“Mi querido Sarmiento: he estado muy mal de salud durante tres meses, más del alma que del cuerpo”, escribía el 28 de abril de 1878 el tucumano José “Pepe” Posse a su íntimo amigo sanjuanino. “Mis hijos empiezan a darme serios disgustos, porque no puedo satisfacer en el todo pretensiones e intereses que vienen desarrollándose en la edad, y que fomentan las malas costumbres de esta sociedad, cuya moral va en decadencia progresiva. Estoy profundamente triste y desencantado, sin objeto exterior que me apasione; la vida me fastidia porque no tengo a qué aplicarla útil o agradablemente”.

Preocupa a Posse no tener más noticias de Sarmiento que las que le dan “los viajeros, de haberte visto en la calle a la distancia, en aparente buena salud”. Quería “saber directamente cómo te va, qué haces y qué piensas. No te veo en escena ni de perfil ¿Es voluntario tu alejamiento? No puedo comprender lo que allí (en Buenos Aires) pasa; todo lo que sucede me parece obra de la casualidad, hechos y cosas no previstas”. A su juicio, “el desenlace final será la anarquía, cuyo comienzo está en la perversión de ideas en materia de gobierno, y en la espantosa corrupción de los agentes de la administración, que han hecho del robo una industria sin patente y sin castigo”.

Pensaba que faltaba al gobierno “autoridad personal y cooperación honrada de sus servidores. Hay no sé qué de fugaz en todo lo que se hace; como si se anduviera sin plan y sin rumbo, viviendo con el día sin pensar en la mañana siguiente. En esta situación sin base y sin color definido nos va a tomar la crisis presidencial, dándonos contra las paredes en busca de una salida y un rumbo de la oscuridad”.