La experiencia vivida hace tres décadas y media generó temor. Aún lo provoca. Y lo seguirá haciendo. Los habitantes permanentes de Tafí del Valle, y también los habituales, desde entonces se hacen la misma pregunta. ¿El Blanquito, o cualquier otro río del valle, volverá a transformarse en un monstruo como ocurrió el 21 de enero de 1987?

Especialistas y vecinos dicen que sí, o por lo menos, aseguran que están dadas todas las condiciones para que se repita el desastre. Por cierto, no se visten con traje de alarmistas: son profesionales que conocen del tema y cuentan con elementos para sustentar sus presunciones. En todo caso, advierten que no pueden precisar cuándo, exactamente, se podría registrar el nuevo desmadre. Lo que dan por seguro que la inacción, tanto en el Estado en el cuidado de las cuencas como en el crecimiento urbanístico caótico de la zona -y su conseccuente impacto negativo en el medio ambiente-, no hacen más que acelerar el proceso.

Problemas

Durante la tarde de aquel día de hace 35 años, una intensísima pero corta tormenta se desató sobre la joya turística de la provincia. El apacible arroyo de aguas cristalinas se transformó en una bestia de agua, lodo, piedras y árboles arrancados y arrastrados por la corriente. La fuerza del aluvión hizo temblar varias casas. Otras sufrieron severos daños, al igual que los puentes y las vías de comunicación. Tafí del Valle quedó totalmente aislada por varios días, sin agua (la toma había desaparecido por segunda vez en menos de 35 días) y sin luz.

Todavía nadie puede explicar por qué, afortunadamente, no hubo que lamentar víctimas. La fuerza de la naturaleza modificó en gran parte el paisaje. Y esos cambios, generaron diferentes problemas que persisten hasta el día de hoy.

Uno de ellos fue descrito por Lucía. “Después de la crecida, el loteo que se nos había adjudicado en la división de condominios quedó modificado y nunca más pudimos lograr que nos dijeran en la Dirección Provincial del Agua, o en la Municipalidad, qué trámites debíamos realizar para probar una nueva división en función del cambio que generó el arroyo”, explicó en una entrevista con LA GACETA. “Los que decidieron construir sin ningún plano, lo hicieron sin que nadie los detenga. Falsos indígenas también usurparon, sin importarles nada”, añadió. La mujer explicó que interpuso un amparo a la simple tenencia, que fue aceptado por una jueza de paz. Luego, en Tribunales, “mediante un relevamiento fraudulento” según su criterio, se les dio la razón a los ocupantes. “El caso actualmente se encuentra en la Corte Suprema de Justicia esperando una solución”, agregó.

Usurpaciones

Carolina Farhat. relata que su familia adquirió en 1989 (dos años después del desastre natural) un inmueble donde el aluvión había provocado severos daño.

“Literalmente, el aluvión pasó por el medio de la propiedad. De lo que quedó, se limpió una gran parte del terreno, con muchísimo esfuerzo. Aún quedan las huellas de un gran lecho de río, con grandes piedras”, explicó. Contó además que, a modo de defensa natural contra otras crecidas, se dejaron casi 4.000 metros cúbicos de esos restos. “Con el paso de estos años, se formó un lindo bosque, con muchísimas especies, que crecieron con lo que trajo el aluvión”, detalló.

“Lo increíble es que, aun cuando mí propiedad, según la escritura, tiene como límite El Blanquito, y sabiendo perfectamente que el río da y el río quita, en 2020 y 2021 sufrí varios intentos de usurpación de mi propiedad”, agregó.

“Lo grave es que nadie frenó el asentamiento en lo que quedó demarcado como espacio verde por el diseño original del loteo La Quebradita del 5 de junio de 2005. Ahí nació lo que hoy se llama barrio Cratewos. Por la inacción estatal, la demanda que llevamos adelante varios vecinos prescribió en diciembre de 2020. Varios de los denunciantes terminaron falleciendo con la esperanza que algún día se recupere ese espacio que es de todos”, lamentó. “La defensa contra el río que habilitamos, la tuvimos que correr para proteger nuestra tierra. El lugar quedó desprotegido y ahí hubo un asentamiento. Si algún día llegara a pasar algo malo, y espero que no sea así, las autoridades municipales deberán hacerse responsables”, agregó.

A su turno, Diego relató: “debido a la creciente, dejamos un espacio entre el alambrado y el río para facilitar el paso, a pesar de que eso es parte de nuestro terreno. Sin embargo, la propia Municipalidad ha promovido asentamientos irregulares en la zona, a la vera del río, aún existiendo un dictamen desfavorable de la Dirección Provincial del Agua, a la que le pedimos que se expidan al respecto. No sólo es una zona no habitable, sino que además están asentados en una propiedad privada donde media un juicio eterno, con marchas y contramarchas, sin importar las escrituras y la carga impositiva al día”.

La reconstrucción

El ingeniero Osvaldo Merlini es un residente multifacético de Tafí del Valle. Fue funcionario de diferentes gobiernos y. además, se transformó en un engranaje clave en la reconstrucción y preservación de la villa después de que “el arroyo de miércoles” -como llamara a El Blanquito en más de una oportunidad durante la entrevista- generara caos.

EN GRISES. El mapa realizado por los investigadores donde muestran las zonas de riesgo ante una nueva inundación.

“El aluvión fue un desastre. Después de acomodar las cosas, empezamos a trabajar en la cuenca de El Blanquito para evitar que volviera a ocurrir lo mismo. Fue una tarea titánica porque primero se hizo una inspección a lo largo de todo su cauce, se analizó la situación y sólo después comenzamos con los trabajos que se extendieron durante tres años. Las intervenciones se realizaron en distintas partes, incluidas las altas cumbres”, le explicó a LA GACETA.

“El Oso” Merlini, como es conocido, relató que el trabajo fue toda una novedad en la provincia. Se firmó un convenio entre los municipios de Tafí del Valle y Tafí Viejo (contaba con especialistas en la materia), personal de la Dirección Provincial del Agua, la ya desaparecida Dipos y la secretaría de Agricultura.

“Durante ese tiempo se construyeron al menos 25 gaviones de piedra bola (actúan como defensa para frenar el paso de los sedimentos) y se buscó la manera de acabar con el sobrepastoreo, que es uno de los grandes inconvenientes con que se enfrenta la naturaleza en el valle. Se hizo una gran reunión con propietarios y productores para acordar que no se tocarían las pasturas durante dos años en unas 1.500 hectáreas. El cumplimiento de ese pacto sirvió para que las pasturas llegaran a la altura del estribo, como se dice popularmente”, explicó.

Pero todo lo bueno que se terminó de hacer a principios de los 90 se terminó abandonando. “La idea era que cada cinco años se realizara un nuevo control en toda la cuenca para analizar la obra. En 2012 presenté el último informe en el que detallaba que se debía reparar varios gaviones porque ya habían pasado 25 años desde su instalación. También alertamos que se estaba repitiendo el problema de sobrepastoreo. Pero no nos escucharon y ya pasaron casi 10 años y nadie hizo nada”, señaló, preocupado.

Entre 2013 y 2017, la doctora María Marta Sampietro, investigadora de Conicet y fundadora del Laboratorio de Geoarqueología de la Facultad de Ciencias Naturales de la UNT; y el doctor José Luis Peña Monné, catedrático emérito de la Universidad de Zaragoza (España), analizaron el fenómeno de la creciente de El Blanquito y publicaron en 2018 un trabajo en la revista Journal of South American Earth Sciences.

En esas páginas, no sólo confirmaron el diagnóstico de Merlini, sino que dieron una serie de recomendaciones para evitar que se registrara otro desastre como el de 1987. Entre otros puntos, creían conveniente que las autoridades, para mitigar los posibles efectos de una nueva creciente, debían renovar los gaviones, reforestar las zonas críticas de la cuenca, acabar con la extracción de áridos en la zona que también destruyen los yacimientos arqueológicos, luchar contra los incendios en los cerros (práctica destructiva con la que se cree que mejorarán las pasturas de la zona) y ampliar los puentes que están dentro y fuera de la villa. Han pasado casi cuatro años desde la publicación de este informe y tampoco se hizo nada.

De tiempo y algo más

“Los pobladores más viejos dicen que estos desastres naturales se repiten cada 50 años aproximadamente”, señaló Javier Astorga, periodista que transmite diariamente la actividad de los valles. Sampietro aseguró que eso es relativo. Otras personas del valle dice que el “ciclo” es de 80 años. Los hechos documentados en Tafí del Valle indican que estas catástrofes a veces se dan cada dos décadas. El 24 de diciembre de 1967 se registró el aluvión que mató a 17 personas y que fue conocido como “La tragedia de San Guillermo”. Transcurrieron 20 años y casi un mes, y El Blanquito se transformó en un monstruo. Más allá de las cuestiones temporales, están dadas las condiciones para que se repita el episodio, aunque en esta oportunidad, según los especialistas, las consecuencias pueden ser mucho más graves.

“El pueblo se olvida rápidamente de las cosas que suceden. Hoy nos ponemos a mirar la zona donde quedó la huella de la creciente y vemos que, pese a todos los informes geológicos que se realizaron para advertir las áreas de peligro, se construyeron asentamientos, locales comerciales, bares y hasta cabañas de alquiler. ¡Es una locura! En realidad, en lo que se refiere a planificación urbanística, en el valle está todo desmadrado. No se están teniendo en cuenta las cuestiones ambientales. No se aprendió la lección”, se quejó Merlini.

Sampietro, a grandes rasgos, coincide con el diagnóstico del ingeniero. “El problema es que estos fenómenos son impredecibles. Insisto: en los últimos 35 años, se hizo muy poco para evitar que esto vuelva a suceder. No se repararon los gaviones que ya han sufrido daños por el paso del tiempo, no hay una lucha contra los incendios. La quema de pastizales genera una mayor erosión en el suelo y por ende, hay más material que será arrastrado”, explicó la profesional.

Con los datos recogidos en su investigación, la geoarquéologa pudo elaborar un mapa sobre cuáles serían las consecuencias si aconteciera otro desastre natural. “En 1987, insisto, no hubo víctimas porque los habitantes pudieron escuchar y mirar el aluvión para ponerse a salvo. Pero ahora la situación es completamente diferente. El crecimiento urbanístico precario e informal fue tan desordenado que hasta hubo asentamientos en la zona por donde se registraron los mayores daños. Si no se hace algo urgente, las autoridades tendrán que asumir las responsabilidades”, concluyó.

“No pretendo ser alarmista, simplemente quiero decir que no se le está dando la seriedad que debería tener el problema. La estabilidad ecológica del Valle se está destruyendo. Evidentemente la fuerza que puede hacer una municipalidad no es suficiente, mucho menos una comuna como la de El Mollar. Aquí tiene que intervenir el gobierno provincial para poner orden antes de que sea tarde”, destacó Merlini.

Otra mirada

No son investigadores ni especialistas en la materia. Pero los habitantes (permanentes y temporales) también tienen una visión de lo que pasa. “En el valle siempre se habla del tema. Hay preocupación, más aún por el crecimiento de los últimos tiempos”, destacó Astorga.

“No hay dudas de que este tipo de situaciones no se pueden predecir, pero sí se puede decir que la urbanización en Tafí del Valle es un desastre y no se está respetando las normas ambientales. Los intendentes no tienen idea de planeamiento y llegan al cargo por el apoyo de un grupo de personas que sólo piensa en el beneficio propio y no de toda la comunidad”, alertó Luis Vallejo.

“Fueron momentos muy lamentables para todas las personas que se encontraban en el Valle de Tafí. Son desastres que deben ser recordados. Si bien no siempre se pueden predecir, sí se pueden evitar las consecuencias. Para ello debe haber planificación urbanística. Las autoridades deberían realizar esas tareas y anunciar cuáles son los terrenos más vulnerables”, opinó Cecilia Raya.