un país comunista, o en esa potencia económica, militar e industrial a cuyos cocineros, por suerte, les gusta el sabor de la soja que se produce en este país. Se escucha "China" en América y, para muchos más, las imágenes recurrentes refieren a postales de pagodas, de geishas o de la Gran Muralla, o al anciano Mao flameando sobre una bandera roja. También, es cierto, están los que saben que ni Google escapa a la censura de los gobernantes chinos. Y los no tan jóvenes, se acuerdan de plaza Tiananmen y de la foto del estudiante que detiene un tanque con un puño.

Pero prácticamente nadie, en este lado del mundo, evoca a China como él. Cuando Mo Yan refiere a su tierra, a los de estas latitudes les da la impresión de que está escribiendo sobre el África subsahariana. China es, en la mirada del flamante Nobel, el recuerdo de una infancia poblada de vecinitos hambreados y con sus vientres como globos. Una niñez con paísaje de árboles blancos, porque la gente les ha comido hasta la corteza. Eran los tiempos del Gran Salto Adelante, el plan de industrialización de las zonas rurales de China que entre las décadas del 50 y el 60 derivó en una hambruna que, según los autores que se consulte, mató entre 20 millones y 30 millones de personas.

Y es que, como enseña uno de los personajes de su última novela, la idea de la literatura también es la de una médica que fuma, con la ropa desordenada por la prisa y el rostro desencajado por la angustia.

La lengua y el ejército
Es que Mo Yan significa "No hables" en mandarín. No en wú, cantonés, min, xiang, kèjia-, jin o gàn sino en el dialecto que, tras la revolución maoísta, se convertiría en el idioma oficial de la naciente República Popular China. Y, ya se sabe, toda lengua es un dialecto que tiene un ejército por detrás. A Guan Moye, justamente, su padre le ordenó que aparentara ser mudo cuando los tiempos de la Revolución Cultural, que para él equivale al momento en que lo obligaron a dejar la educación primaria para vincularse con el ganado y no con las personas.

Así que la mayoría de edad lo encontró en la doble condición de campesino y de obrero de fábrica, cuando él había decidido que ser militar era lo único que le permitía avizorar un futuro sin privaciones. Ingresar en la vida castrense le costó una certeza fundacional: como ya tenía 18 años, estaba excedido de la edad límite, así que sus padres le adulteraron la partida de nacimiento, y donde decía 1955 anotaron 1956. Porque la literatura, escribió Mo Yan en Rana, también puede ser la imagen de una doctora con los pantalones arremangados, que se abre camino entre miles de batracios, munida de un paraguas y de un bolso con medicamentos.

La historia y la mordaza
Después moríría Mao Tsé-Tung (1976), lo sucedería Deng Xiaoping (1979) y los tiempos del "mejor no hablar de ciertas cosas" se relajarían un poco. Con ello, Mo Yan recuperaría la palabra. Lluvia en una noche de primavera, su primera novela, data de 1981. Pero, otra vez, la mordaza sólo se relajaría "un poco" y él lo comprobó en 1996, cuando alumbró la satírica Pechos grandes y caderas amplias.

La historia de una mujer que en los últimos tiempos de la dinastía Qing (depuesta en 1911) da a luz ocho niñas antes de tener al tan buscado varón (todos fuera del matrimonio) fue censurada. Las razones oficiales, según revelaría después el propio autor, eran las formas atrevidas en las que describía el cuerpo humano. Los motivos reales consistían en que la obra que sería retirada de circulación no se ajustaba al canon oficial. A saber: el Kuomitang (el partido nacionalista fundado por el varias veces exiliado Sun Yat-Sen y con el cual se quedaría el anticomunista Chian Kai-Chek) era demoníaco; mientras que el Partido Comunista (con el que Mao terminó ganando la feroz guerra civil) era una bendición.

La guerra y el periodismo
Guan Moye volvía a ser Mo Yan. Pudo, sin embargo, escribir sobre otros momentos de su sufrido país. Uno de los títulos más logrados (posterior al exitoso El rábano transparente) será Sorgo rojo (llevada al cine por el director chino Zhang Yimou), que cuenta la historia de tres generaciones de una familia, a lo largo de 40 años. Esta creación, que lo lanzó a la fama en 1987, remonta su inicio hasta la segunda guerra Chino-Japonesa, cuando los nipones, desde las posesiones que ocupaban en la Manchuria (antes en manos de los alemanes), deciden en 1937 encarar la invasión a gran escala de China.

En 1989 publicó Las baladas del ajo y con posterioridad la censurada Pechos grandes y caderas amplias. Un año después, en 1997, dejaría el Ejército (se había graduado en su Academia de Arte en 1986) para incursionar en el periodismo. Pero siguió escribiendo novelas mientras se desempeñaba como editor de un diario. Lo testimonian La tórtura del sándalo, en 2001; y Rana, en 2009. En esta última manifestó que la idea de la literatura también puede referir a la imagen de una médica montando en bicicleta, a toda prisa, por un vasto y congelado río.

El tono y el desentono
Es que el realismo y la magia, o sea, Wiliam Faulkner y Gabriel García Márquez, influyen de manera notoria, notable y confesa en este hijo de granjeros. Él mismo reconoce que también gravitan en su inspiración Ernest Hemingway, Günter Grass y Yasunari Kawabata, aunque asegura que hace un par de décadas ha encontrado finalmente su estilo y ha comenzado a purgar de extranjerismos su obra.

Para sus críticos, sin embargo, el problema no radica en que no desentone con la literatura occidental, sino en que suene tan a tono con el régimen comunista. En que, desde hace un tiempo, también es el que no habla de la persecución que sufren los escritores disidentes por parte del régimen. En que calla sobre los intelectuales que revisten estatus de presos políticos.

Guan Moye podría responder que La república del vino, de 1992, satirizó de tal modo la corrupción gubernamental y la obsesión de su país por la comida y el alcohol, que llegó a ser calificada como subversiva. Pero por estos días nada dice. Es, ahora y siempre, Mo Yan .

Porque la idea de la literatura, advirtió en Rana por boca de uno de sus personajes, también puede consistir en la imagen de una médica con las mangas manchadas de sangre y un bebé entre las manos, riéndose a carcajadas.

© LA GACETA Alvaro José Aurane - Licenciado en Comunicación Social, prosecretario de Redacción de LA GACETA, profesor de Historia Contemporánea en la Unsta.

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