Hay que beber lavandina; comer ajo lo frena; tomar alcohol previene: no afecta a los niños; el virus fue hecho en un laboratorio; quieren matar a los viejos…

Expresiones y aseveraciones de este tipo provocaron pánico y confusión en las sociedades de todo el mundo.

La desinformación, las mal llamadas noticias falsas (si el hecho no existió, no son noticias) y la posverdad vienen arremetiendo con fuerza en nuestra vida. En este año pandémico esos males que interfieren en nuestra noción o formación de la realidad se intensificaron de la mano del uso intensivo de la tecnología. Las videollamadas en distintas plataformas, los contactos y consumo de información por redes sociales, y la avidez de todos por consumir información respecto de la covid-19 profundizaron la denominada “era de la desinformación”.

A principios de mes, la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) organizó un foro virtual con editores de América Latina para dialogar sobre este mal que involucra -y utiliza- a los medios de comunicación. “La desinformación se apoya en lo que difunde la prensa y lamentablemente cada vez circulará mayor cantidad de contenido falso”, aseveró Jean Francois Fogel, el orador del encuentro y uno de los gurúes en el mundo del periodismo y de las nuevas tecnologías.

Fogel explicó que las redes sociales son las principales difusoras del virus de la desinformación y que incluso los propios gerentes de esas empresas hacen cada vez mayores esfuerzos sin poder controlarlas. Por ejemplo, citó que Facebook posse 15.000 moderadores que eliminan el 95% de las cuentas y datos falsos en un lapso no mayor a las 24 horas. Sin embargo, el daño ya está hecho. “Es casi imposible detener la ola de desinformación que se genera entre que se larga la información falsa y el momento en que frenan esas cuentas”, sostuvo.

En ese sentido, la Unesco también se viene ocupando, por medio de su área de Políticas y Estrategias sobre Comunicación e Información, de echar luz sobre tanta noticia falsa. Lo último que encararon fue una campaña en las redes sociales con las etiquetas #PiensaAntesDeCompartir y #PiensaAntesDeHacerClick como manera de concientizar respecto del daño que provoca compartir informaciones irreales.

Allí, añade Fogel, reside el mayor problema con la desinformación. “La verdad es lo que conocemos. Lo digital nos permite estar en una tribu de personas que tienen el mismo gusto compartido en algo, en lo que sea. La desinformación funciona ahí, en esos grupos cerrados”, explicó.

El experto francés, lamentablemente, vaticina que la desinformación tiene un gran futuro, de la mano de la tecnología que avanza: llega el 5G en la movilidad, nuevas herramientas de edición de video y de fotografía de fácil utilización y la consiguiente proliferación de muchísimo más contenido. En este sentido, alertó que las fake news ya no son sólo textuales, sino que también se manipulan fotografías y videos con tal calidad que parece casi imposible que el personaje involucrado pueda negar que en realidad sea él. El desafío es enorme.

¿Y cuál es el rol del periodismo en este ecosistema tan complejo?, le preguntó LA GACETA.

“El periodismo debe tratar de mantenerse como una voz distinta en este mundo de desinformación. Alejarnos de lo que busca la publicidad, de lo que buscan los políticos, de lo que buscan los científicos. El periodismo es una voz distinta porque es la única voz confiable, independiente y desinteresada. Si mantiene la diferencia en eso, prevalecerá”, concluyó. El desafío nos involucra a todos.