Clemente Onelli (1864-1924), italiano de gran cultura, naturalista y afamado director del Zoológico de Buenos Aires, gozaba de la amistad y del gran respeto de varios tucumanos. Entre ellos, el doctor Ernesto Padilla y el general Julio Argentino Roca.

Este último le escribía, desde Río de Janeiro, una entusiasta carta, fechada 18 de julio de 1912. Decía que Brasil “es un jardín colosal y estupendo que no me canso de admirar, y que los brasileros tratan de embellecer aun más, sin pararse en esfuerzos de ingenio y sacrificios de dinero. Caminos admirables que trepan las montañas y de una profusión de lujo y de luz, como si estuviéramos en competencia con el sol, que deslumbra y lo hace creer a uno que está en una ciudad de quimera o ensueño”.

Afirmaba que “no se cansa uno de contemplar su grandiosa bahía, sus jardines respetados y mantenidos con esmero extraordinario, y sus montañas, unas desnudas, otras cubiertas de mantos de lujosa y tupida vegetación, que en tropel y en desorden titánico se entran como a bañarse en el mar”.

Esto le evocaba la tierra natal. “Cuando penetro en sus bosques, me acuerdo de Tucumán y esto es para mí el mayor encanto. Es de admirar la atención con que en este país de selvas se respetan y se veneran los árboles. Hay de estos que están casi en medio de algunas calles, sin que nadie los ultraje, y no hay autoridad que se atreva a echarlos abajo, so pretexto de estética o de tráfico. Será que naciendo entre los árboles se aprende a quererlos y mirarlos como amigos y compañeros de nuestra existencia”. Agreguemos que, en el jardín de su casa de Buenos Aires, Roca tenía dos palmeras, obsequio del presidente brasileño Manuel Ferraz de Campos Salles.