La barba fatigada se desvela canosa en la bordona del recuerdo. El canto despierta los duendes que vienen humeando picardías en ese tren tronador de metáforas, de vida: “A este Manuel que yo canto no lo halla el frío, anda cruzando el invierno con un ponchito de vino. Este Manuel que yo canto no alcanza olvido… No hay copla que no lo traiga como a semilla enamorada del aire cuando la tarde lo agita. No hay copla que no te traiga, Manuel Castilla…”

El Cuchi Leguizamón pregunta de quién es la zamba y lo señalan. Se dirige a él, le pone una mano en el hombro y le dice: “ya está hecha, hijo”. “A los años, un guitarrista de Jairo me dijo: ‘estuve en Europa con Gustavo Leguizamón, en un momento salió el tema de tu zamba y el Cuchi me dijo: ‘yo tendría que haber hecho esa zamba, pero este muchacho Jorge Marziali ya la ha hecho’”. O sea que me confirmó lo que él me había dicho personalmente. Uno vive desde un simple aplauso hasta este tipo de consideraciones”, comenta Marziali, que anduvo por Tucumán celebrando la amistad con la esperanza de regresar pronto para entregarnos su arte. Oriundo de Guaymallén, el cantautor de destacada trayectoria se define como “un coplero que canta, un coplero que musicaliza, ni siquiera te diría un músico, me gusta la copla, aunque no todo lo que escribo es copla”.

- ¿En qué entreveros artísticos anduviste últimamente?

- Estoy presentando en algunos lugares del país mi disco más reciente que es un homenaje al poeta Daniel Giribaldi, “En la brasa del presente”. A principios de este año, inventé un ciclo en Buenos Aires que se llama “Palabra que anda, juglares del sur”, que convoca una vez por mes a tres juglares de distintos lugares del país para que canten su obra, despojados de bandas, de sonidos raros, con su guitarrita, poniendo en la voz la palabra en la canción popular que es lo que a mí más me interesa. Creo que la palabra ocupa más que el 50% a veces en la canción, si no puede haber maravillosas melodías, pero cuando a la melodía se le suma la palabra… me parece que a veces tiene más peso que la melodía. También estoy viajando mucho por el interior. Esta visita a Tucumán es parte de eso, cargar las pilas con lo que sigue sucediendo en el interior con la música de raíz criolla, con la poesía nuestra que a veces uno se la pierde por no viajar, no es lo mismo que te manden un libro, a ver las calles, los árboles, la gente, las costumbres… estuve en el taller de bombos de Mario Paz, en Santiago del Estero, y ya han salido unas coplas y es posible que se hagan canción, nunca se me hubiera ocurrido hacer una coplas sobre un hacedor de bombos.

- ¿Viene de la cuna familiar tu atracción por el folclore?

- No he escuchado otra cosa… mi viejo era pianista y tocaba folclore y tango, y todos sus hermanos eran folcloristas cuyanos amateurs y ya estaban dando vuelta Los Beatles en Mendoza, en Guaymallén… Lo que escuchaba en mi casa era folclore, he tenido parientes folcloristas conocidos como Manuel Tejón, el autor de “Remolinos”. Nunca pensé dedicarme a cantar. Tenía un abuelo medio poeta, por el lado de mi vieja, supongo que viene de ahí el tema de la copla y la poesía, pero yo quería ser periodista y eso es lo que estudié y eso fue lo que hice. Y el tema de la tarea artística fue apareciendo sin proponérmelo. En Clarín estaba en el área de educación y hacía la página de folclore.

- ¿La composición viene del brazo del canto?

- He compuesto desde los 18 años para mí, me gustaba hacer canciones, pero nunca se me había ocurrido cantarlas ni mostrarlas oficialmente y en un momento descubro que esa tarea artística podía ser una tarea permanente, una elección de vida, y dejo el periodismo completamente. Me tiré a la pileta con mujer y tres hijos. Después se acomodaron las cosas, primero porque me grabaron varios temas tipos importantes como Los Trovadores, Los Chalchaleros, y después comencé a andar y el disco abre puertas y bueno, empecé a ser público en todo el país, nunca vine al norte, no sé por qué…

- Tu disco con canciones para changuitos te abrió puertas… La veta social también te proyectó con fuerza.

