Carlos Pagni


En el trayecto hacia las elecciones de octubre, Mauricio Macri estará sometido a un paralelogramo de fuerzas cuya influencia salta a la vista en el conflicto con el sindicalismo de la CGT y de los docentes. En ese sistema de contradicciones están cifrados sus dilemas. Por un lado, debe garantizar que la inflación sigue bajando. Es la conquista más tangible que puede acreditar. Sobre todo desde que se ufanó: “ése es un tema mío”. Por otro lado, debe garantizar que el anuncio técnico de Nicolás Dujovne, “la recesión ha terminado”, se vuelva sensible para el electorado. Significa que no debe decaer el consumo y que, por lo tanto, los salarios deben superar la inflación.

Este propósito amenaza un tercer objetivo: las paritarias no pueden cerrarse en un nivel tan alto que incremente el déficit fiscal. Los sueldos son un componente principal del gasto público. El cuarto límite, que también está en tensión con un desborde sindical, es la desocupación. La política de Macri hace equilibrio dentro de ese cuadrilátero: inflación, salario real, déficit público y nivel de empleo.

El oficialismo observa esta agenda a la luz de las encuestas. Poliarquía, Aresco e Isonomía detectaron, entre diciembre y febrero, un fenómeno inquietante. No es la caída de popularidad de Macri. Es un vuelco en las expectativas. En el caso de Isonomía, el número de los que creen que dentro de un año las cosas estarán mejor pasó de 55 a 49%. Y el de los que piensan que empeorarán, fue de 28 a 31%. Es un movimiento crucial. Si hay algo que maravilló a Macri durante 2016 fue el estoicismo de una ciudadanía que seguía confiando en sus profecías a pesar de los inciertos resultados. La ironía es que la fe empezó a flaquear en el momento en que las promesas comienzan a cumplirse. Todos los indicadores -crédito, recaudación, patentamiento de autos, venta de cemento, exportaciones a Brasil– avalan a Dujovne: la economía comenzó a recuperarse.

Moderación

La ambivalencia entre las expectativas de la sociedad y los diagnósticos de los economistas rigen la conducta de todos los actores, empezando por Macri. El jueves pasado el Presidente ordenó moderar al máximo las decisiones que puedan determinar un deterioro del salario. Respondió a un reclamo de María Eugenia Vidal. Ella explicó que, con más ajustes, peligra el éxito en los comicios bonaerenses, que son la batalla principal. Corolario: el aumento del gas será pequeño y tratará de evitarse una suba en el transporte. Dicho de otro modo, la eliminación de los subsidios y, por lo tanto, la reducción del déficit fiscal serán aún más gradualistas. A los inversores inquietos se les preguntará: “¿quieren una macroeconomía más equilibrada o que ganemos las elecciones?” El mismo argumento esgrimen en la Casa Rosada para que Federico Sturzenegger no sacralice su 17% de inflación.

Vidal tuvo una motivación mucho más coyuntural para arrebatarle a Macri la tijera. No podía pedir un sacrificio a los maestros y, al mismo tiempo, avalar más recortes a sus sueldos. La gobernadora pretende terminar el entredicho cuanto antes. No sólo porque las familias, sobre todo las más desamparadas, comenzarán a culparla cuando no enviar a los hijos al colegio se vuelva insoportable. También porque la pelea con Roberto Baradel complica la campaña electoral, ya que impide la emisión de cualquier otro mensaje. La dinámica de esa paritaria depende de factores ajenos al salario. El más influyente es la estrategia de Baradel. El líder de Suteba pretende convertirse en el máximo opositor nac&pop desde una CTA unificada. La única forma de alcanzarlo es conquistar la conducción de la confederación nacional, Ctera. Pero esa entidad carece de sentido en un país donde las escuelas las administran las provincias. Por eso Baradel exige que el ministro de la Nación, Esteban Bullrich, convoque a la Ctera para la negociación que fuere. Una paritaria. Aunque sea de juguete.

Además, Baradel enfrenta en mayo elecciones en su sindicato provincial, el Suteba, donde el trotskismo ya controla nueve seccionales. Entre ellas, La Matanza. En este contexto, la imagen de “los Gordos” de la CGT huyendo del palco bajo los insultos y botellazos de la izquierda tal vez reforzó su intransigencia.

