El hombre ideal para los trabajos sucios

El hombre ideal para los trabajos sucios

En tiempos de las guerras civiles, José Antonio Yolis actuó en Tucumán. Fue militar, falso médico y ocasional diputado. Pero su especialidad eran los sumarios por delitos políticos, en los que pedía siempre la pena de muerte.

JOSE ANTONIO YOLIS. Sólo queda su firma con rúbrica trabajada: no se conoce que exista retrato.  LA GACETA / ARCHIVO JOSE ANTONIO YOLIS. Sólo queda su firma con rúbrica trabajada: no se conoce que exista retrato. LA GACETA / ARCHIVO
Se llamaba Juan Antonio Yolis, y residió en Tucumán en las décadas de 1820 y 1830. "Era un hombre frío y cruel", que servía "para esos fines siniestros, cuya responsabilidad los tiranos desean dejar en la oscuridad", escribió Juan B. Terán. Personaje tan retorcido merecería, por cierto, ser protagonista de una novela.

No se sabe si era tucumano o santiagueño. Al empezar las guerras civiles ya andaba por esta provincia. Primero ejerció el comercio y después entró a la milicia, en tiempos de las luchas entre los Aráoz y los López. Su olfato lo llevó a alinearse con estos últimos. Según Terán, a su cargo estuvo el oscuro episodio de la ejecución del ex gobernador Bernabé Aráoz en Trancas, en 1824: la versión oficial fue que la medida se tomó porque Aráoz quiso seducir a la guardia. Yolis siguió junto a Javier López, como un fiel "salvaje unitario", y estuvo en la derrota de La Ciudadela, de 1831, y la posterior marcha al exilio en Bolivia.

El falso médico
Pocos meses después, se dio vuelta la chaqueta. Repasó la frontera y estuvo de vuelta en Tucumán convertido en adicto a la "Santa Federación". Y se dedicó? ¡a la medicina! En agosto de 1832, el procurador general Pedro Antonio de Zavalía lo denunciaba por ejercicio ilegal, ante el gobernador Alejandro Heredia.

"Se ha metido a médico don Juan Antonio Yolis, atropellando los respetos del gobierno" y "la vida de los hombres", decía el procurador. Deploraba que Yolis "ya que no puede entramparse más por el comercio (lo que desgraciadamente para muchos comerciantes hizo en esta ciudad hace pocos años), tenga ahora cómo pasar la vida (como él ha dicho) matando gente".

Indignado, afirmaba Zavalía que "jamás ha sabido Yolis una jota de medicina": no era sino un "hablantín ignorante". Y solicitaba al gobernador ordenar "que bajo graves penas se abstenga Yolis de curar a nadie, aplicándole la de muerte por la primera víctima que caiga en sus manos". Pero Heredia demostró su benevolencia por Yolis. Se limitó a lanzar un decreto general prohibiendo practicar medicina sin presentar antes el diploma al gobierno, y nada más. Y un mes más tarde designaba al "sargento mayor" Yolis como "ayudante de campo en la Comandancia General de la Provincia".

Incorporado así al círculo de confianza del jefe del gobierno, Yolis lo acompañaba a su estancia de Arcadia y se encargaba de atender los gastos del general durante esas estadías, en los almacenes de Monteros.

Papel y grillos
En 1834, el doctor Ángel López, estrecho pariente del antiguo jefe de Yolis, urde una conspiración para derrocar a Heredia. Están implicados militares retirados importantes, como los coroneles Jerónimo Helguera y José Ignacio Murga. Pero el complot se descubre y todos son arrestados. Por orden de Heredia, Yolis levanta un sumario donde interroga con minucia hasta al más insignificante testigo. Inclusive hay un cuchillo en danza, cuyo perfil "el señor Sargento Mayor Ayudante de Campo y Juez Fiscal" hace asentar en una de las hojas.

La carta de Yolis a Heredia donde le relataba las actuaciones, se cierra con una posdata: "Papel y grillos necesito". Al historiador Terán, esas líneas le quedaron adheridas a la memoria. "Es que señala sintéticamente, como en un drama shakesperiano, las armas de las tiranías: el papel para cohonestar los grillos, los grillos para fundar la sentencia". Acaso Heredia tenía miedo de los excesos de su subalterno. En un decreto de esos días, prevenía al sargento mayor acerca de los presos: debía vigilarlos con celo, pero "sin causarles más mortificación en su prisión que la que exige la seguridad".

Sumarios implacables
Yolis se expide pidiendo pena de muerte para todos, empezando por Ángel López, quien ha logrado fugarse. Pero, por gestión del joven Juan Bautista Alberdi, el gobernador se apiada y conmuta la pena de muerte por la de destierro. Como el desempeño de Yolis ha sido tan competente, Heredia lo recomienda a Salta, para que actúe en la causa que mantiene prisionero al ex gobernador Pablo Latorre. No será necesario que viaje: "unas balas, no del todo anónimas", terminan con la vida de don Pablo la noche del 29 de diciembre de 1834.

Tanto "celo federal" merece recompensa. Heredia hace elegir a dos de sus comandantes de campaña como diputados a la Sala de Representantes: uno es Yolis, por Río Chico, y el otro es Martín Ferreyra, por Monteros. Era Ferreyra igualmente maligno: siete años después traicionará a la Liga del Norte, en los días previos a la derrota de Famaillá.

La banca no impide al sargento mayor actuar como fiscal otra vez, en la nueva invasión (septiembre) donde Ángel López termina capturado. Maneja el sumario con expertas manos. "Después de llenar veinte páginas de proceso en un día", dice Terán, reparte sentencias de muerte, de azotes, de destierro, como quien distribuye caramelos. Claro que, según la tradición, los condenados se salvaron por esa vez pagando cuantiosas sumas al gobierno.

El rastro se esfuma
Después empieza a esfumarse rápidamente el rastro de Yolis. Se sabe que pasa a Salta, donde gobernaba Felipe Heredia, hermano de Alejandro. En una carta a aquél, desde Tolombón, en agosto de 1835, le informaba: "voy a dar principio a ejercer mi facultad, para cuyo efecto tengo permiso de Vuestra Señoría". La frase parece indicar que volvería a practicar la medicina, esta vez autorizado.

¿Qué sería de Yolis en los tiempos que siguieron? No vuelve a aparecer en los documentos disponibles. Pero acaso una investigación profunda lo mostraría reaparecido en algún otro punto del norte, manejando, rápida y eficazmente como siempre, el sumario dirigido al fusilamiento de alguien. Después de todo, lo único que necesitaba era "papel y grillos".

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