El riojano Timoteo Gordillo (1814-1894) fue un auténtico pionero del camino y del transporte en la Argentina, en la época de las mensajerías o diligencias. Cuando fue nombrado Inspector Nacional de Postas y Caminos, partió de Rosario en viaje de inspección a Córdoba, Santa Fe, Jujuy, Santiago del Estero, Tucumán y Salta. En “Campo argentino” (1944), el tucumano Pablo Rojas Paz narra sus peripecias.

Gordillo notó que los caminos daban demasiadas vueltas, agravando los gastos oficiales en las diligencias y aumentando sin necesidad las incomodidades del viajero. Entonces, “persuade y convence a los pobladores de la conveniencia de los caminos rectos, y los incita que sean ellos mismos quienes retiren los cercos y marquen los trechos”. Así, con la ayuda de vecinos, pudo realizar “su gran idea”, de “acortar en 43 leguas la distancia entre Tucumán y Santiago del Estero, y la de Salta a Tucumán en 25 leguas”.

Narra el mismo Gordillo que, “en Burruyacu, coloqué a don Zenón Arias como maestro de posta y lo habilité con dos mensajerías para llevar pasajeros y correspondencias a Salta, poniendo él los caballos y tomando para él el beneficio que sacara del negocio”.

Cuenta que en uno de sus viajes, en Monteros, “se encuentra con un niño, Julio Argentino Roca, y le sorprende la claridad y agudeza de su inteligencia. Del mismo modo, encuentra en Salta a un niño llamado Eduardo Wilde, y se los trajo a ambos a estudiar al Colegio de Concepción del Uruguay a costa suya. De tal modo, no sólo era un hombre de empresa, un zapador del porvenir, sino también una fina sensibilidad, que contribuyó a formar personalidades de trascendente intervención en la historia de nuestro país”.