Introdujo el pararrayos en Tucumán, en 1864, un joven italiano llamado Vicente Brusa. Colocó uno en la torre del Cabildo y otros “en una de las torres y la media naranja” de la Catedral. Luego, sus aparentes conocimientos técnicos tentaron a los industriales Wenceslao y Manuel Posse, asociados con su primo José Posse, a contratarlo para desarrollar un ambicioso proyecto de plantío e industrialización del añil, en la zona de Ranchillos.

José Posse narraría lo que ocurrió con Brusa, en carta del 2 de octubre de 1865, al gobernador de Santiago, Absalón Ibarra. Le contaba que “aquel joven inteligente y sabio, nuestro compañero en la empresa del añil, se ha suicidado el 27 de septiembre a las 4 de la tarde con una dosis de veneno. Los auxilios de la medicina llegaron tarde, porque sólo en las convulsiones de la agonía se conoció el estado del malogrado Brusa”.

Agregaba que “la causa impulsiva de la catástrofe la reveló él mismo, en una carta que dejó a la cabecera de la cama. Se había equivocado en la nivelación de una acequia que sacaba para Wenceslao Posse, y al concluir el trabajo de la acequia recién conoció el error. Pues bien, su amor propio, sin que nadie le tomara cuenta de ello, se sintió herido y temiendo el ridículo y la censura como hombre de ciencia, hizo punto de honor y tomó la resolución extrema de quitarse la vida, dejándonos en la mayor consternación”.

Posse le tenía gran cariño: “era más que un amigo, casi un hijo para mí”, decía. Pero, en su “Provincia de Tucumán” (1872) narra Arsenio Granillo que, según el rumor público, causa del suicidio no fue sólo la acequia mal nivelada, sino que preveía (como ocurrió) desastrosos resultados en la plantación del añil. Esta, hecha bajo su supervisión, sólo brotó “en manchones aislados”, que luego arrasó una plaga.