“¡Valete et plaudite!” gritaba el histrionis principal. Sabía que los plausores que él mismo había contratado se levantarían y comenzarían a batir palmas. Al resto del público no le quedaba otra que acompañar el gesto. Nerón tenía contratados 5.000 plausores que lo seguían en cada una de sus apariciones públicas, que eran muchísimas. Es a la época del imperio romano entonces a la que se remonta esta tradición de aplaudir, aunque en principio se tratara de una actitud destinada más que nada a llamar la atención, como gesto de aprobación o de rechazo. Hacerse sentir, para bien, o para mal.

El año en que conocimos la pandemia nos regaló algunos momentos emotivos en medio de tanto dolor e incertidumbre. Y uno de esos fue la costumbre que se arraigó durante algunas semanas en varios países de elegir una hora para aplaudir al personal sanitario. Para hacerles saber que se los apoyaba, que debían tener fuerza, que su trabajo era reconocido. Pero, como toda moda, pasó. Y los médicos, enfermeros, camilleros, auxiliares, técnicos y administrativos del sistema de salud ya ni eso tuvieron a la hora de sentir algo de retribución ante semejante esfuerzo. Nadie en el mundo le puso el cuerpo a la  muerte como ellos. Y muchos, casi 100 en Tucumán, dejaron la vida en los hospitales en una batalla desigual. Y ahí, durante los días más duros, desde distintos puntos de la ciudad llegaban los aplausos. ¿Alguna vez pensaron que los aplausos son una forma de dar la mano cuando no estamos cerca? Hasta el gesto tiene esa imagen. Dos manos que se estrechan, que palmean, que reconfortan, que dan fuerza. Era lo que sucedía en la antigua Roma, y aún sucede hoy ante el artista. Es imposible acercarse a ellos para decirles lo bien que nos hicieron con su arte, y entonces se los aplaude, se los palmea, se los felicita con ese movimiento ruidoso. Es un abrazo con estridencias.

Pero no todos los aplausos son para reconfortar. Están también los otros. Los que se hacen para llamar la atención, para provocar, para molestar, para mostrar una injusticia, para incomodar al otro. El mundo vive día a día una pandemia desde hace más de un año y aunque la vacuna haya traído esperanza aún estamos muy lejos de volver a la normalidad. Y el tan temido invierno, con encierros, aglomeraciones y situaciones que nos alejan de las condiciones ideales para cuidarnos, está cada vez más cerca. Y allí están ellos, estoicos, agotados, desesperanzados y aún llorando a sus mártires. Y ya ni aplausos hay. Y mientras tanto soportan el desdén de la política, el sector que más gasta y que más gana.

Tucumán tiene una de las universidades más importantes del país, y con una carrera de Medicina elogiada a nivel mundial. Sus egresados dejan huella donde vayan. Se los prepara para ser los mejores. Pero, y tal como ya reconoció el propio decano Mateo Martínez, las cargas están desparejas. El sistema de salud de la provincia (aunque en el país manejen valores similares) está como mínimo desajustado. No hay la cantidad de especialistas que se requieren para afrontar una situación como la que vivimos desde el año pasado. El número de intensivistas, por ejemplo, es ínfimo con respecto, por ejemplo, a los cirujanos plásticos o los pediatras. Y mucho tiene que ver con lo que ganan. En Tucumán la mayoría de los médicos del sistema público deben como mínimo otro trabajo en el privado. Y así pasan sus días, yendo de uno a otro, con guardias agotadoras y muchas veces pocos recursos. Esta situación quedó patente durante la pandemia. Sanitarios mal pagados y agotados física y psicológicamente conviviendo con la muerte a diario.

Juan Manzur es médico. El gobernador de la provincia fue ministro de salud de la Nación, donde se destacó por la lucha contra la epidemia de Gripe A (H1N1). Es sanitarista y fue titular de epidemiología en San Luis. ¿Quién más que él debería saber qué siente el personal de salud en estos momentos? ¿No debería ser el primero en pararse frente a ellos y aplaudirlos? Pero la imagen es otra. Un gobernador alejado de las necesidades de quienes se portaron como héroes durante el año más complicado de la modernidad. ¿Cómo se explica sino que los gremios más fuertes del personal sanitario estén, esta semana, llevando adelante medidas de fuerza por una recomposición salarial en medio de una pandemia? ¿Cómo se explica que ni los reciban en casa de Gobierno para iniciar una paritaria que largamente se merecen? ¿Hacía falta que hicieran asambleas para que les entregaran los elementos de protección personal indispensables para enfrentar a un virus letal y desconocido? Ya no se habla de estrategias sanitarias, donde el mundo debió aprender sobre la marcha. Se trata de que quienes están en la trinchera deben preocuparse únicamente por intentar salvar vidas, no por ver cómo llegan a fin de mes. ¿Sería tan difícil, por ejemplo, haberlos eximido de algunos impuestos como hace el gobernador tan gentilmente con los Call Centers? Manzur está acostumbrado a los plausores. Lo acompañan cada vez que sale de Casa de Gobierno para hacer sus diarios recorridos por la provincia. Lo que no escucha son los otros aplausos. Los que incomodan. Esos, en estos momentos de sosiego, son esenciales ante tanta desigualdad.