Fabián Soberón - Docente de la Escuela de Cine y Artes Audiovisuales de la UNT

En el cine siempre hay escenas; y hay algunas que se quedan en la memoria como fuego en el fuego. En mi caso, perduran escenas de Alfred Hichcock, Steven Spielberg, Martin Scorsese, Bela Tarr y Jean-Luc Godard. Veo en el horizonte hecho de película sepia y carretel hirsuto una serie de personajes que transitan las calles de una ciudad conocida y pretérita. En esa urbe de cemento y agonía vive Jean Paul Belmondo. Para mí, Belmondo es Michel Poiccard, el personaje de “Sin aliento”, la película dirigida por Godard. Sé que ha hecho muchos personajes, pero para mí es el loco ladrón triste de este filme (y también el delirante de “Pierrot le fou”). Con ese rebelde insensato y desaforado se filtran las aguas de la Nueva Ola (Nouvelle Vague) y el río sin orillas de esa juventud maravillosa que bebió el existencialismo en los cafés, que irrumpió en el 68 y que tiró el mundo por la ventana para inventar un desorden que hoy parece el Paraíso perdido de John Milton.

Dicen que murió Jean Paul Belmondo. No lo creo. En realidad, el asesino pícaro y callejero no puede morir; el ladrón que corteja a una chica en un travelling largo y barato (económico) no puede morir. Pero insisten y dicen que Belmondo se murió en Francia, y yo lo veo caminando por el bulevar de París mientras los autos en blanco y negro se queman delante de los ojos, lo veo mientras mira la cara triste y utópica de Humphrey Bogart. Dicen que se murió y yo rozo la máquina de imágenes y lo veo en el hotel con Jean Seberg hablando de William Faulkner; siguen diciendo y una estrella rutilante de celuloide se enciende en el cielo de la memoria cinematográfica