- Había hecho canciones para mis hijos y un día se me ocurrió cantarlas todas juntas en el escenario con algunas glosas y al espectáculo lo vio un tipo de una grabadora y me invitó a grabarlas. El disco anduvo muy bien, tuvo cinco o seis ediciones. Entonces mejoré el espectáculo y lo hice durante años. Sigo haciendo espectáculos para chicos. Uno llega a determinadas definiciones a partir de la actividad. Primero hace la actividad y cuando uno se pregunta qué está haciendo, se da cuenta de que está haciendo canción social, pero no se propone integrar un colectivo de canciones sociales, porque supongo que a todos los compositores como me pasa a mí, les tocan y les duelen las cosas que le pasa a la gente. Yo lo manifiesto escribiendo pero más bien las cosas atemporales, trascendentes, no la coyuntura… Me han surgido canciones de amor o paisajísticas o descriptivas y también me salen estados de ánimo de la gente, como me ocurrió con “Los obreros de Morón”.
 
- ¿Qué creadores, no solo en lo musical, te dejaron una huella?

- Leí mucha poesía pero no me acuerdo de haber leído ningún poeta, nunca me interesó saber de quién era ni donde nació… sé quién es Walt Whitman y Pablo Neruda, también sé quién es Georges Brassens… Por el lado de la poesía aplicada a la canción, me siento profundamente influenciado por María Elena Walsh, a quien escuché mucho y luego tuve la suerte de ser su amigo, ella presentó la contratapa de mi tercer disco… En la parte de la música, la trova urbana, donde habitan Brassens, Joan Manuel Serrat, Chico Buarque, Atahualpa Yupanqui, Violeta Parra, Chabuca Granda… Una vez me preguntaron por qué no era rockero si yo era de esa generación. Y dije que sí lo era. Recordé que un joven periodista me dijo que el rock era querer que algo cambiara. Entonces le contesté que no sabía que había sido rockero toda la vida porque me he morfado Violeta Parra completa, Buarque, Alfredo Zitarrosa, Yupanqui, Daniel Viglietti… “¿A vos te parece que estos tipos no querían que algo cambiara?”, le pregunté y agregué: “he llegado a la conclusión de que he sido un rockero que ha abrevado en otro rock, si el rock es querer que algo cambie, yo abrevé en ese rock. Entonces me dice: “¿y Los Beatles?” Son folcloristas de Liverpool, le respondí.

- Muchos tucumanos te conocemos a través de tus fechorías musicales con Juan Falú…

- Nos conocimos por casualidad. Él tenía un amigo tucumano en Clarín, Juan Bedoián, que era compañero mío en el diario, me invita a su casa porque había venido un amigo de Brasil, Juan Falú, año 82. Luego hicimos un gato (“puede venir la lluvia cuando ella quiera para mojarme el alma no tiene fecha…”, canta). Después arrancamos en la antigua librería Gandhi haciendo lo que hacíamos cuando nos juntábamos, y se llenaba. “De aquicito nomás” se llamaba el espectáculo, que en realidad es un antiespectáculo porque lo que hacemos es chupar y guitarrear arriba del escenario y grabamos un disco que salió el año pasado. Juan tiene la doble virtud de ser un tradicionalista transgresor, tiene toda la formación tradicional, conoce profundamente el folclore y a partir de allí, transgrede sin abandonar la tierra, la rítmica, los silencios, la intención.

- Si te quedaran unos minutos de vida, ¿qué cantarías en la despedida?

- “Coplas de la libertad”… Me parece que no cantaría ninguna canción llorosa… canta: “conozco la perfección, pero de muy raro modo, buscando no decir nada poder expresarlo todo. Arbolito, ay arbolito, con el rocío no llores, que está presa tu raíz, pero tus ramas dan flores”.