La crisis global que eclosionó en 2020 por la pandemia de la Covid-19 está cediendo paso a un proceso de “normalización”, pero el mundo poscovid se bosqueja con cambios muy significativos respecto del período previo. Algunos de esos cambios se pueden percibir por el ritmo diferente del proceso de normalización entre la industria y los servicios, por la consolidación de nuevas relaciones de trabajo, por la revalorización del comercio electrónico y una transición más rápida a favor de energías renovables, a propósito del cambio climático. Una forma de intentar cuantificar esta nueva dinámica es focalizar en la evolución del valor de las empresas por sector y por ubicación geográfica, indicador que tiene la ventaja de “adelantar el futuro”, al menos el futuro que imaginan los inversores de todo el planeta, sostienen los economistas del Instituto de Estudios sobre la Realidad Argentina y Latinoamericana (Ieral), Jorge Vasconcelos y Guadalupe González. No sólo reflejan los cambios de un momento del presente con otro del pasado, sino fundamentalmente las expectativas acerca de lo que será más o menos “negocio” en el futuro. La idea es que aquellas firmas que se valorizan en relación al resto tienden a reflejar expectativas de mayor rentabilidad, de un crecimiento diferenciado en el tamaño del mercado sobre el que operan, de avances tecnológicos que les proporcionan ventajas en términos de productividad y/o de captura de nichos a los que la competencia no está en condiciones de acceder y también de un menor riesgo relativo en el entorno en el que desenvuelven sus principales actividades, entre otros, explican los expertos de la Fundación Mediterránea. Obviamente, la incidencia de estos factores no es excluyente y pueden combinarse varios de ellos en una misma empresa, o un determinado sector o país. A su vez, la valorización bursátil facilita el financiamiento de los proyectos de inversión, sea por vía directa (colocación de acciones) o indirecta (crédito disponible), por lo que la expansión de ciertos sectores/empresas durante períodos que pueden ser prolongados, en cierto modo terminan siendo una “profecía autocumplida”.

A mediados de este año, medida por el Índice MSCI, la capitalización bursátil global alcanzó los U$S 66.866 millones, equivalente a casi el 70 % del PBI global estimado para el año. Respecto de 2017, para tomar como referencia un año prepandemia, el valor de las firmas agrupadas en el índice aumentó un 58% en dólares corrientes, pero lo más relevante es la serie de modificaciones ocurridas al interior de esta variable, dice el diagnóstico al que accedió LAGACETA.COM.

¿Qué ocurrió con el valor de las empresas en ese período? Sobre un total de 24 sectores, el primero en el incremento de participación en relación a la capitalización bursátil mundial resulta “Medios y Entretenimiento”, que pasa de 2,4 % en 2017 a 7,3 % en 2021, un aumento de 4,9 puntos porcentuales. Asimismo, el segmento de “Semiconductores” pasó de 2,8 % a 5,1 % y el de “Ventas al por menor”, lo hizo de 3,5 % a 5,8 %. Le sigue el sector agrupado en “Tecnología”, con un incremento de 1,5 puntos porcentuales de participación, luego “Equipamiento Sanitario”, con una variación de 1,1 puntos y “Software y servicios”, con 1,0 punto porcentual.

En el otro extremo, el segmento que más ha reducido su participación en la capitalización bursátil mundial entre 2017 y 2021 es el de los “Bancos”, con una pérdida de 3,8 puntos porcentuales, seguido de Energía, cuya merma fue de 2,8 puntos porcentuales. Alimentación y Tabaco, Telecomunicaciones, Seguros y Bienes de Capital son los cuatro sectores que completan el listado de los seis de mayor contracción, con una diferencia negativa respecto a 2017 de entre 1,0 y 1,5 puntos porcentuales

La falta de conexión plena de la Argentina con las tendencias globales es un problema en sí mismo, pero se potencia en los momentos disruptivos de la economía mundial. Y la irrupción de la pandemia, así como el mundo pos-covid que se perfila, parecen entrar en esa categoría, obligando a nuestro país a redoblar el esfuerzo por aggiornar la agenda de políticas públicas, puntualizan los economistas.

Las exportaciones de nuestro país de servicios basados en el conocimiento han aumentado a un ritmo de apenas el 1,3 % anual entre 2010 y 2020, cifra que compara con el incremento de Uruguay, del 13,7 anual en igual período, o el de Costa Rica, que lo hizo al 7,3 % anual. En Europa del Este se tienen casos como el Rumania, con una expansión acumulativa de 12,6 % anual y del 9,5% para el caso de Polonia, comparan los investigadores.

De ningún modo puede asegurarse que el país haya llegado al techo de su potencial en las exportaciones de servicios basados en el conocimiento. Obsérvese que las  exportaciones por habitante de estos ítems se limitan a los 134 dólares/año en el caso de la Argentina, cuando en Uruguay llegan a 526 dólares por habitante, en Costa Rica a 720 dólares y en Rumania a 711 dólares, subrayan Vasconcelos y González. La pérdida de market share dentro del mercado mundial por parte de las exportaciones argentinas de servicios basados en el conocimiento refleja un desacople muy inoportuno de cara al mundo pos-covid. Una señal del dinamismo que puede esperarse: el valor bursátil de las empresas asociadas a la industria del conocimiento pasó del 18,4 % de la capitalización global en 2017 a 23,5 % a mediados de 2021, un incremento de 5,1 puntos porcentuales que involucra a firmas catalogadas dentro de Software y servicios, Tecnología, semiconductores y servicios de comunicación.

A nivel global se ha achicado la participación de los bancos en la capitalización bursátil, posiblemente reflejando el avance del mercado de capitales como instrumento de canalización de ahorros y financiamiento de la inversión. Pero esta tendencia choca con la realidad de la Argentina, que acaba de ser rebajada, dentro del índice de MSCI, de la categoría de “Emergente” a la de “Standalone”, compartiendo ahora ranking con países como Jamaica y Trinidad Tobago, recuerdan.

En el plano energético, la valuación de las empresas refleja que ya ha comenzado la transición hacia un mundo con menor emisión de gases de efecto invernadero y el avance de las fuentes renovables en detrimento de las no renovables.  Si el valor de los activos hidrocarburíferos habrá de seguir una curva declinante en el futuro (aun cuando esto pudiera ocurrir más tarde de lo que hoy se prevé), entonces la agenda de la política energética de la Argentina necesita adecuarse, se indica en el diagnóstico privado. De acuerdo con estimaciones del ex secretario de energía Emilio Apud, hoy se está aprovechando sólo el 0,28 % de la capacidad de Vaca Muerta. "Vale decir, la Argentina está preservando hidrocarburos como si la transición energética fuera a demandar 200 años, en lugar de 50. Alertar sobre estos riesgos nunca será exagerado en la Argentina. Nuestro país, por los ciclos políticos, pasa con gran velocidad de exportador a importador neto de energía y combustibles", expresan los autores del trabajo. En los siete primeros meses de 2021 la balanza comercial del sector energético entró de nuevo en terreno negativo, con un déficit de U$S 713 millones, luego del pequeño superávit de 2020. Este fenómeno tiene antecedentes en el pasado cercano. Tomando los siete primeros meses de cada año, un superávit energético de casi U$S 3.500 millones (2006), se trastocó en un déficit de U$S 4.500 millones ocho años después (2014).