Como es sabido, el viejo Colegio Nacional de Tucumán, que abrió sus puertas en 1865, tiene su antecedente en aquel Colegio San Miguel, dirigido durante cuatro años (1858-1862) por Amadeo Jacques. Cuando este maestro resolvió partir definitivamente a radicarse y enseñar en Buenos Aires, “había dejado ya en Tucumán siembra fecunda de cultura y de elevadas enseñanzas morales, cuya cosecha había de recoger más tarde la provincia en gobernantes y políticos ilustrados y tolerantes, y que llegó hasta nosotros en el Colegio Nacional a través de los discípulos que él habia formado”, escribió Gregorio Aráoz Alfaro, bachiller 1885 del Nacional.

Se pregunta este autor: “¿Cómo fueron a parar a Tucumán, que no era entonces sino una lejana aldea interior, estos eminentes exiliados franceses? No lo sé, pero el hecho es que a ese azar feliz debió Tucumán una élite intelectual rara en el interior del país y cuyo influjo habría de prolongarse mucho tiempo. Cuesta evocar, en aquel ambiente humilde y estrecho de la pequeña provincia (ambiente que debió él, sin embargo, encontrar más propicio que otros para dedicarse a fijar allí su residencia) la figura de ese pensador ilustre, flor de la alta cultura francesa, que había de ser primero y en Buenos Aires más tarde, el organizador de la instrucción secundaria, el padre intelectual de esa generación brillante que es hoy la fuerza y gracia del país, cuyo talento tiene aticismo en su profundidad y conserva, como dice Horacio, el perfume de lo primitivo”. Se refería a la generación del 80.

Miguel Cané, conspicuo representante de ella, “ha hecho, en su ‘Juvenilia’ y en otros escritos, el justo elogio de aquel maestro de la juventud que, para fortuna nuestra, las oleadas revolucionarias de la vieja Europa echaron a las playas argentinas”.