“Cuando yo era chico, había vino en la mesa todos los días. Mi viejo iba al almacén del barrio y pedía un vino. Como mucho, el almacenero le preguntaba si quería tinto o blanco. Ni cepa, ni marca, ni región. Él elegía entre uno de esos y se iba contento con su vino a la casa. Hoy se para frente a la góndola en el súper, ve 50 etiquetas diferentes, no entiende nada y elige una cerveza”.

Cualquier parecido con la realidad no es mera coincidencia. La comparación entre esos dos momentos de la historia del vino en argentina pertenece a Alejandro Lahitte, creador del blog www.acercatealvino.com.ar. Él se autodefine como “un consumidor de vino que por gusto y por pasión trata de comunicar el vino y aportar su granito de arena”. ¿Granito de arena para qué? Para acercar el vino a la gente, para que vuelva a estar en la mesa de todos los días, para que se baje de ese pedestal elitista al que se ha subido en los últimos años y que ha instalado la idea de que, para disfrutar el vino, hay que saber de vinos.

Hoy se celebra en Argentina el Día Nacional del Vino, la bebida nacional. Para este año, la Corporación Vitivinícola Argentina (Coviar) auspició una fuerte campaña en redes sociales con el lema “El vino nos une”. Se engancharon personajes populares como Marcelo Tinelli o la bailarina de tango Mora Godoy, que subieron fotos con los hashtags #ElVinoNosUne y #VinoBebidaNacional. La movida responde a esa intención (necesidad también) de que el vino vuelva a ser masivo y fácil de entender.

“Hace 30 años, Argentina tenía un consumo anual per capita de 80 litros. Hoy apenas llega a 20. Tiene que ver con muchas cosas. Así como ha crecido muchísimo la calidad del vino argentino, también ha aumentado el precio. Pero también tiene que ver con la aparición, hace unos 15 años más o menos, de sommeliers y críticos que comenzaron a hablar del vino en términos complejos... Eso alejó el vino de la gente”, explica Silvio Martinelli, sommelier tucumano creador del evento anual Noa Wine Tasting.

Cambio de estrategia

Cuando los números comenzaron a caer, continúa Martinelli, la tendencia comenzó a revertirse y los mismos sommeliers que integraban la “elite” del vino se dieron cuenta de la necesidad de bajarlo de ese lugar solemne en el que ellos mismos lo habían colocado. “Yo creo que hay que sacar el vino de ese pedestal y promover su consumo de una forma entendible, cercana. Ahora se comenzó a vender vino en lata (vinos jóvenes, frutados, para consumo inmediato), se hacen cócteles con vinos, nadie te va a criticar por tomar un vino con soda... quizás a mí como sommelier no es lo que más me gusta, pero que lo consuma el que quiera y como quiera”, destaca.

Entre los dos mundos del vino, lo que se busca es la convivencia. “El mercado del vino de gama, para el consumidor avezado, el que tiene más inquietudes, que lo toma como un hobbie, una pasión y le busca algo más sigue y seguirá existiendo. Es un segmento que crece y mucho, pero sigue siendo muy minoritario, no genera los números que mueven la industria”, analiza Lahitte.

En opinión de este comunicador, para volver a acercar el vino al gran público hay que simplificar el mensaje. Ese puede ser el camino para que el vino vuelva a la mesa de los argentinos. “Argentina tiene una diversidad de vinos que es motivo de orgullo, pero a esa diversidad hay que acercarla con un mensaje simple. Los vinos frescos, de ‘alta chupabilidad’, como decimos nosotros, que permitan que la botella fluya están ganando esa carrera. Hay mil maneras de consumir el vino -siempre responsablemente- y todas ellas nos dan satisfacciones”, finaliza.

> El pingüinito | En las épocas del vino a granel
En épocas en las que el vino se vendía a granel o en damajuanas, los vendedores en las cantinas y los consumidores en las casas comenzaron a adoptar el famoso “pingüinito”, que tuvo su pico de éxito entre las décadas de los 50 y los 70. No se sabe a ciencia cierta a qué responde su forma, pero lo que sí se sabe es que los intentos de darle forma de otro animal no tuvieron éxito.



> Gen millenial | El vino que busca a los jóvenes
“No aspiramos a lograr altas puntuaciones y grandes críticas, ni a ser elogiados por los ‘entendidos’ del mundo del vino”. Esa es la visión de La liga de enólogos, una experiencia de co-creación de vinos que surgió hace un año. Lo impulsan siete enólogos del interior del país con base en distintas provincias. “Nos conocimos en la facultad estudiando cuando no teníamos un mango para comprar un buen vino. Entonces decidimos juntarnos a hacer el vino para esos bolsillos”, explica Alejandra Riofrio, una de las siete enólogas. “Somos un grupo de amigos que cuestiona y desafía el formato tradicional de esta gran bebida. Porque ya cambió la forma de escuchar música, de trabajar, de mirar películas, de viajar, teníamos que cambiar la forma de hacer y tomar vino”, explican en su página web, haciendo referencia a la manera “colaborativa” de elaborar su vino.