Llegar hasta aquel portón bien iluminado y custodiado por personal de seguridad privada es casi una aventura. Es toda una aventura porque lo que debería ser una ruta iluminada, como el sol que nos despierta cada mañana, es más bien un túnel oscuro. Un agujero sin fin. 

Esa es la impresión que te da recorrer un ínfimo tramo de la autopista Tucumán-Famaillá, por la zona del Mercofrut. Es una experiencia traumática. “Siempre está así”, me responden ya desde adentro del predio donde nos reciben con la mejor onda.

Buceo dentro de la Empresa 9 de Julio. Consulto sobre qué pasa con la basura, sobre cuántos desechos generamos los tucumanos de la capital y sobre cómo se maneja un obrero en acción. Así se los conoce a quienes vemos persiguiendo y arrojándole bolsas al camión que a veces uno puede llegar a odiar. El zig zag que suele dibujar en las angostas calles del microcentro puede tomarse como una cargada. No lo es.

“Así protegemos a los obreros, que pueden cruzar la calle sin que alguien se lo lleve por delante. No se respeta nada. Si pueden pasarte por encima, lo hacen”,  se queja uno de los choferes matriculados de esta empresa encargada de levantar los desperdicios de la capital. Que son muchos. Demasiados.

Al escucharlo a Gabriel Quintana, jefe del área de servicios, el asombro vence a la duda. “En promedio, levantamos 600 toneladas de residuos diarios de la capital”, una barbaridad. Son 600.000 kilos de basura por día ingresando a la planta de transferencia llamada San Felipe, receptora, además, de Yerba buena, Banda del Río Salí y Las Talitas. Tanta basura sin reciclar...

San Felipe linda al frente de la 9 de Julio, cruzando la autopista. Los desechos son cargados en bateas y dirigidos al predio de Overo Pozo, a 50 kilómetros de la capital. Overo Pozo es un cementerio de todo lo que tiraste. Fue construido a gran escala y constituido por siete ciudades (y comunas adheridas) de la provincia que formaron El Consorcio Público Metropolitano. Compactada la basura, sin selección alguna (insisto), esta se entierra en una celda (pozo) de 300 metros de largo y 100 metros de ancho. Ese es el sistema. Cero reciclaje. Qué bien.

Lo que sí hay en Overo Pozo es un sistema de cañerías recolectoras de líquidos contaminantes llamados lixiviados. Esos líquidos van a piletones. LA GACETA estuvo en marzo en el predio. Desde El Consorcio informaron una gestión por un crédito del Banco Interamericano de Desarrollo para construir una planta de tratamiento de esos efluentes, en vez de acopiarlos. ¿Dulce espera?.

SALIDA. A las 21 comienzan a salir los camiones que recorren las arterias de las

A jugar

Cada uno de los 22 camiones que cumplen el servicio nocturno sale en tiempo y forma de la línea de largada, a las 21. Son tres los comensales que viajan en cada unidad: el chofer y dos obreros. Comentan los muchachos, el centro viene a ser el Edén de los recolectores. Es un recorrido más corto, de entre 130/140 cuadras. No se corre "tanto", pero sí se hace más pesada la carga. Lo mejor, es más seguro que el resto de los trazados. 

En la periferia, hay puntos de 200 cuadras.

En la periferia, dependiendo el GPS, puede correr sangre.

En la perifería no se maneja de noche.

En la perifería se respeta el día. La luz.

Pocas veces se han animado a robarle a tres operarios juntos. “Pero pasó”, nos revela Quintana. Ni el que saca la basura de tu casa se salva.

El servicio nocturno es exclusivo de las arterias de las “cuatro avenidas”, Sarmiento, Roca, Sáenz Peña y Mitre. Y así y todo, la exclusividad varias veces se vio cacheteada por los robos. “Hay lugares picantes. Por Bernabé Aráoz y Bolívar te cagan choreando”, se queja uno de los operarios que decidió llamarme Fariña y no Leo. “Son rápidos los changos”, risas. Riámos.

Cada camión es seguido por una especie de auditor. El supervisor constata que el servicio se cumpla y, además, está para cualquier emergencia, desde mecánica a física. Es una especie de juez con el valor agregado de a su vez ser un ángel de la guarda. José Ernesto Galván, nuevito en el rubro, es uno de los veedores. José fue futbolista, jugó en Boca, pero su tesoro hoy es la basura. “Así me dice mi hijo. ‘Papá, ahora te vas trabajar con la basura’”. José es feliz. Puede parar el pan en la mesa.

Si el jefe lo dice...

Ingresar a barrios como el Juan XXIII (La Bombilla), El Chivero, Manantial Sur, San Ramón, Villa 9 de Julio, y la retaguardia del cementerio del Norte, madre Santa, asienten los chicos. El peligro es un extra en el paisaje.

“Hay veces que van custodiados uno o días por la policía. Después pasa que ‘el mandamás del barrio’ avisa que está todo bien y todo vuelve a la normalidad. Cuando sucede este tipo de problemas enviamos una nota a la Municipalidad explicando la situación del operario y de que está en riesgo su integridad física. Igualmente, el servicio nunca se suspende. Sí o sí hay que hacerlo”, sostiene Quintana, con 37 años de gestión.

