La verdad no es siempre lo que parece. Y decir mentiras es algo tan humano que se las termina justificando, en ocasiones con explicaciones insólitas, en otras con argucias legales que son en sí mismas laberintos sin salida y que, como una botella tirada al mar, puede llegar o no a una costa. Lo que pasó con el supuesto maltrato a los miembros de la Selección en Chile, y algunas de las expresiones oídas, tienen algo de esto. Lo que sucedió con el escándalo del ingreso y posterior deportación de Novak Djokovic de Australia también. Son sólo dos ejemplos, muy conocidos, entre cientos: en el deporte, faltar a la verdad es, en sí misma, prácticamente una actividad paralela. Sucede más a menudo de lo que uno imagina. Cada palabra que se dice tiene, generalmente, una direccionalidad, un objetivo, un interés puesto. No es que estemos viviendo en un mundo de mentiras, pero sí se puede detectar una tendencia. Mentir puede y sirve para tortuosos propósitos sociales. Puede ayudar a alguien a lograr un panorama mejor que la verdad. O servir para esquivar una situación incómoda. Miente, que algo queda.
Rodrigo De Paul no tuvo pelos en la lengua para declarar luego del Argentina-Chile. Relató sobre las dificultades que sufrió el plantel nacional en la previa. “Creo que las cosas se podrían haber hecho diferente. Nos tocó estar casi tres horas en el aeropuerto, sin dejarnos ir al baño. En las habitaciones hacía entre 30 y 32 grados, no andaba el aire acondicionado, tuvimos que abrir las ventanas y había sirenas, no pudimos dormir bien”, dijo. Y de forma inmediata reflexionó con altura: “intentamos poner la mejor predisposición. No digo si está bien o mal, eso lo deberá evaluar otra gente. Como argentino y jugador creo que a cada equipo que venga a nuestro país lo debemos hacer sentir lo más cómodo posible y ganar donde vale, que es dentro del campo de juego”. Con menos cintura (y alguna soberbia), el arquero Emiliano Martínez expresó su desagrado ante lo ocurrido en sus redes sociales, lo cual hasta le podría acarrear alguna sanción de oficio (¡vaya disparate!). “Dibu” hasta pidió respeto “al campeón de América”, cosa que, a luz de los acontecimiento, no sucedió.
Y entonces, como en el juego de “verdad-consecuencia” llegaron las respuestas. Una fue poco ortodoxa: vino del lado de un funcionario del gobierno chileno, que habló de “quilombo en los papeles” en la delegación argentina. ¿Será? Cómo olvidar el desmadre que hubo por estos días con los camioneros que intentaban desde hace semanas ingresar a territorio trasandino desde Argentina y Bolivia, situación que recién se resolvió ayer por una flexibilización de las normativas sanitarias. Otra “respuesta” fue la del jugador Gary Medel, uno de los que suele prenderse muy rápido en temas polémicos, que respondió con “su” verdad: “Eso también nos pasa a nosotros. Se la tienen que comer calladitos. Nos hicieron ir a Buenos Aires y luego a Santiago del Estero. No tienen nada que decir. A nosotros también nos hacen esperar tres horas en los controles”.
¿Cuánto de verdad hay en estas expresiones, cuánto de verdades a medias y cuánto de mentiras? Puede que las haya inocentes, amables o para evitar situaciones embarazosas. Pero este no parece ser el caso. Razones de cada lado afloran en cada palabra. También un inútil, improcedente e inconducente toma y daca, con una pelota de por medio. Una especie de violencia verbal solapada, muy similar a la que tiene capítulos hasta el hartazgo en redes sociales, foros (muchas veces amparados en el anonimato) y en ciertos medios que alientan la desmesura.
Esto de las mentiras y las verdades a medias ocupa espacios día a día. Lo hace con los famosos “hinchas neutrales” que los clubes de fútbol aceptan; con las autorizaciones para efectuar actividades deportivas en lugares que no guardan los mínimos requisitos de seguridad y sanidad; con los permisos que se otorgan para ciertos eventos bajo el formato de burbujas sanitarias, cuando en realidad son salidas “elegantes” para que se hagan de todos modos, porque se sabe de antemano que nadie controlará o no habrá capacidad para hacerlo; con la explicaciones que se dan cuando algo fuera de contexto ocurre en cualquier espectáculo que se programe.
Hay quienes mienten creando una ilusión de verdad. Es una trampa, un engaño, una actitud omnipresente en la sociedad mundial actual. Abraham Lincoln, presidente de EE.UU., dijo alguna vez: “nadie tiene una memoria tan grande como para ser un buen mentiroso”. Pero si la masividad le otorga a esta situación un telón lento y hasta piadoso, los actos individuales son los que terminan por colmar el vaso.
Lo de Djokovic ya va camino a ser uno de los mayores escándalos de la historia del deporte mundial. Recordemos: el tenista serbio pidió una exención médica para entrar en Australia sin vacunarse, argumentando que ya había pasado por la covid-19. Pero una investigación de la BBC destapó en las últimas horas que pudo cometer irregularidades en la prueba en la que habría dado positivo el 16 de diciembre. Para decirle de alguna manera, se sospecha que podría haber mentido sobre su contagio, porque el número de serie de la prueba positiva no concuerda con el resto de las tomadas en Serbia esos días.
Aquí asoma, finalmente, otra cuestión: la manipulación de la verdad. Quienes lo hacen tal vez piensan que es un comportamiento más ético que mentir. Entonces lo toman como una práctica común. Es el mundo el que hoy lo está haciendo. El reto es detectarla a tiempo, exponerla, crear un campo de reflexión, penarla. La tarea no es sencilla, porque las mentiras juegan un papel importante en nuestras interacciones sociales.
El tema es viejo y tiene tantas aristas como interpretaciones. Tal vez, en definitiva, la verdad no tenga dueño, pero su manejo sí.