Es una casa sencilla, a dos cuadras y media de la avenida Solano Vera, en Yerba Buena. Hay que doblar justo donde está la plaza Vieja. Un pasillo largo lleva hasta una puerta de madera. Ahí está el lavadero. No es uno común y corriente. Frente a la pileta de cemento, hay una camilla con una frazada, debajo de un cartel que reza “Dejar su voluntad”. Hay una bolsita con talco, un plato de lata, un frasquito con aceite y fósforos. Y sobresale, rodeada por un marco de madera, una imagen de la Virgen de la Merced.

Ese es su lugar en el mundo. El lugar donde Doña Nena pasó gran parte de su vida. Nunca le importó si era a la madrugada o un domingo al mediodía. Si alguien golpeaba su puerta y suplicaba ayudaba, ella siempre estaba dispuesta. Eso fue hasta hace algunos años. Porque ahora, a los 73, Rosa Argiró no tiene las mismas fuerzas. Mucho menos después de la dolorosa muerte de su nieto, cuenta. Ahora tiene días y horarios para atender, en los que su “sala de espera” está desbordada de gente que confía en sus “dones” para curar el empacho, la ojeadura y la paletilla.

Detalla que aprendió el oficio de curandera a los 14 años. Su abuela se lo transmitió. Al principio, sólo usaba sus dones para sanar a su familia. A los 16 años tuvo su primera prueba de fuego. Una noche llegó una amiga de su mamá suplicando porque su hija, una niña, estaba muy mal. “Yo le dije que no la podía curar porque estaba grave, pero mi mamá me pidió que hiciera el intento. Gracias a Dios, se salvó”, detalla la mujer de mediana estatura, pelo ondulado y sonrisa suave.

En sus casi 60 años de curandera ha visto miles de pacientes, asegura. La gran mayoría llega porque cree que hay males para los que los médicos no tienen una explicación o un tratamiento. De todos los casos que vio en este tiempo, Doña Nena no duda: la ojeadura es el mal que más vigente se encuentra; es el que demanda más pedidos de ayuda en su casa. Llegan adultos, niños, bebés. Presentan llanto inexplicable, dolor de cabeza, sueño alterado, vómitos y diarrea, entre otras cosas.

Lo que Doña Nena percibe en su “consultorio/lavadero” es algo que sigue plenamente vigente en el siglo XXI. Existe en todos los niveles sociales y económicos. Es muy común seguir acudiendo a curanderas. Todo esto ha develado una investigación que ha desarrollado el antropólogo español Pedro Pablo Salvador.

“El mal de ojo es una patología popular que existe en todos los niveles socioeconómicos, absolutamente en todos, gente con titulación universitaria cree en el mal de ojo, y no es un fenómeno eminentemente rural sino que también se da en el ámbito urbano”, aseguró en una entrevista reciente con la agencia EFE.

Salvador define el mal de ojo como la creencia de que una persona, por el mero hecho de desearte mal o halagarte, puede producirte enfermedad o malestar. Y aclara que los antropólogos no juzgan las creencias, no valoran si es verdad o mentira; lo que sí analizan es el efecto sociocultural que existe.

Denisse Oliszewski, doctora en Ciencias Sociales e investigadora del Conicet, ha constatado que en el Gran San Miguel de Tucumán continúa más que vigente la práctica del curanderismo y que esta responde a una demanda sostenida de problemáticas que no tienen cabida en otros ámbitos.

La experta define al curanderismo como una práctica terapéutica en la que se conjugan aspectos físicos, religiosos y morales. “La presencia divina resulta un rasgo fundamental del curanderismo. Los terapeutas explican que su poder de curar proviene de Dios, aseveran que la cura ocurre porque Él se hace presente y que ellos sólo funcionan como mediadores con la persona enferma. El rezo en sí mismo supone una parte fundamental de la terapia”, define.

Oliszewski, que entrevistó a curanderos y a la gente que recurre a ellos, sostiene en su tesis doctoral que la ojeadura resulta una de las dolencias más generalizada y ampliamente difundida.

