Crónica  

CIUDADES ESCRITAS

Fabián Soberón

(EDUVIM – Córdoba) 

Mientras uno viaja todo parece frágil. El individuo que viaja es un Atlas que, como la deidad griega, sostiene sobre sus hombros el mundo, la experiencia propia y las siluetas de los lugares. Lentamente, ese amplio peso comienza a ceder en el camino, llega el olvido como una duda, los hechos y los espacios se esfuman en segundos. Esta cotidianeidad diferente nos lleva a pensar que los recuerdos más próximos son artificios de la imaginación.

Es por ello que en Ciudades escritas las crónicas son cartografías que recuperan y rearman geografías de lo vivido. La escritura es el ardid elegido para contar una historia de miradas y desplazamientos; el movimiento del cuerpo está acompañado por el cambio del punto de vista y por la sucesión de las palabras.

Al asumir lo inevitable de lo sucesivo, el autor intenta una tregua con el tiempo y sus quiebres a través de la brevedad de los fragmentos y la inclusión de algunos poemas.

En el libro hay un “antes” y un “después”, pero nunca se conoce el momento exacto en el que un viaje comienza. Las ciudades leídas comienzan a trazarse desde las calles de Buenos Aires y desde la sombra elidida de Tucumán. Vermont, Boston, Nueva York, Hollywood, San Francisco, y otras ciudades, son atisbadas desde las lecturas de Thoreau, Carver y Chandler, desde las imágenes de algunos films emblemáticos de Hitchcock y Polanski, y a través de los colores de las pinturas de Hooper.

Así como en el transcurso del libro/viaje se cruzan con el autor algunas figuras reconocidas y reconocibles, siguen resonando como interrogantes las miradas hacia el cielo de un hombre desconocido, la “virtuosa” indiferencia de un hombre sin hogar y la coreografía de una mujer que alimenta a las aves con pan seco y palabras: son aquellos supuestos personajes mínimos los que otorgan su real dimensión a los profundos silencios que todos llevamos con nosotros.

A partir de esos silencios se resignifican y se reescriben los viajes, la muerte, la escritura y la felicidad.

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Máximo Mena