En Buenos Aires, en 1925, el doctor Juan Heller (1883-1950) tuvo oportunidad de asistir a la representación de “La divisa punzó”, de Paul Groussac. La protagonista femenina era la actriz Camila Quiroga. Le causó “una honda emoción estética” y la juzgó alguien que “honra y dignifica el drama nacional y el arte”, en el artículo dedicado, poco después, a la presentación de Quiroga en Tucuman.

Admiraba “su dominio y absoluto manejo del acento humano”, que en muchos momentos llegaba a la perfección. “No es éste su mérito menor; antes bien es el principal y más encomiable para quienes creen y practican, como ella, que el dominio de la técnica debe ser inseparable del don natural de la inspiración; y que esta última, aislada y sola, degenera y muere estéril, condenada a las formas subalternas del arte”.

En la tercer escena de “La divisa”, cuando interpretaba a Manuelita Rosas hablando con Thompson, le impresionaban “su juego y sus recursos atrayentes”. Aparecía “fina y delicada, el óvalo gracioso de su rostro y el busto ceñido y grácil emergiendo del amplio miriñaque de su traje”: una figura “evocativa y cautivante”.

Con “sus grandes y lucientes ojos negros, con leve sonrisa cambiante, con ingenua y virginal malicia, insinuábase ante el enamorado viajero (Thompson), y toda su persona, la temblorosa emoción de la voz en la evocación de los pequeños y frívolos recuerdos de infancia, la cambiante sonoridad del acento, revelaban magistralmente la lucha y el afán interno, la plenitud del sentimiento, el pudor de la confesión, el desborde contenido de la pasión única y suprema”. A su criterio, “basta esta escena así representada por la señora Quiroga, para consagrarla como notabilísima intérprete dramática”.