Las tres edades del libro

Las tres edades del libro

Se estima que en 2013 los e-books representarán un 6 % del universo de la venta de libros.

02 Mayo 2010
Por Marcelo Gioffré
Para LA GACETA- Tucumán

Los primeros libros aparecieron en Sumer, en las orillas del Eufrates, hace aproximadamente 5.300 años. Ya en el neolítico se había pasado de la pintura al pictograma y se hacían pelotas de arcilla en cuyo interior se ponían fichas con figuras. Más tarde, comenzaron a estamparle los signos exteriormente y, por fin, surgieron las tablillas. Con ellas, nació la historia. Luego, la escritura fue complejizándose, haciéndose más abstracta y adquiriendo una condición fonética, con lo cual se redujo la cantidad de signos representacionales. Pero al mismo tiempo, los libros comenzaron a desaparecer por tres motivos: el desgaste del material -la arcilla-, las inundaciones y las guerras. Hace menos de un siglo, en la ciudad de Uruk, se produjo un descubrimiento arqueológico: se desenterraron tablillas rotas, pulverizadas o quemadas cuya datación se cifra en 3.300 años antes de Cristo. De manera que la historia de la escritura es también la historia de la destrucción de los libros.
Hammurabi construyó una gran biblioteca en su palacio, pero en el 689 a.C. la ciudad de Babilonia fue arrasada por Senaquerib y muchas tablillas fueron robadas o destruidas. El nieto de este conquistador, Asurbanipal, como rey asirio entre 668 y 626, fundó una biblioteca memorable que se derrumbó envuelta en llamas en el saqueo de la ciudad del año 612 a.C., completando luego el trabajo disolvente los anticuarios codiciosos.
Cuando se destruyó la biblioteca de Alejandría, hacia fines del Siglo IV, el sostén mayoritario de los libros era el rollo de papiro. Pero entre los siglos II y III  había nacido un nuevo formato, el códice, que permitía escribir por las dos caras y cuyo material, el pergamino, es más persistente que el papiro. En 1453, al caer Constantinopla, durante tres días los turcos saquearon minuciosamente la ciudad y prendieron fuego a todos los libros que encontraron a su paso.
Por la misma época, entre 1453 y 1455, Gutenberg fabricó una máquina con la cual imprimió 180 copias de la Biblia, de las cuales se conservan sólo partes de 48, la mayoría de las cuales están impresas en papel. Este hito marcó el comienzo de la modernidad. Sin embargo, desde el misterioso incendio de Londres de 1666, donde desaparecieron miles de obras, hasta el saqueo y posterior incendio de la Biblioteca Nacional de Bagdad, entre el 10 y el 13 de abril de 2003, los biblioclastas -a pesar de que los nuevos sostenes van haciendo más resistente el libro- no cejaron en sus empeños deletéreos.  
El último 3 de abril la firma Apple lanzó pomposamente la iPad. Según estimaciones de la consultora Pricewaterhouse, en 2013 los e-books representarán un 6% del universo de la venta de libros. Siempre la primera edición en papel de un libro querido será una joya, pero la iPad será rápidamente enriquecida con audio, video y otros elementos al extremo atractivos, lo que llevará quizás a una edad de oro de la literatura. Las citas serán interactivas, los índices se automatizarán y las posibilidades de efectuar anotaciones sobre el libro serán casi infinitas. Ni hablar del hecho de guardar una biblioteca entera en una pequeña tablilla del tamaño de una agenda. Queda por dilucidar cómo se resignificarán, ante la aparición del fenómeno, los editores, distribuidores y libreros. Al respecto, en el último número de la revista inglesa The Economist hay un artículo emblemáticamente titulado E-publish or perish (que se podría traducir "publicar en formato digital o perecer").  
La pregunta crucial es si el libro electrónico será más o menos frágil ante los embates del tiempo y los bárbaros. En cuanto al material, tengo la impresión de que, si bien los programas se discontinúan, y hay un vertiginoso desgaste de los materiales, es fácil migrar de un sostén a otro, y siempre queda el recurso del copiado manual, pero no hay una absoluta pérdida del texto como sucedía con la arcilla o el papel mojado o quemado. Y en cuanto a los ataques deliberados, la presencia de hackers en lugar de incendiarios parece un peligro concreto. Y la inquietud se nutre en la amenaza sobre esos nuevos alephs que son los centros de almacenamiento de datos. Podría pensarse en que si se anula la posibilidad de correr determinado programa, de un plumazo se podría abolir una memoria histórica inmensa. Como señala el investigador venezolano Fernando Báez, la destrucción de libros está lejos de terminar, pero ciertamente asistimos al alba de otra gran epopeya tecnológica, quizás equivalente a aquellas del neolítico y Gutenberg.
© LA GACETA

Marcelo Gioffré
- Escritor y periodista.
Disertará en la Feria del Libro sobre
el tema de esta nota.

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