Por Facundo Nanni

Para LA GACETA - TUCUMÁN

El 9 de Julio y su evocación de la independencia toca las fibras más sensibles. Pone la piel de gallina, aún en tiempos accidentados. Un espacio físico (la Casa Histórica), y un tiempo que es ritual (cada 9 de julio), han quedado estampados en las emociones. En todo dibujo de las columnas torsas, en cada apelación a Francisca Bazán de Laguna, le devolvemos algo del color perdido a nuestra patria.

Este mundo actual, vertiginoso, es aún compatible con el mantenimiento de rituales que acercan a la sociedad civil con el gobierno, a través de discursos celebratorios. Los símbolos son similares a los que dejaron nuestros abuelos y bisabuelos, no han variado mucho. Las efemérides siguen siendo impulso para la argentinidad, gozando también de buena salud figuras arquetípicas: el gaucho, el mate, las boleadoras o la urbanidad del tango y la inmigración.  

El origen y consolidación de un culto estatal - cívico alrededor del 9 de julio no fueron procesos sin dificultades, entre las cuales no era menor que la fecha alude a sucesos ocurridos muy lejos de Buenos Aires. ¿Cómo podía una provincia periférica alojar un lugar de la memoria? ¿Cómo alentar un peregrinaje hacia una provincia desprovista de la infraestructura o el peso político de Buenos Aires? Aun así, tenemos uno de los Museos más visitados del país.

¿Qué valor tienen estos símbolos?

En una comunidad con fuertes dificultades, los símbolos han sido un elemento aglutinador para sobreponerse a las tensiones partidarias, a las luchas de clases, a las diferencias regionales. Fueron las sucesivas elites dirigentes quienes consolidaron el culto alrededor de la independencia, pero también la sociedad “desde abajo”. Consideramos apropiada la idea del historiador Pérez Vejo que sostiene que cada nación concreta es un cementerio de otras naciones posibles, de otras comunidades imaginarias posibles, que por cada nación finalmente existente hay varias decenas de otras que se perdieron.

Frente a la Casa Histórica se expresan una gran diversidad de actores cívicos. Toda fuerza social encuentra en estas efemérides un buen punto: diferentes partidos políticos, así como divisiones claves de la argentinidad como peronismo/anti-peronismo. Se expresan también, usando al 9 de Julio como marco, una larga lista que incluye movimientos como el feminismo, el ambientalismo, organismos de derechos humanos y denuncias contra el FMI.  

El 9 de Julio ha ingresado en un lugar de condensación de emociones.  Cada nuevo año al llegar dicha fecha, la bandera argentina interactúa con el culto hacia los principales próceres a los que cada vez se le suman más “heroínas”. ¿Pueden guiarnos el camino? Tal vez es pedirles demasiado, pero pueden ser un punto de partida.

En Argentina podemos encontrar plazas públicas con el nombre 9 de Julio. Al noreste, lindando con Uruguay y Brasil, la ciudad de Posadas tiene una plaza central que se denomina así. Más cerca de la frontera con Bolivia, la plaza principal de Salta lleva idéntico nombre, aunque otras provincias como Mendoza y Tucumán han preferido denominarlas Plaza Independencia, aludiendo a lo mismo. La principal arteria del país también se llama 9 de Julio y es considerada la avenida más ancha del mundo.  

Cada loco con su tema

En 194 países reconocidos, los llamados “Días Nacionales” remiten a una fecha principal, frecuentemente (casos americanos, asiáticos y africanos), el día exacto de su descolonización. Esa percepción circular del tiempo, genera la sensación de mayor “cercanía” con sucesos de su liberación, convocando a uniformar la nación. El pueblo se mezcla, aludiendo a un nacimiento por separación de sus antiguas metrópolis. Por el contrario, en aquellos países que no han tenido un origen colonial, es frecuente que refieran a cumpleaños de monarcas, o al 12 de octubre y la hispanidad y raza en el caso de España.

Es que la historia también es una cantera en donde los políticos de distintas tradiciones buscan reivindicar sus actos, y esto ocurre aquí y en los cuatro puntos cardinales. La ciudadanía se molesta, con buenos argumentos, cuando algunos comportamientos de la esfera gubernamental no suelen mostrarse respetuosos de los símbolos. Así ocurrió en los festejos del Bicentenario de 1816, cuando el entonces presidente Mauricio Macri argumentó en torno a la “angustia” de los héroes, en presencia del siempre polémico Juan Carlos, ex monarca español invitado. Del otro lado de la grieta, tampoco gustó a la ciudadanía la expresión del actual mandatario Alberto Fernández acerca de los barcos y la posible diferencia argentina con respecto a los hermanos latinoamericanos. Se cuestionó que dicha frase, tomada de una canción de rock, recreaba de forma ingenua (pero peligrosa) el mito de la “nación blanca” en contraste con la región. La repercusión no fue menor, entendiéndose como afirmaciones que minimizaban la huella indígena, o afrodescendiente, proferidas paradójicamente por un presidente proveniente de un kirchnerismo a menudo cuidadoso en discursos del pasado. El presente es siempre una tajada demasiado fina, un corte al filo de la navaja que requiere de la historia para una mayor profundidad.

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Facundo Nanni - Investigador del Conicet, miembro de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán.