Las huellas del azúcar en la cultura tucumana

Dulce y amarga, el azúcar ha regado los procesos económicos, sociales y culturales durante estos dos siglos tucumanos. El cañaveral, la chimenea de los ingenios, la cachaza, los carros helvéticos, la melaza, el zafrero con sus penurias, el machete de la ilusión y la desesperanza se entreveran con aquel perro ojos de fuego que arrastraba cadenas y se llevaba la rebeldía de los trabajadores para siempre. El arte local, en sus diversas manifestaciones, detuvo su mirada en esta actividad que se convirtió en la industria madre de la provincia. Artistas visuales, escritores, folcloristas y referentes de las especulaciones filosóficas abordaron este asunto, uno de los motores de nuestra historia. “Tengo un ingenio en mi sangre y aunque me duele el jornal, está moliendo el trapiche mi propio cañaveral, está moliendo el trapiche la tierra de Tucumán”, dice el poeta José Augusto Moreno en “Pelador de Concepción”, texto que tiene música de Luis Víctor Gentilini.

Las letras

Prosperidad y ruina

Por Liliana Massara

En 1964 un changuito cañero canta que va rumbeando p’ al surco a pelar caña de Tucumán, una muestra popular de la pobreza a la vuelta del cañaveral que remite a la paradoja de la desigualdad entre el “pelador” y el dueño de la caña “dulce”; “prosperidad y ruina” al decir del historiador Roberto Pucci. Y agrega: “en un conjunto de novelas como en ‘Las puertas del paraíso’ (1968), de Julio Ardiles Gray, la historia relata formas de resistencia de la memoria de los antepasados, reconstruyendo el mundo de los ingenios en sus tiempos primeros”. “Aire tan dulce” (1966), de Elvira Orpheé, narra una historia de amor desde voces rebeldes de la infancia, que desde el aroma del título, contrariamente, implementa la extrañeza de un sentir maligno por la tierra, cruzada con alusiones a la zafra mediante una asombrosa prosa lírica. “Pretérito perfecto” (1983), de Hugo Foguet, en la voz de la anciana Clara Matilde idealiza un pasado de “elite azucarera”, revisado desde un presente en crisis. Adolfo Colombres en un corpus de novelas que remiten a familias de otros lugares de la provincia como en “Los días imposibles” (1972), “Portal del paraíso” (1984) y “Territorio final” (1987), apela a la memoria, que entre remembranzas y la circularidad del tiempo repite los infortunios de la tierra zafrera. Otras ficciones marcan trazos del siglo XIX como “El sexo del azúcar: memorias de Santa Ana” (1991), de Eduardo Rosenzvaig, que reconstruye con aportes de la investigación, o de los relatos orales, situaciones alrededor de Clodomiro Hileret y del ingenio. Mundos de ficción entre resortes de la realidad azucarera se yerguen en el espacio literario tucumano -acotados acá a una brevísima selección-, a través de historias de vida, agravios y desagravios, traiciones, desencantos, ideologizados y politizados, que no sólo construyen época, sino identidades devenidas “cultura cañera”.  

El pensamiento

Un cambio identitario

Por Griselda Barale

La reflexión filosófica es atravesada por la industria azucarera en muchos aspectos o temáticas, pues ella es la modernidad, es decir un cambio en el comportamiento y en la posición del hombre frente al mundo. Se teje ahí la otra urdimbre simbólica: nuevos mitos; cambio identitario; transformación estética, gnoseológica y política; fin de la aldea y entrada al mundo. Parafraseando a Kant digamos que “Tucumán llega con el azúcar a la mayoría de edad” y lo hace con muchos beneficios y sufrimientos. Veamos algunos. En el paisaje de plácida existencia de yunga, maíz y animales en el verde piedemonte, la caña arrasa con todo, llega hasta el patio mismo de cada casa o rancho, desaparecen los corrales, el silencio y el aire puro, en su lugar el surco y la fábrica instalada en pleno campo. De los mitos del maíz a los mitos del hierro. El mito “El familiar” da cuenta de este pasaje, da cuenta de “desaparecidos” en una nueva estructura de burgueses azucareros, cañeros, familias de peladores de caña, obreros de fábrica; una nueva riqueza y también una nueva pobreza. Una forma de vida diferente un juego del lenguaje propio en el que zafra, bagazo, pelador, ingenio, cobran sentido, mientras que “santiagueño” y “virgen” tienen sentido nuevo. El cambio identitario se produce, el tucumano, finalmente, es azúcar. Los saberes populares acerca de la tierra, las cosechas, la crianza o la salud confrontan, se complementan o suplantan con los de la tecnociencia occidental -con la Universidad-, pensada para optimizar el cultivo de la caña y la molienda, pero su fuerza excede por mucho estos objetivos tanto en conocimientos como en luchas libertarias también modernas. Para comprender la frase de Walter Benjamin: “todo acto de civilización es, al mismo tiempo, un acto de barbarie”, bástenos conocer la industria azucarera.

La música y la poesía

Marcada incidencia

Por José María Montini

Nuestra música y cantares aprendidos desde nuestra infancia ya tenían elementos del proceso zafrero y arrancaban como ejemplos de vida, desde el inicio de la jornada hasta el abrigo nocturno de la noche tucumana. Atahualpa Yupanqui nos describe en “La pobrecita” el pensamiento y sensibilidad del obrero azucarero, Manuel Aldonate desde su “Biografía de un campesino” habla de los difíciles tiempos necesarios “para arrancar el azúcar y la miel entre los verdes” y Lucho Díaz, con “Changuito zafrero”, el despertar del niño adosado al machete. Osvaldo “Chichí” Costello describe la dualidad en la necesidad en “Muchacho pelador”; José Augusto Moreno, en “Canción de los meleros” se refiere a la aspiración de volver a ser caña de azúcar. En el norte argentino, el cultivo de caña de azúcar estaba extendido, los poetas y músicos de Salta y de Jujuy difundían sus obras que también eran parte de nuestros repertorios. Siempre estaba vigente el recuerdo de composiciones que homenajeaban a señeras intérpretes del canto popular, como Margarita Palacios, a quien Dardo Félix Palorma dedicó “Cañera tucumana” y desde luego, Mercedes Sosa quien graba “Luna zafrera”, zamba de su marido Oscar Matus y Armando Tejada Gómez. Para nosotros, Los Tucu Tucu eran los más significativos ejemplos a seguir y Ricardo Romero con el Chango Paliza nos dejó “Zafrero” en un ritmo que se había dejado de componer y que tenía raigambre en nuestra zona folklórica, como es el retumbo. Quedará en nuestra memoria la marcada incidencia del proceso de la industria azucarera en el folklore tucumano.

El arte

El clima visual

Por Gloria Zwajin

Me vienen a la memoria nombres, como Osorio Luque, pintor que prestó especial atención a la zafra tucumana. El paisaje, el entorno, el hombre, el carro cañero o los bueyes, todo está amalgamado y rodeado por una especie de humo, de polvo, de la sequía de la zafra que genera un clima visual muy particular. Raquel van Gelderen en su serie dedicada a la zafra no solo genera el clima de dolor, de sufrimiento de esta actividad, sino que también la trata con una gran belleza, poetiza esa realidad tan dura. La obra de Nilo González, de Concepción, remite de modo indirecto a la industria azucarera: muros abandonados se elevan hacia el cielo como viejas chimeneas de los ingenios cerrados en la década del 60, espacios llenos de silencio que remiten al abandono. La mayoría de la obra de Víctor Quiroga tiene que ver con ese estado espiritual que aún persiste en esos lugares donde hubo una intensa actividad azucarera, por el cruce de migrantes que venían de otras provincias del NOA a trabajar y cada uno atraía sus mitos y leyendas. Él tuvo un oído y una mirada para captar ese clima espiritual. No quiero olvidarme de Víctor Rebuffo, el famoso grabador, nacido en Italia, que vivió en Tucumán, quedó tan impactado por el sufrimiento del zafrero y su familia y lo refleja con una connotación de compromiso social en una serie de estampas muy interesantes. En la parte escultórica, Roberto Fernández Larrinaga tiene a la entrada de Banda del Río Salí su monumento “Familia zafrera”, donde logra reflejar esa unión entre familia y hogar de producción. En la fotografía, pensando como un instrumento de creación artística, está Víctor Mangini con una serie dedicada al hombre de la zafra. Efraín David tiene la obra “Cargaderos de cañas”; José Nuno aporta bellísimas fotografías dedicadas a la industria azucarera. No tendríamos que olvidarnos de Aldo Sessa, que tiene vistas de los cañaverales, de las estibas.