Alfredo Barragán, Heber Orona y Lito Sánchez llegan al lobby del hotel después de un paseo por San Lorenzo, en Salta. Están participando de la Segunda Semana del Montañismo que se extendió del 1 al 5 de agosto en la Usina Cultural de la capital. En la comodidad de un bar, café mediante, conversan y no dejan de sorprenderse con lo que ven hoy en la montaña. “Se volvió muy comercial”, aseguran Orona y Sánchez quienes se desempeñan como guías de cientos de personas que intentan llegar a la cima del Aconcagua, la montaña más alta de América del Sur, ubicada en Mendoza. “Los montañistas llegan a algunos de los campamentos de base y preguntan: ‘¿cuál es la contraseña del wifi?’”, cuentan. Ellos no pueden creerlo y será por eso que, a cada lugar al que van, buscar acceder a las montañas menos exploradas.
Si bien aseguran que las bondades de la tecnología son muchas -GPS, mejores telas para la ropa, carpas y calzado, etc.- sienten que se pierde mucho de la experiencia de estar ahí, frente a la montaña, como un individuo pequeño ante la inmensidad de la naturaleza. “Antes te ponías camperas y mochilas que pesaban kilos. Hoy no pesan nada y tienen las mismas prestaciones, o mejores”, aseguran.
- ¿Por qué les atrae tanto la montaña?
- Barragán: lo primero que encuentro siempre es la honestidad de la montaña. Lo que ves es lo que hay: esa altura, el viento, son expresiones auténticas y naturales. No me pasa lo mismo cuando voy a interactuar con los humanos, a veces sospecho que lo que dicen puede no ser cierto. Yo con la montaña tengo un diálogo de confianza absoluta. Sé que no me miente nunca. Y eso es fundamental en mi amor por la naturaleza.
- Sánchez: yo después de 40 años mantengo vivo el mismo entusiasmo cada vez que estoy frente a ella. Creo que no me alcanzará esta vida para ir a todas las montañas que quiero visitar. Por la montaña siento mucho respeto. Además, me permitió trabajar de lo que me gusta, así que también le tengo agradecimiento.
- Barragán: la montaña es especialmente una maestra, te enseña, no te miente nunca. El argumento que quieras inventarte, la pavada más grande ella te la desmiente. Todo lo que está ahí es real. Te marca la realidad.
- Sánchez: ¡Te desnuda completamente! Así, como sos…
- Orona: la montaña es un reto y desafío hacia mí mismo. Hoy muchos de los que van a la montaña quieren tener todo resuelto, pero se pierde el encanto del montañismo: la experiencia de estudiar, planificar, entrenar.
- Barragán: y la montaña es inocente, no tiene intención de hacerte daño, puede ser que vos con tus errores te hagas daño. Pero todo lo que aprendiste en la montaña: a hacerte cargo de tus decisiones, de ser responsable, prepararte, llevar a cabo tu intención, tu cometido, tu meta. A perseverar en esa búsqueda y compartir con la solidaridad que caracteriza al 99% de los grupos de montaña. Todo eso que aprendés en la montaña no podés dejar de aplicarlo en la vida diaria, todos los días, en “la tierra”. No te queda la más mínima duda de que, como sociedad, es por ahí. Es una escuela que te dice que arriesgando, entrenando, estudiando, podés. El tipo que se preparó para alcanzar una cumbre está mucho mejor preparado que otro para encarar lo que sea en “el mundo terrenal”. La montaña es una escuela espectacular.
- Y, en ese sentido, ¿qué pesa más en la montaña: el cuerpo o la mente?
- Sánchez: todo es importante, pero si no estás bien de la cabeza, tu mente está en otro lado, restás mucho más. El físico también, pero la cabeza mucho más. La cabeza es estar en el presente, paso a paso en la montaña.
- ¿Sus logros deportivos los definen como personas?
- Barragán: yo lo pienso así: no todo el mundo tiene la posibilidad de realizarse en lo que es su pasión, su vocación, ni tampoco todo el mundo tiene la posibilidad de vivir situaciones extraordinarias. El 90% de la población vive vidas estándar de acuerdo a los cánones normales de la cultura imperante en su época. Pero hay una pequeña parte de las personas que tuvieron situaciones excepcionales que los marcaron -felices o desgraciadas- algo que, quizás, no salió en los diarios pero te marcó. Nosotros tenemos la suerte de que lo que nos marcó lo elegimos. Yo creo que quienes elegimos este camino de la expedición es porque sentimos que era trascendente para nosotros, en lo personal, no porque queremos salir en el diario. La trascendencia que sentimos -creo que los tres- es algo muy íntimo. Crecimos en una sociedad igual a la de todos hasta que un día nos dimos cuenta de que queríamos atrevernos a más. A nosotros nos ha marcado algo que elegimos y buscamos. Creo que es una suerte.