“Es común hacer curar sobre todo a los niños, pero también a los adultos. Incluso los bienes materiales pueden ser ojeados. La gente no cree que sea un daño voluntario y no habla con recelo de la gente que lo puede provocar”, opina. De acuerdo a los testimonios que obtuvo, la ojeadura puede ocurrir porque se extraña o se desea ver a una persona. Este anhelo provoca un malestar en la persona objeto del deseo. Asimismo, la mirada fuerte puede suscitar ojeo y también el que hablen mal de uno. Llevar una cinta roja es, para los tucumanos, la mejor prevención para las malas energías que suelen causar el mal de ojo.

En el campo o los cerros, según el médico Luis Rodolfo Agulló, estas creencias están más vigentes aún. Las razones: el peso de la tradición y de las creencias religiosas. Pero además hay otras cuestiones a las que se refiere el antropólogo Salvador: “creo que el ser humano necesita, a veces, explicarse el mundo, necesita explicarse la vida y las complejidades y como no encuentra respuestas en el campo de la ciencia más ortodoxa se agarra a otras formas de explicación, que son más míticas, más mágicas y que, al fin y al cabo, han configurado la existencia del ser humano desde los albores”.


Mal de ojo 
Las personas “ojean” de manera inconsciente. “A veces hasta los propios padres pueden ojear a sus bebés”, señala Rosa Argiró. Una mirada muy fuerte de una persona extraña puede causar el mal. También cuando una persona desea mucho ver a otra o enfoca su energía en el mal alguien. Los síntomas son: dolor fuerte de cabeza, mareos, vómito, diarrea, llanto descontrolado sin causa, sueño alterado. Uno de los métodos de diagnóstico más usuales es mediante un plato con agua y aceite. La cura es de palabra (que incluye ciertos rezos específicos) y puede hacerse a distancia.
 
Paletilla
La caída de la paletilla está relacionada con el susto. La paletilla es el hueso que está en la punta del esternón. La caída se trata del desprendimiento de este hueso que termina quedando alojado en la boca del estómago. A la persona se le abre el pecho y se le desigualan los pies. Los síntomas, según Miriam (curandera) son cansancio, malestar general, dolor de espalda y de estómago. ¿Cómo se cura? “Acuesto al enfermo; le junto y le estiro las piernas. Luego, le estiro los brazos. Antes prendo fósforos y los coloco dentro de un frasco, a la altura de la paletilla, y rezo”, cuenta.
 
Empacho 
Es una especie de indigestión que tiene mayor incidencia en los niños. Los síntomas son panza hinchada, desgano, falta de apetito, malestar estomacal, vómitos, diarrea y “lengua blanca”. Las terapias populares más conocidas son: tirar el cuerito, la cinta, y la cura a palabra. Cuando son muy pequeños, Doña Nena les pone talco en el ombligo y reza para sanarlos. Doña Luisa, otra curandera de barrio sur (en la capital), prefiere usar una cinta que se va extendiendo desde el codo a la punta de los dedos, por tres veces seguidas, mientras dice sus oraciones.


Mal de ojo 
Las personas “ojean” de manera inconsciente. “A veces hasta los propios padres pueden ojear a sus bebés”, señala Rosa Argiró. Una mirada muy fuerte de una persona extraña puede causar el mal. También cuando una persona desea mucho ver a otra o enfoca su energía en el mal alguien. Los síntomas son: dolor fuerte de cabeza, mareos, vómito, diarrea, llanto descontrolado sin causa, sueño alterado. Uno de los métodos de diagnóstico más usuales es mediante un plato con agua y aceite. La cura es de palabra (que incluye ciertos rezos específicos) y puede hacerse a distancia. 

Paletilla
La caída de la paletilla está relacionada con el susto. La paletilla es el hueso que está en la punta del esternón. La caída se trata del desprendimiento de este hueso que termina quedando alojado en la boca del estómago. A la persona se le abre el pecho y se le desigualan los pies. Los síntomas, según Miriam (curandera) son cansancio, malestar general, dolor de espalda y de estómago. ¿Cómo se cura? “Acuesto al enfermo; le junto y le estiro las piernas. Luego, le estiro los brazos. Antes prendo fósforos y los coloco dentro de un frasco, a la altura de la paletilla, y rezo”, cuenta.

