Los problemas con la figura, en especial la femenina, al parecer no son una imposición de los nuevos tiempos ni del presente. Allá por 1936, LA GACETA presentaba una crónica, que llevaba la firma del intelectual y escritor español Julio Cantala, que hacía una dura crítica a las imposiciones arbitrarias sobre la silueta femenina. Allí se expresa que de Hollywood, el lugar que ha desplazado a París en eso de “lanzar modas y excentricidades”, sigue llegando aún la voz de que es necesario adelgazar y la imposición, como es lógico, hace temblar de horror a las muchachas que ven superado su peso de los 56 kilos que marca el ritual de culto de la línea.
El autor manifiesta que en estos tiempos la piel de las mujeres no tiene vida, que los rostros se arrugan y marchitn temprano y que los músculos de la expresión carecen de esa natural y deliciosa animalidad que hacía tan agradable a las jóvenes del pasado.
“Dictadura estética”. Este fundamento sirve para que Cantala haga una exposición sobre lo que él considera una dictadura de una estética tan falsa como peligrosa; y carga contra las líneas impuestas con figuras como Greta Garbo para volver sus ojos hacia la Venus de Milo, cuyas clásicas proporciones fueren en otras épocas el soñado ideal.
Casos extremos
La genuina preocupación del escritor español se muestra en su dura exposición del caso de la millonaria estadounidense Bárbara Hutton a quien una tropa de los mejores médicos y especialistas de aquellos años buscaron mejorar su anemia que casi la mata al cruzar la maternidad. “En 1924, llegó en su disciplina suicida hasta permanecer tres semanas en un dieta de café puro, que le hizo perder 20 libras (unos 9 kilogramos) y con ellas todos sus recursos orgánicos”. En este punto destaca que una mujer grávida necesita 2.300 calorías para llevar adelante su embarazo.
La actitud también fue criticada en su país donde se expresó: “hay personas que en sus métodos drásticos para adelgazar están formando sin quererlo raíces de futuras enfermedades. Una de ellas es Hutton que ha conseguido perder cuarenta libras (18 kilos) en los últimos dos años; cantidad increíble, sin duda para una persona de cinco pies y tres pulgadas (1,60 metro) de alto. Ahora tiene la apariencia de una pariesenne flaca y decadente dejando atrás el vigor de la colegiala de tipo atlético, llena de vida y con las mejillas rojas”.
Dietas irracionales
La nota destacaba que hasta los científicos criticaron la manía de las dietas irracionales, locas y desenfrenadas.
En este sentido el nobel de Medicina 1929, por su trabajo en vitaminas, Frederick Gowland Hopkins, recomendaba a las mujeres recuperar el arte de la cocina para alimentarse mejor, una frase que trasladada al siglo XXI no pierde actualidad.
“Todas esas mujeres ‘curvofóbicas’ no saben que están flirteando con trastornos como: un resfriado capaz de degenerar con bronconeumonía y por consiguiente tuberculosis; una atonía intestinal y en consecuencia una intoxicación; una anemia secundaria con todas sus secuelas; un descenso en el calcium de la sangre, que obliga al organismo a robar esa substancia de los dientes”, expresa el cronista.
Como vemos, hace más de 85 años las cuestiones de la moda que tenían efectos perjudiciales en la salud ya repercutían en las páginas del diario y el debate se abría a la sociedad.
La dieta en el siglo XIX
En la “Memoria histórica y descriptiva de la provincia de Tucumán” (1882), el profesor Inocencio Liberani dedicaría largos renglones a subrayar lo insuficiente de la comida habitual, la que, decía, “no contiene sino una proporción poco considerable de principios nutritivos”.
De acuerdo con el relato de Carlos Páez de la Torre (h), Liberani consideraba que los tucumanos tenían “un estado anémico muy general”, cuadro agravado “por la irregularidad con que generalmente se disponen las comidas, siendo rara la casa donde se come a horario fijo”.
Observaba, sin embargo, que la alimentación del habitante de Tucumán “es sana de por sí, pues se compone generalmente de carne asada, caldo y alguna vez de guisado, comidas que cuando están bien aderezadas son excelentes, a pesar de que se hace sentir muchísimo la falta de las legumbres, para atemperar los malos efectos de este régimen excesivamente animal”.
Apuntaba que en el campo la base de la alimentación era el maíz, “sustancia que admite diferentes preparaciones, siempre apetecidas del paisano”.
Añade que el tucumano era consumidor de vino y de cerveza, y también de aguardiente de caña, “o caña simplemente, como se le llama”. La población obrera la prefería generalmente. Liberani encontraba que la caña, “usada con moderación, es inmejorable, especialmente en los que se ocupan de trabajos materiales”, pero deploraba advertir una “propensión al abuso en el consumo de esta bebida”.
El mate
A juicio de Liberani, “el mate, de uso tan general, disminuyendo el apetito, contribuye poderosamente a fomentar semejante desorden”. Por eso, “rara vez llegan a desayunarse antes del mediodía, sucediendo a veces, especialmente entre los agricultores, que cuando el trabajo apura la comida se retarda hasta la noche, con notable detrimento del organismo y del trabajo, pues se sabe que un hombre mal alimentado no tiene fuerzas, ni por tanto actividad”. Le parecía que “las afecciones gastrointestinales, tan frecuentes, no reconocen ordinariamente otra causa que este régimen antihigiénico”.
El agua
En su obra, el sabio profesor advertía que el agua, salvo la extraída de aljibes o vendida por aguateros, era de mala calidad. Como vemos ya por entonces los especialistas veían la necesidad que ese elemento sea provisto con la mejor calidad para evitar problemas en la salud de los ciudadanos. “Cargada de sales minerales”, era el origen de las tan comunes dispepsias que aquejaban al pueblo. Le parecía indispensable dotar a la población de aguas corrientes.
Sirvan de cierre para esta nota las palabras del médico tucumano Gregorio Aráoz Alfaro sobre tener en cuenta los hechos y acciones ocurridos ante de nosotros: “los verdaderos hombres de progreso son los que tienen por punto de partida un respeto profundo del pasado”.
Planteos sobre ciertas exigencias en desmedro de la salud. La dieta de los tucumanos a fines del XIX