Durante muchos años Villa Batiruana fue un pueblo fantasma recostado en el río Marapa. Las 32 casas habían sido construidas para quienes trabajaron en la construcción del dique Escaba, y al finalizar la obra quedaron abandonadas hasta hace pocos años, cuando comenzó la recuperación.

A menos de 130 kilómetros de allí, investigadores de la Unidad Ejecutora Lillo (UEL), dependiente del Conicet y de la Fundación Miguel Lillo (FL), durante años soñaron con lograr (al menos) la primera estación biológica tucumana donde hacer buena parte de su trabajo, que consiste en identificar, describir, clasificar, agrupar y nominar la biodiversidad tucumana.

“Nuestro primer laboratorio es el campo -cuenta Claudia Szumik, entomóloga (especialista en insectos y arácnidos) y flamante directora de la UEL-, y el de Batiruana está muy bien conservado y muy poco explorado”. Hay serranías y zonas biogeográficas típicas de la provincia: yunga, bosque chaqueño, pastizales de altura... “Una estación biológica aquí, sabíamos, daría soluciones logísticas para investigadores y becarios, y también la posibilidad de un proyecto común a los que amamos la naturaleza: el estudio de la biodiversidad de nuestra provincia accesible a toda la comunidad”, explica.

Lo hace llena de emoción, rodeada por su “laboratorio a cielo abierto”, mientras oficialmente el sueño se cumple: quedó inaugurada en Batiruana la primera estación biológica tucumana, gracias al esfuerzo de muchos biólogos, con el apoyo y el compromiso de la comunidad de Batiruana, de las autoridades comunales de la zona, de la Fundación Lillo y del Conicet, de la hidroeléctrica que funciona con las aguas del embalse y de mucha, mucha gente.

“Estoy muy orgulloso de estos científicos -dijo durante la breve ceremonia José Frías Silva, presidente de la FL-; de su esfuerzo, su tesón, su perseverancia. Esta estación será la puerta más austral a esa pequeña ‘selva entre cuatro calles’ que tenemos en la ciudad, por el legado de Miguel Lillo, del que estos científicos se hacen cargo. Y quiero agradecer a la comunidad por habernos permitido y habernos ayudado a abrir esta puerta. Que no será la única; queremos armar muchas estaciones más”.

La delegada comunal de Yánima, Graciela Maidana, no podía dejar de sonreír. “Estoy orgullosa de estos chicos biólogos, que ya son como mi familia y un ejemplo para nuestros jóvenes”, aseguró y añadió: “yo también voy aprendiendo con ustedes, y todavía podemos hacer mucho más”.

Un poco de historia

Llegar hasta ese punto no fue sencillo. La idea y las ganas estaban (“nunca escuchamos un ‘no’, o un ‘no se puede’”, asegura Claudia), pero hizo falta un montón de trámites, papeleo y negociaciones hasta que el 9 de setiembre de 2015 se oficializó la cesión durante 20 años de una de las casas. Estaba bastante destruida, así que se la está acondicionando de a poco. Ya hicieron trabajos básicos de albañilería, carpintería e instalación de electricidad y de agua, de modo que dos salones de la flamante estación pueden ser utilizados.

En el más grande se armará un laboratorio-aula; y en el más chico, un dormitorio con baño, que permitirá quedarse allí, y así mejorar el rendimiento de los viajes de campo hacer las colecciones. Los trabajos los hicieron entre todos: “la gente de la hidroeléctirca se hizo cargo de la instalación de luz -cuenta, mientras acompaña en el recorrido, María Laura Jiménez, una de los tantos científicos que pusieron el hombro con entusiasmo- y Samuel Ibáñez , que vive aquí, comandó los trabajos de albañilería”. “Los vecinos nos apoyan mucho, y entre todos pintamos”, agrega.

La naturaleza en los muros

Este no es un dato menor: las paredes de la estación, como una suerte de “huella de identidad” han sido cubiertas con murales. Y ese “entre todos” de María Laura es extenso: a mediados de noviembre, con los muros ya blancos, biólogos de la UEL, estudiantes de la materia Vertebrados de la Facultad, emprendedores de villa Batiruana y personal de la comuna de Yánima, comandados por la “profe” de plástica Pilar Pucheta, dieron los primeros grandes pasos de los murales en los que se representan la flora y la fauna de la zona. Más adelante se sumaron estudiantes de escuelas de Alberdi y la Cocha.

Y el jueves, que fue día de fiesta en Batiruana, los murales llenaron de color y vida la celebración que envolvió a los pobladores y sus niños con los científicos y los suyos. El verano, que en Tucumán siempre se adelanta, regaló un día brillante. Que además haya sido caliente no fue un problema: la alegría por el sueño conjunto cumplido pudo mucho, pero mucho más.

Lo que viene: educación y servicios a la comunidad

Además de facilitar colección, separación y estudio del material in situ, la estación será sede de cursos de grado y posgrado en campo y pasantías, pero también de cursos para la comunidad, tanto sobre la flora y la fauna locales como sobre qué es investigar y por qué es importante. “Podremos formar futuros biólogos”, se permitió soñar la delegada comunal. Se proyecta además un pequeño museo, como referencia para la comunidad y para reforzar la posibilidad del ecoturismo, sumado al desarrollo de senderos de interpretación.