“Cuando no hay verdadera fe en Jesús, no se produce ninguna sanación. Por más que yo ore infinitamente al Señor por esa persona, si ella viene con una fe light, no alcanzará su gracia, porque su fe no es suficiente”, dice el padre Julio Albornoz (foto), conocido en Tucumán como “padre sanador”. Con sus 81 años a cuestas, el párroco emérito de Cristo Divino Obrero de Tafí Viejo, no escapa a la multitud de fieles que se hacen fila para confesarse con él o pedirle la bendición. De movimientos lentos y voz paternal, el padre Julio tiene una sonrisa y unas palabras de aliento para todos los que se le acercan.

“A todos los que vienen a pedir sanación les digo: ‘tengan fe en Dios, no en mí’, yo soy simplemente un instrumento. Mucha gente se confunde: yo no soy ningún curandero sino que es Jesús el que obra a través de mí”, explica el sacerdote que desde hace 23 años forma parte de la Renovación Carismática de Tucumán”. “El pueblo llama curas sanadores a sacerdotes carismáticos que imponiendo las manos en el nombre de Jesús hacen una oración de sanación para la liberación de enfermedades físicas y espirituales y de ataques demoníacos. Lo hace por el poder del Espíritu Santo que ha recibido durante el bautismo en los congresos carismáticos”, cuenta con voz mansa, un momento antes de que comience la misa de Pentecostés, en el colegio San Cayetano. Pide que aclare que todo lo que hace la Renovación Carismática es siempre con autorización y consentimiento del arzobispo.

“La primera vez que participé en un congreso carismático fue en Córdoba, en ocasión de un encuentro presidido por el padre Darío Betancour. Recibí la efusión del Espíritu Santo, llamado también bautismo del Espíritu Santo; desde entonces empecé a ayudar a los fieles con la imposición de manos, sanando muchas enfermedades y expulsando a espíritus que habían poseído a algunas personas”.

Recuerda que la última vez que participó en un exhorcismo fue el año pasado. Le habían traído una joven de unos 18 años entre varias personas que la sujetaban, porque ella tenía la fuerza de un hombre. En una parroquia (cuyo nombre se reserva) se realizó el rito. El padre lo cuenta así: “Estaba a los alaridos, luchando y peleando con los familiares. Yo me investí con los ornamentos sagrados y comence la oración sobre ella, imponiéndoles las manos, mientras el coro entonaba un canto de liberación. La chica se retorcía pero yo seguía firme en mi oración convencido de que Jesús la iba a liberar. Después de mucho orar le hice la señal de la Cruz en la frente y la rocié con agua bendita. Ella quedó distendida en el suelo, como dormida. Le dije a los familiares que la llamen por el nombre. Ella volvió en sí. Yo tomé de las manos. Ella mi miró extrañada y miró a su alrededor, y luego me abrazó. llorando”.