En Tucumán hay un lugar privilegiado para las artes. Allí, entre cuatro paredes, conviven la enseñanza y la práctica; se mezclan las manos que cincelan lo nuevo con otras que reparan lo antiguo. En un pequeño edificio de color amarillo, escondido en medio del parque 9 de Julio, se trabaja desde hace décadas para proteger, renovar y mantener todo el arte escultórico que hay en San Miguel de Tucumán.

En la entrada te reciben una figura de San Juan Pablo II todavía sin terminar y algunos bustos (ya restaurados) que esperan ser emplazados nuevamente. Cuando pasás al taller, no sabés para donde mirar: cuelgan del techo algunas randas (una de dos siglos de antigüedad) y en las paredes hay decenas de pinturas y de esculturas. Del techo también se sostiene un gran pesebre que se roba la atención. Para cualquiera de los puntos cardinales hay herramientas y también bustos y figuras de los materiales más variados. En pocos segundos estás -literalmente- inmerso en arte.

Quien te presenta el lugar y te acompaña en el recorrido es Ángel Díaz, escultor y restaurador que custodia el lugar desde hace 20 años (hace casi 40 que se desempeña en estas labores). En los últimos tiempos, ha estado a cargo de la puesta en valor de obras importantes para la ciudad, como toda la avenida de los Próceres, “La Meditación” de el parque o “La Lectura” y “La Escritura”, que hace poco retornaron frente a la ex Legislatura. “Aquí lo que hacemos es unir el arte moderno con el arte clásico; tenemos obras de alumnos que las van dejando aquí, que conviven con obras que hemos recuperado y otras que están listas para volver a sus lugares”, explica a LA GACETA mientras recorremos el espacio.

Protegiendo

Ángel es un apasionado por el arte. Cree que su interés se remonta a su niñez, y que esas vivencias lo acercaron indefectiblemente a su profesión. “Tenía una abuela muy devota de San Roque; ella tenía en casa un altar, con santos, en el que eventualmente algunos sacerdotes iban a dar misa. Ahí había una estatua de un perro Gran Danés; a los cinco empecé a preguntarme ‘¿quién lo habrá hecho?’. Creo que ahí comenzó todo; pero, además, el arte no está sólo en la escultura, sino en la escritura, en la música... Mi abuelo, que era militar, hacía artesanías; y mis tíos tocaban la guitarra. Por algún lado tuve que aprender; empecé buscando y seguí estudiando, hasta hoy”.

Ese mismo amor por el arte es el que plasma en cada una de sus refacciones y en sus clases. Mientras habla con nosotros, hace algunas pausas para ver los avances de los alumnos de su taller de verano (gratuito) de escultura. Y alrededor de ellos, se pueden ver varias obras de gran valor histórico. Hay, por ejemplo, una figura de Diana cazadora (de la mitología griega) en hierro fundido, que pesa 70 kilos. “La recuperamos de un cartonero que la sacó y estaba en posición para llevársela”, advierte. También podés identificar a Hipónemes (estaba frente al Autódromo y allí volverá pronto) o hasta una copia de un busto de una Venus. “A veces recuperamos las originales, las preservamos y realizamos copias perfectas para poner en sus lugares de origen”, explica. Es que el trabajo de Ángel va más allá de la simple recuperación de piezas históricas; sin querer queriendo, se volvió custodio del arte.

El cuidado

El escultor confirma que la situación de este tipo de obras en Tucumán es complicada. Él lo sabe de primera mano, porque le ha tocado rastrear robos y también “rearmar” esculturas (como las de la ex Legislatura) a las que se les había quitado gran parte de sus materiales. “Lo importante es que mientras haya uno que preserve la historia, esto (las obras) nunca van a desaparecer. Yo he mamado esa cultura de todos mis ‘viejos’ maestros. ¿Cómo no voy a cuidar todo esto?”, dice y explica: “por un lado, la sociedad no rompe las obras, sino que atenta contra una institución... con un Estado que inclusive favorece a la destrucción de algunas obras. En Plaza Urquiza, por ejemplo, hay una estatua de Jorge Luis Borges, frente a una escuela que todos los años leía a Borges. Los estudiantes salían de la escuela y se desquitaban con él. Lo que pasa que es que nos olvidamos del entorno -reflexiona-; y por otro lado, es nuestra cultura la cultura de la depredación, de la búsqueda, de la compra y de la venta. Los niños (“La Lectura” y “La Escritura) estaban huecos en la ventana donde se da el eje de la obra”. Esa abertura (normalmente en la parte trasera de la escultura) es el lugar por dónde se saca el exceso de material, para que las figuras queden huecas por dentro. Pero hay otras versiones.

Lo que pasa -cuenta- es que existe un mito sobre que en cada escultura el autor pone una cápsula del tiempo. Y, por supuesto, más de un curioso querrá volverse “millonario” con el tesoro. “A veces, se destruyen por el valor del metal; el brazo de una escultura puede salir unos buenos pesos. Y, en el mercado negro, una obra completa puede valer fortuna”.

Una pasión para todos

Cualquiera puede ser escultor, dice entusiasmado Ángel. “Todos tenemos algo que decir”, resume mientras muestra algunos “lienzos” usados por sus alumnos (soportes listos para ser esculpidos). “Se trata de un taller vivencial; y se trabaja de acuerdo a la experiencia que trae el alumno. Una vez que confrontamos esas vivencias, nos damos cuenta que podemos decir muchas cosas sin palabras. Hay gente que tiene distintas capacidades, lo que hacemos es descubrir lo que cada ser humano tiene para dar, pero primero tengo que estudiar primero al postulante. Y es increíble, porque a veces traen una carga emocional muy grande, una preocupación que no los deja manifestarse en su vida diaria, hasta que lo confrontan en la obra”, comenta.

Eso se nota y se siente en la concentración de cada uno de los participantes, que siguen con sus actividades mientras Ángel nos acompaña en el tour. Y cualquiera que lo desee puede aprender -dice el escultor- porque a partir de marzo volverá el curso anual (y gratuito) de escultura. Y quien quiera puede visitar el taller-museo, todos los días hasta horas del mediodía.