Al ilustre jurista, hombre público y literato Joaquín V. González (1863-1923), lo preocupó enormemente la persistencia del odio en la actividad política de los argentinos. Opinaba que era urgente lograr que desapareciera algo tan destructivo para la comunidad. “En mi larga vida pública de soldado y conductor de partidos, de funcionario, gobernante y legislador, he podido ver muchas cosas, auscultar muchos corazones, profundizar muchas conciencias, leer en muchos espíritus, y puedo afirmar que nuestro pueblo se halla trabajado por gravísimos males”, expresó en 1918, al abandonar la presidencia de la Universidad Nacional de La Plata.

Algo en extremo visible, añadía, era “la persistencia, en alarmante desarrollo, de los odios ancestrales y de los odios domésticos, creados en las luchas civiles de la anarquía, de la dictadura y de las primeras décadas orgánicas”. Se trataba de “un hecho que ningún eufemismo social ni convencional puede ocultar por más tiempo: los partidos políticos y los hombres aisladamente, en sus luchas políticas, no combaten sólo por la salud de la patria, sino por el aniquilamiento y exterminio del adversario”.

Así, “la propaganda victoriosa, la actitud más aplaudida y más feliz, son las más inspiradas en el odio y en la ferocidad; las diferencias, las divergencias y las antipatías, se desatan en la lluvia de fuego de la afrenta, la calumnia, la injuria más extrema”. Y ocurría que “en las obras o empresas individuales, en la que habría derecho a esperar una cooperación benévola, es proverbial la oposición, la resistencia, la contradicción apriorística y prevenida que va contra el autor y no contra la obra; o va a la anulación y no a la mejora de la tentativa, por el aporte de una crítica constructiva y prolífica”.