“Y era sabido que esto iba a pasar. Vino la Policía, pegó un par de chirlos a los mocosos y las cosas se calmaron. Pero esto no será por mucho tiempo”, advirtió Fernando García, habitante del barrio Aguas Corrientes que quedó espantado por la escalada de la violencia que se produjo en un enfrentamiento en el que murió un joven de 18 años.

Gustavo Andrade fue asesinado a balazos en la puerta de su casa. Según la hipótesis, cuatro jóvenes que se movilizaban en dos motos se presentaron en el lugar. Luego de detenerse, se inició una discusión entre ambas partes que derivó en un intenso tiroteo (se encontraron 50 vainas de cinco armas diferentes) que tuvo ese trágico final. El principal acusado es un tal “Fraga”, una de las piezas clave del clan Los Santos, que dirigiría una red de narcomenudeo en esa zona de la capital.

“Trajeron el cuerpo para que lo velaran y comenzaron los problemas. No pararon más”, dijo una indignada María Luisa Ferreyra. Y el saldo de los problemas fue cuatro casas incendiadas y una incontable cantidad de disparos de armas de fuego hechos al aire, pero también a las propiedades de algunos familiares de los acusados. Los Santos tienen sus enemigos en el barrio: “Los Araña”, otro grupo bajo sospecha de manejar el microtráfico de droga. Sus enfrentamientos en los últimos tres años tiñeron de sangre la zona: al menos cinco personas fallecieron en el marco de esta guerra por el dominio territorial.

La víctima, según confirmaron los investigadores, no formaba parte ni estaba vinculado a “Los Araña”. “Sufrieron varios golpes en los últimos tiempos y quedaron debilitados”, aseguró un investigador de una fuerza federal. “Ellos se presentaron a la casa del muerto y alentaron a la gente que se vengaran. Por eso se armó semejante revuelo en el barrio”, indicó José, un testigo que prefirió mantener en reserva su apellido. “Se movían de un lado a otro buscando a Los Santos, que estaban escondidos como ratas”, agregó el joven albañil. Ferreyra añadió: “eso es lo que tienen que hacer los Policías. Venir al barrio, perseguirlos y marcar presencia. Uno escucha que la gente dice que hay que dejarlos que se maten entre ellos, pero el problema es que los vecinos, que quedamos en el medio, podemos sufrir las consecuencias de su salvajismo”.