La gente que camina hoy por la calle Buenos Aires, cuando pasa por el número 172 y advierte que allí funciona la Escuela “Federico Helguera”, piensa (y no tiene por qué ocurrirle otra cosa), que el nombre proviene de alguno de esos tantos bautizos automáticos de próceres, no siempre muy justificados, que reciben los establecimientos educativos.
En realidad, se trata de algo muy distinto. Sucede que esa más que centenaria escuela –totalmente reedificada en la década de 1930- evoca, en su nombre, al gobernador que donó sus sueldos con el específico objeto de construirla. El solo hecho bastaría para hacer memorable su figura. Pero hubo bastante más.
Coronel desterrado
Federico Helguera era hijo del militar porteño Gerónimo Helguera, coronel de la Independencia, y de la tucumana Crisanta Garmendia Alurralde. Aquel oficial (de cuya agitada vida nos ocupamos en “De Memoria”, 16/9/2012), luego de haber peleado en Salta y Tucumán, fue condenado a muerte en 1834, cuando encabezó una conspiración contra el gobernador Alejandro Heredia. Gracias a la gestión del joven Juan Bautista Alberdi, la pena fue conmutada por la de destierro.
Así, el coronel debió partir a la ciudad chilena de Copiapó, de la que ya nunca regresaría. Dejaba en Tucumán a su esposa y a ocho hijos: Federico, el único varón; Susana, María, Crisanta, Juana, Elena, Carolina (luego casadas con Agustín Muñoz, Teodoro Carmona, Pedro Alurralde, Desiderio Ceballos, Melitón Rodríguez y Facundo Frías, respectivamente) y Catalina.
Trabajos en Chile
Años antes del destierro, el coronel había sido diputado por Tucumán al Congreso de 1826. El matrimonio estaba en Buenos Aires cuando nació Federico, el 2 junio de 1824. El exilio del padre dejó a la familia en pésima situación, agravada por el despojo de la estancia que doña Crisanta tenía con sus hermanas en La Puerta de Palavecino.
Federico partió a Chile a ayudar a su progenitor desterrado. Vivieron juntos en Copiapó hasta el fallecimiento del coronel, en 1838. Su tío, el general Francisco Antonio Pinto (esposo de Luisa Garmendia Alurralde) tomó a Federico bajo su protección y le consiguió trabajo. Al principio fue empleado en la casa bancaria de Walker, y después pasó a la empresa minera de los Edwards. Se ocupaba de ensayar minerales, hasta que las emanaciones del metal dañaron su salud. Se dedicó entonces al comercio.
Escrito de Sarmiento
Trabajador incansable, con los años fue amasando un significativo capital. Pudo pagar todas las deudas que había dejado su padre, a la vez que enviaba regularmente dinero para sostener a su familia en Tucumán. Recuerda Ernesto Padilla que Helguera, junto con los tucumanos Murga, Maciel, Muñoz y otros, llevaba tabaco de Tucumán a Copiapó en arrias de mulas. Al mismo tiempo, acercaba generosa ayuda económica a los emigrados que llegaban a Chile huyendo del régimen de Rosas.
A comienzos de 1851, decidió venir a Tucumán, para visitar a su gente. Domingo Faustino Sarmiento refiere, en el libro “Campaña del Ejército Grande”, que entregó a Helguera 200 ejemplares de su “Representación a los gobiernos de la Confederación Argentina”, para que corriera el riesgo de distribuirlos en San Juan y en Tucumán. El escrito apoyaba el inminente pronunciamiento de Justo José de Urquiza contra Rosas, a quien derrocaría al año siguiente, en la batalla de Caseros.
Vuelta a Tucumán
Don Federico prolongó cerca de un año su estadía en Tucumán, y regresó a Chile. Recién en 1859 volvería a la provincia de su familia, para establecerse definitivamente. El folleto de homenaje que editarían, muchos años después, sus descendientes, informa que en Tucumán “se consagró también al comercio, y en especial a la exportación de tabacos y hacienda a la república vecina”.
Así, fue “de los primeros y el principal fundador de Concepción, que surgió con ese motivo como centro agrícola y mercantil del sur de la provincia. Dice algo de su energía y de su espíritu de empresa que, en sus repetidos viajes, cruzó a mula 30 veces la cordillera”.
Pocos años después, en 1863, formaría con doña Elvira Molina un hogar del que nacieron tres hijos: Federico, que fue ministro, diputado nacional y magistrado, esposo de María Luisa Padilla; Gerónimo, legislador y presidente del Banco de la Provincia, casado con su parienta María Alurralde, y María, esposa del industrial Ricardo Frías. Edificó su casa en la actual calle San Martín, frente a la plaza Independencia. Es la que, remodelada y “españolizada” en 1924, aloja hasta hoy a la Federación Económica de Tucumán.