Los operarios que más sufren la delincuencia son los barrenderos. Están solos en la noche y suelen ser la carnada perfecta para bandas delictivas. “Es una pena lo que hacen”.

A FIRMAR. Antes de cumplir los recorridos los operarios deben retirar su hoja de ruta.

Vecino ejemplar

Acostumbrarte al dulce y agrio aroma de la basura es excluyente. “Ni cuenta te das, te acostumbrás”, la respuesta suena un tanto forzada, pero al fin y al cabo le creo a Marcelo García, padre siete hijos y con 27 años -de sus 48- trabajados en la recolección de residuos. García fue gremialista, “10 años”, y jamás pidió algo a favor suyo, jura. Nadie de su familia trabaja en la basura. Solo él.

A García le gusta su trabajo (y el dinero). Cumple dos turnos, el de la noche y uno especial, que sale los mediodías y que viene a ser un complemento de los recolectores que no pueden con el excedente que saca un vecino. La ordenanza municipal estipula que deben levantarse dos bolsas por propiedad. Bueno, la gente se abusa, como con las famosas bolsas de césped: “los de la Mate de Luna, desde el Cristo hacia abajo”, dominan el ránking, explica García, con conocimiento de causa. Él es quien se encarga de los excedentes.

Ahora maneja un camión pero hubo un tiempo en que fue obrero. Allí encontró su mejor tesoro, por la zona del Barrio Modelo. “Fue antes de llegar a la (avenida)  América. Me encontré un par de botas tejanas en una caja. Estaban cero. Encima eran talle 41, el mío, je. Veinte años las usé. No me explicó cómo pudieron haber caído ahí. Tuve suerte”, confiesa Marcelo, el primero en llegar y último en irse de la 9 de Julio. “Vivo a la par del predio”, literal.

Entre los flashbacks oscuros, me confiesa García, hay uno doloroso. “Fue hace 15 años, más o menos. Haciendo un recorrido por El Chivero, los muchachos tiran una bolsa, notan algo sospechoso y la abren: era el feto de un bebé”, puede que estos hombres se hayan vuelto inmunes a muchas cosas, pero no a la vida.

AL VOLANTE. Toledo lleva 13 años en la empresa y jamás faltó.

Entre el Boca del “Virrey” y el sueño del camionero

Galván es quien me lleva en su camioneta al punto de encuentro con los operarios, en la Ayacucho y Roca. No pude salir con ellos desde Los Vázquez porque deben ir los tres en la cabina.

Galván es nuevo en el negocio de la basura. Dice que tuvo suerte de encontrar este trabajo. Vive más de noche que de día. No se queja.

Su carrera en el fútbol estuvo eclipsada por varios contratiempos. El principal, las lesiones. “Tres de rodilla”, se lamenta este ex volante mixto de 39 años con varios sellos en el pasaporte. “Bolivia, Perú, Ecuador, México, Estados Unidos y Chile, donde pasé mis últimos cinco años de carrera, entre Cobresal y  Coquimbo Unidos”.

Galván se ganó la mirada de los reclutadores de Boca después de participar con el CEF 18 de la Gothia Cup del '96, en Suecia. “Formé parte del primer equipo que viajó. Soy de Tucumán Central, pero producto de Daniel Petrella”, reconoce quien compartió plantel con los galácticos del Boca de Carlos Bianchi. “Era casi imposible jugar ahí. A veces la suerte juega su parte”, sostiene José Ernesto, que jugó en La Bombonera, sí, pero jamás con la Primera. Delante suyo sobraban los apellidos: Traverso, Basualdo, Cagna, Gago, Serna, Riquelme y la lista continúa como una cascada.

Su mujer, Luciana, y sus hijos, Benjamín (10) y Magdalena (5) están cómodos en Tucumán. La pelean. “Nos pasamos mucho tiempo afuera. Intentamos quedarnos en Chile pero no funcionó, y Buenos Aires es difícil”. Gracias José, nos vemos.

Hago el trasbordo.

El que maneja y zigzaguea el camión con caja automática es Carlos Toledo. Ni sus brazos, ni sus pies, ni su cabeza están quietos. “No se puede”, se excusa. En cada lateral de su unidad hay dos espejos retrovisores grandes que tienen otros dos pequeños, con aumento. Toledo se disculpa. “A veces la gente cree que cruzamos el camión de gusto, pero no es así. Es para seguridad de los obreros. Cuando puedo y tengo un hueco, me tiro a un costado así nos pasen. No es lindo esperar”.

Toledo es ejemplar porque ama su trabajo. Su sueño era trabajar en la 9 de Julio. “Siempre lo quise y acá estoy (sonríe). Manejaba una grúa municipal hasta que puede entrar acá, hace 13 años”, confiesa este fanático de los pucheros que le cocina su esposa Carolina

Toledo recibió un premio especial este año. “Por asistencia perfecta. Jamás falté a trabajar”, Toledo merece el premio al 1° de mayo.

Toledo es bueno.

Toledo pudo hacerse de un botín alguna vez, con dos compañeros.

“Uno de los muchachos encontró un montón de billetes, como no sabía qué eran, al llegar a la empresa los empezó a regalar entre los 30 que estábamos ahí. A cada uno le dio uno ‘para la suerte en la billetera’. Eran dólares”.

Fin.