- Sánchez: siempre pienso que cuando se acabe la motivación, se apague la llama, haré un paso al costado y haré otra cosa. Hasta ahora siento la motivación todo el tiempo porque uno se siente realizado en todo: en la planificación, el camino, la cumbre. Ese camino a veces es duro, difícil, arduo. Lo que es alta montaña es muy exigente y hay que poner mucha voluntad, además de la motivación, uno tiene que estar bien y desprenderse de sus cuestiones “terrenales”. Si tenés muchos problemas en el trabajo o vas caminando consumido en eso, no te adaptás a la montaña. Veo gente que va al Aconcagua y sigue llamando a la oficina por teléfono, no se despegan y no disfrutan el camino hacia arriba. Normalmente esa persona no sube.
- Alfredo, en una charla mencionás que la meta es “volver a casa después de hacer cumbre” ¿Cuál es el objetivo de cada expedición? ¿La cumbre?
- Barragán: es una frase que no me pertenece pero la hice mía. Me la dijo mi amigo el Vasco Iriberri, compañero de tantas expediciones y hermano de la vida. Él me dijo: “pensándolo bien, la meta nuestra no es llegar a la cumbre, sino llegar a casa después de haber estado en la cima”. Es decir, la cumbre tiene que ser concebida como una etapa intermedia de la movida que estás haciendo. Por eso aquellos tipos que buscan el récord y que están dispuestos a dar la vida por el récord -y la dan- yo no lo entiendo, no está justificado. Son los que te dicen: “si me apurás en este momento yo estoy para cumbre o muerte”. A mí me lo han dicho. Y yo pienso: “¡qué confusión tiene este tipo!”. No es así, las cumbres existen, son seductoras, hermosas, vale la pena capacitarse, invertir tiempo, dinero, esfuerzo, pero no justifica determinadas cosas. Cuando uno va a la montaña tiene que estar dispuestos a que, en algún momento se diga: “no se dan las condiciones para nosotros y nos volvemos”. La montaña nunca se va a ir, la montaña se queda ahí y vos podés volver cuando quieras. Eso me lo enseñaron montañistas más experimentados. Ese pensamiento es más inteligente y bonito. El otro pensamiento no es heroico, está viciado de un extremismo injustificado. Es lamentable esa confusión: porque ¿qué estás buscando si no alcanzás la cumbre? ¿Qué significa “cumbre o muerte”? ¿Si no llegás te sentís fracasado, que no te van a aplaudir?
- Sánchez: no se justifica perder ni un dedo en la montaña. Las cumbres existen para disfrutarlas, no para perder ni un dedo congelado…
"Llegué a la cumbre. ¿Tan fácil era? Tan fácil es ahora, cuando los cuatro fracasos anteriores me enseñaron lo que tenía que saber para subir ese año".
- ¿Qué sintieron o sienten las veces que no llegaron a la cima?
- Sánchez: yo me he vuelto un montón de veces con clientes. A mí me gusta llegar, la disfruto muchísimo pero yo no tengo la última palabra. No voy a exponerme ni a mí ni a los demás por la cumbre.
- Orona: antes de ir al Everest estuve en la quinta montaña más alta del mundo, el Makalu (en el Himalaya) de 8.463 metros, y me quedé a 60 metros de la cumbre por ayudar a un compañero mexicano. Nunca lo tomé como un fracaso porque evalué lo que podía haber sucedido en esa hora que nos quedaba y podrían haber cambiado mucho las condiciones del tiempo. Otra vez estábamos con Lito, en un primer intento con toda la energía para subir otra montaña y, por otras cuestiones nos tuvimos que volver. Al día siguiente yo ya no tenía la misma energía, mi cabeza no estaba ahí y decidi volverme porque quería estar con mi hijo. Por eso creo que es importante conocerse, la montaña te ayuda a eso. Me volví y estaba contento porque estaba en un lugar al que había estudiado y lo estaba viviendo y veía esas montañas hermosas.
- Barragán: tenés que tener la lucidez permanente para tomar buenas decisiones en la montaña. He insultado y lagrimeado por no poder llegar a la cumbre y vivir otro acto fallido, pero entiendo que es lo que debe ser. Una vez era mi cuarto intento en el Aconcagua. Y no podíamos porque era tarde, había mucha profundidad en la nieve y, aunque estábamos en un buen estado físico, las condiciones no se dieron. Nadie lo discutió y nos pegamos la vuelta. Me recalenté, es la verdad. Y ahí me rebelé y me declaré en un “estado de expedición permanente” (risas). Y les dije a mis compañeros: “a partir de este momento no hago otra cosa que entrenar para subir al Aconcagua. Volví a Mendoza ese día y me puse a correr. Lo mismo en mi ciudad. Al año siguiente volvimos, la naturaleza dijo que sí, nos concentramos y subí al Aconcagua con una naturalidad y facilidad inesperada. Llegué a la cumbre. ¿Tan fácil era? Tan fácil es ahora, cuando los cuatro fracasos anteriores me enseñaron lo que tenía que saber para subir ese año.
