El empleo del fuego, antes o después de la cosecha de la caña de azúcar, resulta totalmente incompatible con el presente y futuro agroindustrial de este cultivo y afecta a toda la comunidad tucumana. “A pesar de la insistencia año tras año de la importancia de eliminar el uso del fuego en los cañaverales y del campo en general, volvemos a repetir comportamientos irracionales y peligrosos que generan grandes pérdidas para los cañeros y para la industria azucarera, y exponen a riesgos significativos a toda la población tucumana”, señalaron Juan Ullivarri y Eduardo Romero, técnicos del subprograma Agronomía de la Caña de Azúcar, de la Estación Experimental Agroindustrial Obispo Colombres (Eeaoc).

Como es ya conocido por todos, esta práctica tiene consecuencias negativas para la comunidad toda, al perjudicar la calidad de vida de las poblaciones cercanas a las zonas productoras y entornos de los ingenios y genera serios riesgos de que fuegos descontrolados afecten cañaverales vecinos, otros cultivos, la visibilidad en caminos y rutas, las líneas de energía eléctrica, entre otros problemas, exponiendo a la población a daños y accidentes.

El productor juega un rol clave para evitar el fuego

Si bien la quema de cañaverales como de cualquier tipo de vegetación se encuentra prohibida por ley desde 2004, parece ser un problema muy difícil de resolver y que siempre deja mal posicionados a los productores cañeros y al Gobierno, por no hacer cumplir la ley.

“La quema de cañaverales es un problema bastante más complejo de lo que se cree; y sin dudas, el poner multas a los dueños de campos quemados y/o impedir el ingreso de caña quemada a los ingenios no es suficiente para solucionar el problema”, señalaron.

Actualmente, esta práctica se fue paulatinamente eliminando y hoy es muy difícil encontrar un productor de caña que justifique el uso del fuego en su cañaveral. Esto se debe a que las cosechadoras modernas, con las que se recolecta prácticamente el 98% de la caña de Tucumán, no requieren el uso del fuego para limpiar la caña. Más aun, funcionan y están concebidas para trabajar con “caña verde”.

“Este alto porcentaje de cosecha en verde no significa que solo se quema el 2% de los cañaverales, sino que muestra a la claras, que el mayor problema de quema en Tucumán es la quema de rastrojos, que sucede después de que se cosechó el cañaveral”, explicaron Ullivarri y Romero.

Tanto en Tucumán como en casi todos los países cañeros, el uso de rastrojo de caña como cobertura sobre el suelo (lo que queda después de la cosecha en verde) mostró ser una herramienta fundamental para contrarrestar los efectos de la sequía (en el caso de Tucumán, el 90% de la caña se cultiva sin riego), disminuir el efecto negativo de malezas anuales y por lo tanto, reducir el uso de herbicidas, como así también proteger al suelo contra la erosión y mejorar la fertilidad del mismo, obtener mejores rendimientos culturales, entre otros efectos benéficos.

Los números de la quema de cañaverales

Por otro lado, la caña quemada en pie comienza a sufrir un deterioro desde el momento en que se prende fuego, el cual se acelera con las altas temperaturas -muy frecuentes en agosto y en septiembre-, y hace que el rendimiento en azúcar de la caña quemada sea muy inferior a la caña cosechada en verde. Además, su empleo elimina la posibilidad de que retorne al suelo una importante cantidad de biomasa vegetal e impide el aprovechamiento energético-económico de los residuos de cosecha, aspecto que tiene cada vez más importancia.