Los problemas de orden económico y militar agobiaron a la administración de Raúl Alfonsín en la segunda mitad de su mandato. A esos factores condicionantes se sumó la candidatura ascendente de Carlos Menem en el firmamento político, al ser el ganador de la interna partidaria.

El riojano no admitió ningún tipo de cooperación desde que proyectó apropiarse de la Casa Rosada. No aflojó en esa praxis ni en los momentos más críticos de la sublevación de diciembre de 1988.

La cuenta regresiva en el frente militar empezó a marcarse con la rebelión de Semana Santa de 1987, que mostró como líder visible al teniente coronel Aldo Rico. Las leyes de Obediencia Debida y Punto Final apaciguaron aparentemente el malestar de los carapintadas, movimiento cuya existencia apareció inocultable, como también su simpatía por el peronismo. El reemplazo de Héctor Ríos Ereñú por Dante Cari en el mando supremo del Ejército fue el resultado de la presión carapintada sobre Alfonsín. El desenlace dejó magullado al presidente radical.

Monte Caseros

No obstante, Rico protagonizó un segundo intento en Monte Caseros, en enero de 1988, al sublevarse frente al avance del juicio a que estaba sometido. Se rindió ante las fuerzas leales y entró en el ocaso.

Ante esta acción de Rico, la Cámara de Diputados de Tucumán, presidida por el radical Ismael Kamel, quebró la modorra estival y aprobó una declaración de apoyo al sistema democrático. Ese año ganó en conflictividad con el cambio de programa económico por el alfonsinismo, que cristalizó en el Plan Primavera. Caridi pareció tranquilizar el panorama militar, pero por pocos meses.

En efecto, en diciembre se agitó otra vez el mundo militar al reactivarse el movimiento carapintada, con el coronel Mohamed Alí Seineldín como cabecilla. Llenaba el vacío de conducción dejado por Rico. Menem, a todo esto, miraba con simpatía la propuesta del Ejército nacional.

Los hechos se desarrollaron a partir del 2 de diciembre con acciones coordinadas en la Prefectura Naval, City Bell y Mercedes. Con Alfonsín en Estados Unidos, Víctor Martínez -vipresidente a cargo del PEN- ordenó la represión. Con el correr de las horas, el problema castrense ganó en intensidad. Seineldín exigió una ley de defensa del Ejército y la remoción de Caridi.

Reacciones locales

El sábado 3 fue el día en que el agravamiento de la situación caló más hondamente en las elites políticas. A diferencia de Semana Santa de 1987, no se alentó la movilización popular hacia la plaza Independencia. El gobernador José Domato manifestó que el sector insubordinado no entendía que las soluciones que el país necesita se logran con el diálogo. A todo esto, la estatua del general Julio Roca, exhibió pintadas de apoyo a los carapintadas.

Durante la noche del sábado y madrugada del domingo, las Cámaras de Diputados y de Senadores sesionaron conjuntamente, para repudiar el alzamiento carapintada. Por su parte, el intendente Raúl Martínez Araóz convocó a los ediles del PJ y la UCR a la sede municipal. Hubo otro pronunciamiento en favor de la institucionalidad.

Relevos en la Brigada

Mientras tanto, el coronel Francisco Salas anunció el relevo del segundo comandante de la V brigada de Infantería, teniente coronel Marcelo Zarraga. ¿Qué había hecho? Intentó detenerlo y envió un radiograma alineando la unidad con Seineldín. Salas, comandante de la Brigada, permaneció leal a la jefatura de Caridi.

Con la crisis resuelta, Domato explicó que optó por no movilizar porque era lo mejor. Salas, a su vez, aceptó que el Ejército vivía una situación de crisis. Seineldín terminó preso y el general Francisco Gassino sustituyó a Caridi.