Primer gobierno
A pesar de que la política no le interesaba, era imposible que la eludiera un hombre de su posición. Fue varias veces miembro de la Sala de Representantes y presidente de la Municipalidad de Tucumán. Rechazó tajantemente las nominaciones de diputado y de senador nacional, que le fueron ofrecidas con reiteración.
Sí aceptó, en cambio la primera magistratura. El 5 de octubre de 1871, fue elegido gobernador de Tucumán, como sucesor del doctor Uladislao Frías. Su período, armonioso y ordenado, se caracterizó por un sostenido apoyo a la educación. Destinó un monto excepcional del presupuesto 1872 a ese rubro; lo que, reforzado con el auxilio proporcional del Gobierno de la Nación, le permitió tener en marcha 55 escuelas con 3.249 alumnos. Esto constituía una cifra realmente notable para la época.
Durante su mandato, empezaron aquellos “Cursos libres de Derecho”, que cristalizarían en la efímera Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Políticas.
Segundo gobierno
Alentó la radicación de capitales, logrando que se instalara la sucursal del Banco de San Juan, autorizada para emitir billetes. Esta, además de otorgar créditos, permitió paliar la escasez de moneda metálica, en esos años previos a la acuñación nacional, y cuando circulaban por el norte solamente pesos bolivianos y chilenos.
Su gobierno hizo imprimir el libro “Provincia de Tucumán”, de Arsenio Granillo, primera obra descriptiva de nuestro territorio, ilustrada con las más antiguas fotografías que se conocen de la ciudad y de los principales ingenios.
El mandato de Helguera terminó en 1873. Pero el 11 de agosto de 1877 fue elegido gobernador por segunda vez. Asumió el 10 de octubre. Las dificultades financieras lo obligaron a una fuerte contención de gastos. “La mejor obra pública que haremos este año, será trabajar con empeño para dejar el erario en condiciones”, dirá en su primer mensaje.
Dona los sueldos
De todos modos, hubo una importante acción municipal: se inauguró el teatro Belgrano, se mensuraron y amojonaron las plazas Urquiza, San Martín y la de descarga del Bajo. Hizo publicar, además nuestro primer texto de historia económica: el “Estudio sobre el sistema rentístico de la Provincia de Tucumán”, obra de Alfredo Bousquet.
Fue en esa época que Helguera resolvió donar sus sueldos de gobernador para que se construyera una escuela, en el terreno municipal de la calle Buenos Aires segunda cuadra: la donación se aceptó por ordenanza del 15 de febrero de 1878 y luego se dispuso, con toda justicia, darle el nombre del donante.
Un año más tarde, el 11 de setiembre de 1879, Helguera renunciaba a la gobernación. El 28, se designó para sucederlo a Domingo Martínez Muñecas. En carta a su primo Aníbal Pinto Garmendia, por entonces presidente de Chile, Helguera explicaba su decisión.
Razones de salud
“A causa de haber empezado a tener novedades en mi salud, lo que me imposibilita para atender debidamente los deberes de mi cargo, he hecho mi renuncia del cargo de gobernador de esta provincia, la que a fuerza de trabajo fue aceptada”. Añadía que “la provincia está muy tranquila, y me ha tocado la suerte de hacer un gobierno muy pacífico, luchando tan solo con la mala situación financiera”.
Ella lo había limitado, decía, “a conservar lo existente, reformar lo que no ocasionaba erogaciones de dinero, y establecer una estricta economía, para hacer más fácil el gobierno al que me suceda, salvando así el honor y crédito de la provincia, cuyo celo por el cumplimiento de sus deberes la han colocado en el rango de las primeras en la República”.
Retirado del gobierno y de toda actividad política, se concentró en el cuidado de su familia y en la atención de sus intereses rurales.
Últimos años
En sociedad con su concuñado, don Máximo Etchecopar, había adquirido la gran finca “Santa Bárbara”, con hacienda y cañaveral, que perteneció a los Molina-Villafañe, ancestros de su esposa.
Respetado por todos por la calidad de su actuación cívica y por la dignidad de su vida, don Federico Helguera falleció en Tucumán el 17 de agosto de 1892. Puede dar una idea de sus condiciones, el hecho de que Paul Groussac (que no solía tributar elogios, ni mucho menos), en su libro “Los que pasaban”, calificó a don Federico como “uno de los caracteres más rectos y virtuosos que he conocido”. En la síntesis del diario “El Orden”, Helguera “pasó por la tierra sembrando el bien: dejó muchos agradecidos y ni un solo enemigo”.