TESTIMONIO

VIVIR VENECIA

ABEL POSSE

(Emecé – Buenos Aires)

Vivir Venecia es uno de los libros más recientes de Abel Posse y, contrariamente a lo que puede pensarse por el título y la invocación a Venecia, lejos de inscribirse en la exaltación que esta ciudad suscita, se trata de una suerte de corpus novelístico y ensayístico de primerísimo orden. Posse es un escritor que trasciende la anécdota y por momentos en su libro reaparece la fascinación que ejercieron en sus lectores Los perros del paraíso, Daimon y El largo atardecer del Caminante, para citar alguno de sus textos más afortunados.

Vivir Venecia fue compartida por el entonces Cónsul que era Posse con las visitas de escritores, artistas y políticos que el autor narra con precisión y gracia, y que da cuenta de una memoria generosa y de un “modus vivendi” de lo más hospitalario.

Fueron sus huéspedes, entre otros, Manucho Mujica Láinez, Sabato, Borges, célebres artistas rusos y famosos vénetos de las más diversas vertientes, políticos, músicos, exiliados y colegas del cuerpo diplomático.

No siempre puede albergar en su casa a las visitas, de quienes se hace cargo plenamente. “Llega el pintor Baldovino con su mujer. Se ubica en una pieza de pensión de la parte más pobre, por el lado de Castello. Quiere pintar Venecia. Óleos y témperas. Tiene la confianza necesaria. Me cuenta que de chico ayudaba a su padre en la verdulería. En el colegio una maestra lo elogió en la hora de dibujo, me salvó de vivir haciendo changas, me dice. El largo camino del artista”.

“Kodama –escribe en otro pasaje- le susurraba a Borges lo que iba viendo. Les comenté una curiosa interpretación de Élie Faure sobre los palacios, el lujo, la locura acuática de Venecia. ¿Por qué tantos palacios? me preguntó Borges”.

Y extendiéndose acerca del huésped, se atreve a comentar con sentimiento y comprensión existencial: “Como casi todos, pero en su estilo tan peculiar, fue un mortificado por su sexualidad desde su adolescencia. A partir de esa indefensión, un excepcional ángel de la guarda lo había preservado en su bastión metafísico y estético. Tuvo secuestradores seguramente enviados por su ángel de la guarda: su madre, doña Leonor, con su edipismo de ‘madre-padrona’ y hasta su muerte, María Kodama, lo preservó en vida y afirmó su gloria mucho más que un par de esos premios Nobel que le negaron”.

En cuanto a su aventura personal y literaria, Posse en Venecia da comienzo a una reflexión sobre su propia escritura y lo hace con una franqueza sobria y atractiva, un registro eficaz para los estudiosos de su obra, cada vez más expandida y traducida. “Creí realmente haber caído en mi voz, en la voz necesaria para las novelas que me había propuesto. Estaba desacostumbrándome a mis dos libros publicados. Escribí muchas hojas entrando en un terreno más libre, riesgoso y natural y salí a encontrar el relato desde mi estética mucho más integradora y justa en lo que hace a las aporías famosas de forma y fondo y de concepto y lenguaje. Esa voluntad de quebrar lo ya recorrido significaba el fin de una etapa literaria. Quería alejar al conferencista del artista escritor, quebrar la tiranía decimonónica francesa como una estética general”.

PERFIL

Escritor y diplomático de carrera, Abel Posse vivió años en Moscú, Venecia, París, Tel Aviv, Praga, Lima, Copenhague y Madrid. Su novela Los perros del paraíso obtuvo el Rómulo Gallegos, máximo galardón literario de América Latina. Otros de sus libros son El largo atardecer del caminante (premio de la Comisión Española del V Centenario); El viajero de Agartha (premio Diana de México) y El inquietante día de la vida (premio Trienal de Novela de la Academia Argentina de Letras). Su obra fue traducida a 22 idiomas.

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FERNANDO SÁNCHEZ SORONDO