CARLOS DUGUECH

ANALISTA EN POLÍTICA INTERNACIONAL

La edad de uno, Bolsonaro (67) y la de Lula (76) se confabularon en marcar el escenario de dos figuras que el espejo invierte. En todo: concepción política, orígenes, seguidores, sectores de apoyos y simpatías, etc. En Brasil, por lo que puede advertirse en la prensa del país vecino, no tanto prevalecen los apoyos a los candidatos sino las antipatías.

Con esa apreciación que advierten los medios, no triunfa en las elecciones quien es más apoyado en campañas de simpatía/antipatía, sino el que resultó menos cuestionado. Por ello se alzará con más votos. En suma, más que a favor -como a veces es la alternativa en nuestras playas- se vota “en contra”.

Lula, aspira al tercer mandato. En las elecciones de 2018 no pudo competir. Casi 600 días de cárcel son una cuña en su historia política que se aligera con la revocatoria de condena porque en el proceso no se respetaron los derechos de Lula por el juez Sergio Moro. Bolsonaro, que pugna por ser reelegido, hizo en su tiempo una jugada de póker: designó ministro de justicia, en 2019 al mismísimo juez que encarceló a Lula, Sergio Moro. Otra jugada de póker (o de truco) fue la enmienda constitucional que impuso el vulgarmente conocido como “Techo de gasto”. Es en esencia un valladar para las decisiones gubernamentales que aquí bien se conocen como gastos sociales o inversión en políticas sociales para generar un mejor “pasar la vida” de los que militan en el fondo del contexto social. Muchas tranqueras deberá quitar Lula si llegara a la tercera presidencia por el PT (Partido de los trabajadores) y sus aliados de ahora.

Lula se perfilaba en las encuestas preelectorales de hace una semana al punto que muchas de ellas predecían su triunfo sobre el “revolucionario” Bolsonaro por un margen mayor que el obtenido en esta primera vuelta. Cuando el 1º de enero de 2023 asuma el presidente electo de Brasil ya el contexto se estará acomodando a Bolsonaro o a Lula. Si Lula logra la mayoría de votos aunque sea “unito más que Bolsonaro”, Brasil entrará en ebullición. Y la Amazonia agradecida. De satisfacción y alegría de los que siempre dependieron de protecciones estatales. Y de preocupación por los que vienen beneficiándose de una política al estilo Trump. Pero ebullición social y de mercados habrá, sin duda. Y repercutirá en el continente.