1.- Inclasificable: Desde hace mucho los críticos lo llamaban el camaleón. Y, por una pelea en la adolescencia, tenía cada ojo de un color diferente. No solo influyó en la música sino en la cultura de una época: compréndase en ella la moda, el sexo y algunas estéticas. Su nombre llegó a ser sinónimo de excesos: jugó con la ambigüedad sexual y creó un alter ego. David Bowie fue Ziggy Stardust, Aladdin Sane o El Duque Blanco; con Ziggy Stardust se comenzó a hablar de la androginia. Nunca ocultó que estuvo a punto de morir de sobredosis de cocaína en varias ocasiones, aunque también tuvo sus crisis con la heroína. En 2004, había sufrido un infarto y le aplicaron un triple “by pass”, lo que lo mantuvo alejado de los escenarios, salvo por breves apariciones en los conciertos de Alicia Keys y de David Gilmour, en 2006.
2.- Su carrera musical abarca cinco décadas, durante las cuales incursiona en distintos estilos, algunos que él llega a formatear como el glam rock, a principios de los 70 o el denominado soul blanco que anuncia una temprana electrónica. La segunda mitad de los 70 trajo la llamada trilogía de Berlín, sus discos con Brian Eno, incluido el inmortal “Heroes” (1977). Su álbum post-disco “Let’s dance” fue un clásico infaltable en los pubs y boliches desde los 80. “Space oddity” y “The man who sold the world” fueron sus primeros éxitos, cuando posaba como hippie. En el último, “Blackstar”, que publicó el viernes, estaba salpicado por alguna que otra reminiscencia jazzera, pero queda claro que necesitaba seguir experimentando, que todavía tenía mucho que decir: hay abruptos cambios de ritmo y una instrumentación sostenida. Su legado musical es una combinación de soul, pop, glam, electrónica y disco que ha influenciado a artistas tan heterogéneos como Lady Gaga, The Cure, U2, Pulp, New Order o Franz Ferdinand y decenas de grupos más. Sus principales amigos fueron Iggy Pop y Lou Reed.
3.- A la par de la música, estudió teatro (fue mimo), y dominó en particular las técnicas del teatro kabuki, lo que le permitió modificar su rostro y acentuar una gestualidad determinada. También incursionó en la actuación: interpretó a un extraterrestre que buscaba ayuda para salvar a su planeta en la película de Nicolas Roeg, ”El hombre que cayó a la Tierra”, en 1976. En Broadway, en la década de los 80, hizo una temporada de tres meses como “El hombre elefante”. Y participó en la última película de Marlene Dietrich, “Sólo un gigolo”; encarnó a Poncio Pilatos en “La última tentación de Cristo”, de Martin Scorsese. “Laberinto” es otra de sus películas más recordadas.
4.- No son muchos los artistas que se corren de la situación de confort y asumen el riesgo. Por lo general, permanecen conformes con sus éxitos. Bowie, por el contrario, tenía esa capacidad y necesidad de cambio; ese malestar intelectual que lo llevaba a reinventarse siempre, como en su reciente disco. Convirtió la actuación en vivo, en una performance. En su ADN estaba la transformación y la experimentación.