Montañas para recorrer hay muchas en el mundo. Pero hay muy pocas en las que conviven la naturaleza presente con la historia de nuestro pasado. A más de 6.700 metros sobre el nivel del mar (msnm), en el Volcán Llullaillaco (Salta) se resguarda lo más sagrado de la culta incaica. El estratovolcán ofrece un viaje a lo más ancestral: en sus caminos se mezclan la flora y la fauna -que se materializan en paisajes únicos- y conviven algunos vestigios de aquel pueblo extinto. El que viaje hasta allí (claro está, debe ser un experimentado andinista) tiene acceso a una experiencia única.

Y eso es lo que lograron vivenciar siete montañistas tucumanos. El grupo -integrado por Ariel Buczek, José Martín, Martín Alderete, Juan Pablo Barilari, Manuel Garavat, Ricardo Gramajo y Marcos Villa Kenning- salió en travesía el 21 de enero y tardó nueve días en llegar a la cumbre de una de las 13 montañas de más de 6.500 msnm que hay en América. La idea surgió en el seno del Club de Montañistas Tucumán (CMT, en Instagram como @clubdemontanistastuc), y se materializó rápidamente. “Es la montaña más inhóspita de todos los 6.500, lo que la hace un poco complicada -explica a LA GACETA Marcos-; pero llegar al plateau (meseta que precede a la cumbre) y verte ya arriba, con una visión 360, es una de las cosas que más te emocionan. Sobre todo en estas cumbres, que son tan complejas y que uno invierte tantos recursos y tiempo. Llegar ahí es un desahogo enorme; si no llorás es porque sos de hierro”.

El inicio de todo

La propuesta inicial fue de Ariel, y de a poco el grupo se fue armando. “Estas montañas salen así, de deseos que uno tiene, como objetivo... Yo la quería hacer, pero nunca me imaginé que iba a ser ya; tenía otros planes. Pero surgió la idea y me sumé al grupo -cuenta Juan Pablo-; me llamaba mucho la atención su altitud, porque nunca había hecho una montaña tan alta. Hacer esto era un gran paso; quería saber qué se sentía estar a esa altura y en la Cordillera”.

Con toda la preparación, el grupo hizo los 800 kilómetros que separan Tucumán de Tolar Grande (el último pueblo cerca del Volcán). La expedición empezó el 21, el 26 llegaron a la base de la montaña (antes habían subido para aclimatarse el Volcán Tuzgle, de 5.500 msnm) y empezaron el ascenso: tuvieron que pasar tres días desde el campamento base (a los 5.500 msmn) hasta la cumbre.

Experiencia ancestral

En todo el recorrido, se transitan aquellos caminos por los que los incas pasaron. “Ellos fueron los primeros andinistas -dice Marcos-; ver su poderío es increíble. Tenían un tambo (una especie de campamento) gigantesco a 5.500 msnm, con un montón de viviendas... Esta gente entraba por Chile, pasaban meses caminando... En los 6.700 msnm se pueden ver las famosas chozas dobles dónde se preparaban a los niños que se iban a sacrificar; todavía quedan algunas maderas de los techos y una especie de paja que ponían como aislante el piso. Es impresionante ver todo eso”. Días antes, el grupo había estado visitando el museo de Alta Montaña de Salta (dónde se exhiben las momias del Llullaillaco). Ver las chozas, entonces, fue una experiencia bastante emotiva. “Sentir de cierta manera lo que vieron por última vez esos niños incas, observando el mismo paisaje majestuoso, suma una emoción extra que supera al resto de cumbres ‘normales’ que voy ascendiendo”, reflexiona.

La expedición de los montañistas estuvo teñida por las informaciones que uno de ellos brindaba. Martín es arqueólogo y fue el encargado de relatar a sus compañeros la importancia histórica del lugar que estaban recorriendo. Además, Juan Pablo (@jpabarilari) es fotógrafo; eso hizo que las postales sean únicas. Sin duda, un gran grupo para guardar recuerdos de una travesía única. “El nivel de peligro es el mismo que el Aconcagua, y habíamos llevado muchísimo equipo para escalar en hielo. Por suerte nos acompañó el buen clima; no había tanta nieve ni hacía tanto frío como suele suceder. Dejamos parte de las herramientas en el último campamento porque no iban a ser necesarias”.

Logrando el cometido

El día de cumbre empezó a las 5. Según relata Marcos, sólo restaban 800 metros verticales y 2.4 kilómetros de “difícil y apunada caminata”. Tardaron cerca de siete horas porque el filo de la montaña de la ruta arqueológica (la que usaban los incas) fue bastante duro para ellos. Pero, por fin, empezaron a divisar la cumbre. “No sé como explicar la sensación. En el transcurso de la subida, uno va pensando en todo; por un lado, la cabeza te dice ‘volvete, no llegás’ y por el otro también decís ‘dale, metele que si podés’. Es una lucha constante. Cuando lográs llegar a la cumbre, es una explosión de adrenalina y de felicidad; yo pienso en mis viejos, en mi familia, en mis amigos... Sobre todo porque, cuando empecé a hacer trekking, ni me imaginaba que iba a hacer alta montaña”.

Hacer cumbre es un 6.500 es un desafío que cualquier andinista desea lograr. “A medida que sos montañista y vas teniendo experiencia, va cambiando un poco tu objetivo; al principio uno siempre empieza y compra lo romántico de la actividad, que es ver la foto y la emoción de haber llegado, de lograr una cumbre. Eso te sigue emocionando, sí, pero toman más valor el compañerismo y la amistad que se va generando. Porque, para lograr esto, estamos poniendo mucho en riesgo: equipo, tiempo, salud, dinero... Lo más importante es disfrutar toda la montaña, los campamentos y también la cumbre, con esa satisfacción de llegar y que todo haya salido bien”, reflexiona Marcos.

Para empezar

El Club de Montañistas de Tucumán surgió en 2022, como un nuevo espacio para reunir a los deportistas de esta actividad en la provincia. Actualmente realizan talleres de montañismo y otras actividades; el 2 de abril inician su curso básico de Montañismo, para todos aquellos interesados en adentrarse en este universo. Las clases no tienen ningún costo, pero sí se necesita una inscripción previa. Para más información, comunicarse al 3814758338.