El sarampión es una enfermedad viral muy contagiosa y potencialmente grave. Se propaga fácilmente cuando la persona infectada elimina secreciones respiratorias al hablar, toser o estornudar, o por estar en contacto con cualquier objeto contaminado. Los más afectados son los niños, pero cualquier persona puede contraerlo. Y en algunos casos pude causar la muerte. Sus síntomas son fiebre alta, secreción nasal, tos y conjuntivitis; después aparecen pequeñas manchas blancas en la cara interna de la mejilla, y erupción en la cara y el cuello, que se extiende al resto del cuerpo. Es fácilmente prevenible: sólo se necesitan dos dosis de la vacuna triple viral (una a los 12 meses y la segunda a los 5 o 6 años), que además protege de rubeola y paperas. La falta de vacunación puede deberse a dificultades de acceso a los sistemas de salud, pero  el hecho de que en Europa el aumento de casos ronde 120 % en un año, y que EE.UU. registre en ciudades como Nueva York las cifras más altas en 25 años, dan cuenta de que “la desinformación y la falta de concientización sobre la necesidad de vacunarse” -como se refirió elípticamente el portavoz de la OMS, Christian Lindmeier, al movimiento antivacunas- están causando un grave problema de salud pública

Gracias a la vacunación, Argentina logró eliminar la circulación endémica del virus del sarampión en 2000. Desde entonces, hubo 43 casos importados o vinculados a la importación: 17 en 2010, tras el Mundial de Sudáfrica; y en 2018 (14 casos agrupados en 3 brotes). En 2019 hubo cinco, dos de los cuales presentaron la enfermedad al regresar de Brasil. Para proteger a quienes no pueden vacunarse, Mayores de 5 años, incluidos adultos Nacidos después de 1965 deben acreditar dos dosis de vacunas. Si no pueden hacerlo, es necesario y urgente que se vacunen.