La estrategia

Obligada al enfrentamiento, Vidal hace de la necesidad virtud. Busca convertir la polémica con Baradel en un contenido principal de su proselitismo. Su estrategia ahora es asociarse a una causa tan urgente e igualitaria como la modernización educativa en la provincia. Vidal la encara a partir de tres premisas. Primera: disputar a Baradel la defensa de la escuela pública. En los últimos 10 años el Estado perdió 56.000 alumnos y el sector privado ganó 100.000, por la pérdida de días de clases que provocan los paros. Segunda: aislar a Baradel de los maestros proponiendo un plus por presentismo. Tercera: enfrentar a Baradel con los alumnos, defendiendo las pruebas de calidad educativa. Vidal tiene una dificultad. Nadie niega la legitimidad del reclamo docente. Por eso su foco está en el sindicato, que maneja unos 100 millones de pesos al año. No en los maestros.

Vidal consiguió un aliado momentáneo. Eduardo López, líder de los maestros de la ciudad de Buenos Aires. Este amigo de Baradel llegó a un acuerdo con Horacio Rodríguez Larreta el viernes pasado: 18% de aumento, en dos tramos, actualizados por inflación. Casi lo mismo que ofrece la provincia. Ese pacto no se hizo público porque López se resiste a desnudar la tozudez de Baradel. Larreta tampoco quiere aislar a Vidal. Por eso anteayer López medió ante Baradel para que discuta un arreglo. De nada sirvió.

Otro escenario

El conflicto con la CGT tiene otra lógica. Además de la debilidad de un triunvirato dirigido a control remoto, los grandes gremios sufren una fisura. La UOM encabeza, por el deterioro de su actividad, a los que alientan la protesta. Además, allí hay algunas víctimas electorales del oficialismo: “Barba” Gutiérrez fue desplazado en Quilmes por el cocinero Molina; y el anciano Hugo Curto perdió el poder en Tres de Febrero a manos del periodista Diego Valenzuela.

Los metalúrgicos, asociados a gremios industriales más pequeños, piden la cabeza del ministro de Producción, Francisco Cabrera, y del secretario de Comercio, Miguel Braun, por las importaciones indiscriminadas. Curiosa coincidencia con los dirigentes de la UIA, que hace tres semanas reclamaron esas decapitaciones ante Rogelio Frigerio. Apelaron a la memoria de su abuelo. Conmovedor. Es curioso: Macri sufre protestas por cosas que aún no hizo. Su economía sigue tan cerrada que los consumidores van de compras a países limítrofes. Debería decir, al revés de Néstor: “no miren lo que digo. Miren lo que hago”.

“Los Gordos” e independientes (Daer, Cavalieri, Martínez, “Centauro” Rodríguez, “Cloro” Lingieri, Acuña), en cambio, no quieren el conflicto. Por eso cometieron la torpeza de movilizar a descontentos para no anunciar un paro. Comprensible: 12 años de sometimiento les hicieron olvidar las destrezas del oficio. Escenificaron la falta de representatividad que les imputan el kirchnerismo y el trotskismo. Fue un Ezeiza farsesco, de geriátrico, en el que también los jóvenes de La Cámpora imitaron a sus abuelos montoneros copando una concentración ajena. El trío ahora busca que Macri lo rescate del papelón con un encuentro. Difícil. Hasta el Papa se niega a recibirloa. Prefiere hablar con Jorge Triaca.

La manifestación de la CGT encierra una clave electoral. Daer, Schmid y Acuña soñaron volver a ser la “columna vertebral del movimiento”. Reorganizar al peronismo y ponerlo a los pies de un líder que enfrente a Macri desde una nueva racionalidad, poskirchnerista. El desastre confirmaría que esa operación es imposible. La polarización es fatal. Es la tesis central de Marcos Peña. Quien obstaculiza a Macri suma, aunque no lo quiera, a Cristina Kirchner. Una lección para Randazzo, que Massa ya aprendió. Desde la pirueta del impuesto a las ganancias perdió, según Aresco, 10 puntos de imagen positiva. Y ganó 10 de negativa. Por eso anteayer se quedó en Tigre a “resolver los problemas de la gente”. El espacio de la modernización con rostro humano sigue vacante. Aquí radica la audacia de Vidal: juega a ocupar ese lugar. Un servicio, y un desafío, para Macri.