INFANTIL

BOTIQUÍN EMOCIONAL

LUIS PESCETTI

(Loqueleo – Buenos Aires)

Vergüenza, tristeza, alegría, envidia, enojo, confianza, valentía, inseguridad, timidez, felicidad, miedo.

Son tantas las emociones que nos invaden –sobre todo durante la niñez– que los hermanos Manu y Javi, incluso, han creado un cuaderno de inventos. En sus páginas imaginan un megáfono para no meter la pata cuando se habla, una antena detectora de amigo/a, un pegamento y un termómetro emocional con catapulta, un traje antiburlas, un casco antipesadillas, un mecanismo retardador de respuesta impulsiva o un medidor de desafíos.

Es que Javi y Juli van camino de enamorarse, y esa es la Semana de las Emociones en la escuela, donde se llevará a cabo una Feria Emocional, y para eso los alumnos deberán presentar sus trabajos mientras bucean en su interior y en las relaciones que los atan a amigos, familiares, compañeros o desconocidos.

Idea y pericia

La idea de Botiquín emocional (disculpen la repetición de este término, pero es fundamental, en este caso, no caer en la sinonimia), el último libro de Luis Pescetti, no es sólo una gran idea, sino que además es un acierto en el desarrollo.

Sucede en ambientes escolares o en ámbitos familiares, con situaciones presuntamente desconectadas, pero que van engranando gracias al cruce entre personajes, anécdotas, voces varias, leyendas en remeras y ese cuaderno de inventos. Con ilustraciones originalísimas, a cargo del mismo autor, los títulos de los capítulos se convierten en ubicaciones espacio-temporales, como si de un guion cinematográfico se tratase.

Lúdico a la vez que didáctico, pero sin exacerbar lo pedagógico, con ese humor tan original al que nos tiene acostumbrados Pescetti, es también un gran despliegue de recursos.

Alivio para los chicos

Para el cierre, las palabras del autor en primera persona, a modo de reverso y explicación de lo que acabamos de leer: “Este libro busca que los chicos, al reconocerse, sientan alivio ‘de no ser los únicos’, de no estar solos”. Las palabras alivian, porque de esa forma es como se presentan las ideas, y hay que saber traducir lo que sentimos, y porque no se puede ser “emocionalmente prolijo” todo el tiempo, y porque ser consciente de lo que nos pasa es una forma de la felicidad. Así muestra Pescetti –de manera vital, alegre, ligera– “el embrollo del mundo interior”. Al final, un catálogo de “derechos sobre las emociones”.

El libro viene con un anotador de regalo, si queremos apuntar nuestras propias emociones (insisto: la repetición del término es necesaria). Porque no hay que hacerle caso a cada una de ellas, pero tampoco ignorar que existen.

© LA GACETA

HERNÁN CARBONEL