¿Llevás barbijo? ¿Cuántas veces hicimos esta pregunta en los 874 días en los que usar ese pedazo de tela que nos tapaba la mitad de la cara fue obligatorio? Siempre estuvo ahí, al lado de las llaves, la billetera y el celular como un imprescindible. ¿Cuántos tiraste? ¿Cuántos regalaste? ¿Cuántos diseños buscaste? Pero, ¿cuántas veces le agradeciste?

El barbijo fue un héroe. Salvó millones de vidas. Estuvo ahí, como una barrera sanitaria, antes de las vacunas, y siguió estando como un aliado cuando la inmunización nos dio la esperanza de que también de esta íbamos a salir. Muchos lo demonizaron. Que era molesto, que no permitía respirar bien, que era fastidioso para los estudiantes. Nos acostumbramos a mirar dos veces a una persona detrás de esa máscara para ver si era quien realmente pensábamos. Hasta que de a poco, luego de mucho dolor e incertidumbre, la potencia del virus fue cediendo y nos permitió volver a nuestra vida casi con normalidad. Casi. El barbijo estaba ahí todavía, con toda su carga emotiva, diciéndonos que todavía debíamos cuidarnos. Hasta que ayer se anunció que ya no era obligatorio su uso.

Más allá de lo que quiera pensar cada uno, con el derecho que se tiene, la ciencia demostró que el uso del barbijo, ese elemento que sólo veíamos en centros médicos y películas orientales, fue fundamental para prevenir contagios del virus maldito. Por eso, ahora, antes de salir en masa a quemarlos, hagamos un pequeño acto de reparación histórica. Dígale gracias. Y por las dudas, uno nunca sabe, tenga siempre un barbijo guardado en el cajón.