Empacho 
Es una especie de indigestión que tiene mayor incidencia en los niños. Los síntomas son panza hinchada, desgano, falta de apetito, malestar estomacal, vómitos, diarrea y “lengua blanca”. Las terapias populares más conocidas son: tirar el cuerito, la cinta, y la cura a palabra. Cuando son muy pequeños, Doña Nena les pone talco en el ombligo y reza para sanarlos. Doña Luisa, otra curandera de barrio sur (en la capital), prefiere usar una cinta que se va extendiendo desde el codo a la punta de los dedos, por tres veces seguidas, mientras dice sus oraciones.


"No sabemos por qué estas técnicas sirven, pero sirven"

Los antropólogos e investigadores advierten que no es válido preguntarse si las prácticas de los curanderos tienen validez científica. Lo importante, dicen, es que la gente cree y sigue acudiendo a ellos.

El médico mexicano Roberto Campos Navarro, doctorado en Antropología, investigó la práctica de tirar el cuerito en todo Latinoamérica. Su conclusión fue que esta costumbre nunca va a desaparecer.

En una entrevista con LA GACETA, explicó que el empacho es una enfermedad que padecemos en América Latina desde antes de la llegada de los españoles. A raíz de eso se fueron generando formas populares de curarlo. “A la tirada del cuerito se la utiliza desde hace cientos de años, se ha mantenido y se va a mantener porque sirve. Lo mismo pasa con la cinta. No sabemos por qué sirve, pero sirve. No tenemos una explicación lógica o coherente desde la medicina académica. De todos modos, eso no desecha la práctica. Si la medida de la cinta no sirviera, ya hubiera desaparecido. Quizás sea algo psicológico, pero no lo hemos estudiado. Aunque no sepamos la razón por la que estas prácticas generan alivio la gente las seguirá utilizando. Van pasando de una generación a otras”, señaló.


PUNTO DE VISTA

La ojeadura, una consecuencia usual de la envidia

DENISSE OLISZEWSKI / DRA. EN CIENCIAS SOCIALES - CONICET

Los roces y las fricciones en las relaciones sociales con las personas de nuestro entorno: familia, vecinos, amigos, etc., forman parte de la cotidianeidad. Esas rispideces –que integran el día a día- son reconocidas y nombradas dentro de la práctica del curanderismo. Resultan hechos identificables y explicables: la envidia se erige como la causa sobresaliente de estos conflictos y, el mal de ojo sería una de sus consecuencias usuales (el daño con malevolencia, otra).

La enfermedad como un hecho impersonal, fortuito e individual (concepción propia de la biomedicina) sin duda, resulta insuficiente para dar cabida a estas inquietudes. Las preocupaciones vinculadas a la mirada que los otros tienen de nosotros poseen reconocimiento y validación en las prácticas terapéuticas populares, allí encuentran no sólo una denominación específica, sino también una solución.

La malevolencia y la envidia son emociones frecuentes entre los seres humanos que circulan dentro del conjunto de la sociedad como pasiones censurables pero que, a su vez, no están materialmente penalizadas de ningún modo. Desde el plano de lo moral, el curandero sería la figura que en cierta medida responde a esta demanda social.

Los curanderos afirman que persiguen el bienestar de aquellos que los buscan, que curan con la finalidad de hacer un bien y que poseen un don otorgado por Dios para llevar a cabo esta tarea. Las ideas del don divino y el uso de ese don para obrar por el bien del otro cuentan con una amplia aceptación social. Los curanderos ponen de manifiesto así la relevancia de su quehacer terapéutico.

El daño en el curanderismo aparece íntimamente ligado a la concepción de la enfermad. Es catalogado como un mal externo al doliente, que es causado por un tercero y resulta necesario revertir para recuperar el equilibrio perdido. El curandero resulta el agente capaz de deshacer el daño y así devolver el bienestar de la persona aquejada por el mal. El daño sería la dolencia y el curandero el proveedor de la salud. Por ende, el curandero estaría actuando en función de un bien.

En suma, advertimos que los elementos religiosos y morales se imbrican y dan fundamento al hacer terapéutico del curanderismo. Responden a una concepción de salud –enfermedad holística que da respuesta al malestar en múltiples y diversos planos de nuestra vida: físico, social, moral y espiritual.