Suena contradictorio, pero la despedida fue tan multitudinaria como íntima. Todos los que se acercaron a darle el último adiós a Matías Albornoz Piccinetti (“Paver”, como le decían sus amigos) guardaron el mismo código: lágrimas, contención para los más jóvenes y silencio.

El joven fue velado en una sala ubicada en el pasaje Padilla. A las 17, el cajón fue cerrado y lo trasladaron al lugar donde Matías pasaba la mayor parte de su tiempo: el Gymnasium de la UNT. Cientos de personas abarrotaron el colegio, situado en calle 25 de Mayo al 600. No solo estaban los familiares y compañeros del joven asesinado, también se habían acercado los profesores de la institución, alumnos de otros cursos acompañados por sus padres y egresados de promociones anteriores, que se sienten parte de la “familia gymnasista”.

Cada movimiento, cada gesto y cada palabra eran motivo de un llanto desgarrador, que peleaba por no salir. En cuanto ingresaron el féretro y lo situaron en el patio central del colegio, comenzó a sonar el himno nacional. Con la voz ahogada por la angustia, todos lo entonaron. Después se escuchó a un representante del colegio, quien expresó el pésame y el acompañamiento para la familia de Matías, en nombre de la Universidad Nacional de Tucumán.

Al siguiente paso lo dio uno de los abanderados del colegio, a quien le costaba pronunciar las palabras. “Jamás te fuiste. Pertenecerás siempre a esta gran comunidad gymnasista, acompañándonos y guiándonos desde el cielo en todas nuestras travesías”, dijo, provocando aplausos y más lágrimas. Después el arzobispo Alfredo Zecca rezó un padre nuestro y retiraron el cajón.

Compañeros de Matías tomaron las manijas del féretro, lo bajaron por las escaleras y lo cargaron en el coche fúnebre, que aguardaba en la puerta del colegio. Ayer iba a cumplir 18 años y sus amigos no quisieron pasarlo por alto: se abrazaron, formaron una ronda y le cantaron el “cumpleaños feliz”. Después entonaron “El Chécale”, un canto con el que los gymnasistas conmemoran algún acto de importancia para los alumnos.

“¡Chécale, que chécale! / ¡que chin, chon, chun! / ¡le que púmbale, que púmbale! / ¡que pim, pom, pum! / ¡le que chécale, que púmbale! / ¡que ra-ra-ra! / ¡Gymnasium ra!”.

Todavía abrazados y en ronda, uno de los jóvenes estudiantes levantó la voz y llamó a mantener la paz: “lo que nos une es el amor. La venganza no va a ser lo nuestro, porque estoy seguro de que ‘Paver’ no hubiese querido eso. Vamos a cortarla acá; hasta acá llega todo”.

Más canciones siguieron después. Repitieron cánticos como “el ‘Paver’ no se va” y “muchas gracias, ‘Paver’”. Un conjunto de globos rojos y azules (los colores del colegio) se elevó hacia el cielo como cierre del homenaje. Después los jóvenes se secaron las lágrimas y respiraron hondo, en un intento de obtener fuerzas para enfrentar la parte que faltaba y que sería la más dura: dejar a su amigo en el cementerio y volver a casa sin él.