El estallido de la Segunda Guerra Mundial paró la pelota. Desde Francia 1938 no volvió a disputarse una Copa del Mundo hasta 1950. En el congreso de 1946, realizado en Luxemburgo, FIFA le entregó a Brasil la responsabilidad de organizar el cuarto campeonato de la historia.

Habían sido años grises para el deporte en general, y el fútbol no fue la excepción. Cuentan que el entonces vicepresidente de la FIFA y presidente de la Federación Italiana de Fútbol, Ottorino Barassi, se pasó la guerra custodiando la Copa. Era su gran debilidad y no quería que ese trofeo sucumbiera durante el conflicto bélico. Barassi lo escondió debajo de su cama y hasta durmió abrazado a él. Lo cierto es que la copa de oro macizo salió indemne.

Con cenizas aún flotando en el aire debido al mayor conflicto bélico de la historia, la pelota volvió a rodar. Justo en Brasil, lo que pintaba como la ocasión ideal para que un equipo brillante pudiera finalmente subirse al máximo escalón del planeta futbolero. Sin embargo, nadie imaginaba que la fiesta iba a terminar de la peor manera, con un país quebrado anímicamente y con uno de los grandes fracasos en la historia del deporte.

En 1950, el Mundial volvió a Sudamérica. En parte para cumplir la idea primordial de FIFA de alternar el certamen entre ambos continentes, aunque también un poco obligado debido a las condiciones económicas y políticas de los países europeos.

Fueron 13 las selecciones que participaron del certamen. Algunas debieron bajarse por las secuelas que dejó la guerra y otras renunciaron a desplazarse hasta Brasil. Entre ellos, la poderosa Hungría que a esa altura ya era una potencia. Mientras tanto, la FIFA se mostró inflexible con Alemania, que si bien se había ganado su presencia en el campo, fue apuntada como responsable de la guerra y fue excluida.

El formato de Brasil 1950 fue diferente al del resto de los mundiales. Se había decidido que el certamen de definiera a través de una fase decisiva en un formato de liguilla entre cuatro equipos. Hasta ahí llegaron Brasil, Uruguay, Suecia y España. Y el gran e histórico duelo entre Brasil y Uruguay fue una especie de final, aunque no una final propiamente dicha.

Brasileños y uruguayos se enfrentaron en la última jornada y, paradójicamente, los anfitriones llegaron con cuatro puntos en la tabla, mientras que los uruguayos habían acumulado tres. Por ese motivo, a los dueños de casa le bastaba con sumar un empate para proclamarse campeones del mundo.

Con un mítico “Maracaná” a pleno y ante una torcida multitudinaria, Brasil parecía encaminarse a cumplir con un mero trámite para alzarse con la Copa. Pero no, el destino le tenía preparada una casi tragedia futbolística a los locales.

De acuerdo a los registros de la época, el estadio tenía una capacidad para 176.000 espectadores. Sin embargo, el 16 de julio de 1950 cobijó a más de 200.000 almas, según documentos extraoficiales.

Desde las primeras horas de ese día, las adyacencias del gran coliseo carioca eran una fiesta. El tradicional carnaval de Río de Janeiro parecía haberse detenido en el tiempo. No había ni un brasileño que no diera como cosa juzgada la conquista del título. Incluso, los diarios ya habían preparado e impreso las portadas del día posterior al gran juego; y la Federación Brasileña había mandado a preparar una colección de relojes para regalarle a sus jugadores. Ese presente llevaba grabado una frase contundente: “campeones del mundo”.

Pero sucedió lo inesperado. Uruguay se disfrazó de David y batió a Brasil, que interpretaba el papel de Goliat. El resultado final dejó un mar de lágrimas y provocó suicidios en masa entre los brasileños, que no podían creer haber recibido uno de los mayores mazazos de su historia.

El estadio “mais grande do mundo”

El estadio “Jornalista Mário Filho”, más conocido como “Maracaná” gracias al barrio de donde se ubica, actualmente tiene capacidad para 78.838 personas sentadas. Sin embargo, en la final de 1950 llegó a albergar a 203.850 espectadores.

Curiosa deserción

India se negó a participar de Brasil 1950 porque la FIFA no autorizó a sus jugadores a disputar los partidos descalzos, como lo hacían en su país.

Italia, disminuida a causa de la tragedia

El 4 de mayo de 1949, el avión que trasladaba a la plantilla de Torino, el mejor equipo del Calcio en ese entonces, se estrelló en las afueras de Turín, en medio de una tormenta, violentas ráfagas de viento y escasa visibilidad. En ese accidente perdieron la vida todos los jugadores -excepto Sauro Tomá que estaba lesionado y no viajó. Torino era el equipo que más futbolistas cedía a la “Nazionale”, por lo que Italia jugó el Mundial de Brasil sin sus principales figuras.