- ¿Qué significa la planificación en cada expedición?
- Orona: hoy uno puede con la tecnología acercarse a algo real, pero todo se puede desvirtuar rápidamente. A veces, en la toma de decisiones anticipadas las cosas pueden cambiar y aun cuando tomaste la decisión acertada te puede agarrar un imprevisto. En la montaña no estamos exentos de que pase algo, pero siempre es importante minimizar los riesgos.
ALFREDO BARRAGÁN
Es abogado nacido en Dolores. Durante 50 años hizo 30 expediciones en cinco continentes que incluyen el cruce en globo sobre la cordillera de los Andes, la primera navegación del río Colorado, cinco expediciones al Aconcagua, al Everest, Mont Blanc, Kilimanjaro, la Antártida y el cruce del mar de las Antillas en kayak. “Así como algunos pintan o escriben poesía, yo hago expediciones, es mi especialidad artística”, afirma.
En 1984 realizó la Expedición Atlantis, cruzando el océano Atlántico con otros cuatro argentinos. Partieron desde el puerto de Tenerife en las islas Canarias y llegaron a La Guaira, en Venezuela, 52 días después. En 1988, Barragán dirigió y estrenó la película “Expedición Atlantis”, narrando cómo realizó esa aventura (disponible en YouTube).
LITO SÁNCHEZ
Es probablemente el guía de montaña más reconocido de Aconcagua. Además de guía es docente en la Escuela Provincial de Guías de Alta Montaña y Trekking, en Mendoza. Tiene la marca de 75 cumbres en el Coloso de América, el Aconcagua, desde que lo pisara por primera en 1983. En 1984 hizo su segundo ascenso y primero exitoso por el glaciar de los Polacos, junto a cuatro de sus amigos. En 1985 vuelve a lograrlo y en 1986 obtiene uno de los mayores logros de su carrera: primera ascensión mendocina a la Pared Sur junto a cuatro compañeros. En 2018 escribió su libro “Cho Oyu” (editorial Palloni), que relata su expedición en febrero de 1993 al sexto monte más alto del mundo (8.201 m), convirtiéndose en el primer latinoamericano en coronar ocho mil metros en invierno.
HEBER ORONA
Es el primer argentino en hacer cumbre en el Everest sin oxígeno artificial, en mayo de 1999. Fue también el primero en conquistar el circuito 7 Summit (las montañas más alta de los siete continentes) Tiene 48 cumbres realizadas en el Aconcagua por cuatro vías diferentes, la mayoría guiando grupos, ya que trabaja como montañista profesional y guía de Alta Montaña y Trekking.
"30 pasos más"
Heber Orona es conocido por ser el primer argentino en hacer cumbre en la montaña más alta del mundo, el Monte Everest (Nepal, 8.848 m.s.n.m.) Lo hizo el 27 de mayo de 1999. “Siempre consideré que la montaña debería ser subida de la forma más ética, natural y deportiva posible, esto hizo que lo quisiera hacer sin oxígeno artificial. Fui parte de un grupo internacional, éramos escaladores de varios países y yo hice compañía con un ecuatoriano, Iván Vallejos, porque los dos queríamos hacerlo sin tubos de oxígeno”.
“En mi carrera siempre intenté hacer los desafíos de menor a mayor. Yo quería ser parte de cualquier expedición a la cordillera del Himalaya, quería ir a cualquiera de las 14 cumbres. No me imaginaba en una montaña específica. Cuando se dio la posibilidad de ir al Everest mi cabeza ya estaba ahí y el desafío era para conmigo, por eso quise hacerlo sin oxígeno artificial, porque siempre busqué las formas de hacerlo diferente, como un desafío a mí mismo”, dijo a LA GACETA y agregó: “yo prioricé eso porque creía que podía hacerlo, creía que era capaz”.
- Y una vez en la cima, sin oxígeno, ¿qué sentiste?
- En la montaña, a veces, es como que sale la pregunta “¡¿Qué hago acá?!” (se ríe). Entonces todo era proyectar y decir: “bueno, 30 pasos más”. A partir de los 8.000 metros de altura se siente la ausencia de oxígeno entonces tenía que administrar la energía. Es un proceso que cuesta mucho y ahí volvía a pensar: “vamos, 30 pasos más”. En ese momento no existía mi hijo pero tenía otras personas que eran las que me motivaban a hacerlo y eso era lo que a mí me llevaba a hacer las cosas. No quería demostrarle nada a otros montañistas, yo solo pensaba en mis seres más queridos y a ellos los invocaba.
Hoy me siento un privilegiado por esa experiencia porque cuando llegué a la cumbre estaba solo. Hoy hay fotos de la cumbre con una fila de personas para llegar, pero como yo había ido por otra ruta llegué un poco más tarde y estuve solo, en la cima del mundo.