BUENOS AIRES.- Los primeros días de un nuevo gobierno siempre son problemáticos, en especial cuando las flamantes autoridades intentan llevar adelante políticas que representan un cambio respecto de las aplicadas por los funcionarios salientes. Mientras ministros, secretarios y subsecretarios se van acomodando a sus nuevos despachos y descubren dónde está la arroba en el teclado de la computadora, en el área económica van apareciendo las sorpresas: el déficit fiscal siempre es más alto de lo que pensaban, los vencimientos de deuda están más próximos de lo que creían y la disponibilidad de reservas líquidas del Banco Central es menor a lo que estimaban, entre otros dolores de cabeza. Y si a veces no es verdad, merece serlo como base argumental de la “pesada herencia”. Por lo general, pasadas las histerias iniciales, las soluciones llegan. Y llegan de la mano de las denominadas “segundas líneas”, un conjunto de técnicos que lleva años en la administración pública y, precisamente por su idoneidad profesional y conocimiento del terreno en que se mueven, se mantienen más allá de los cambios de presidentes y gabinetes ministeriales.

Esas “segundas líneas” pueden adaptarse a diferentes y a veces antagónicas políticas y aportan un conocimiento de la “letra chica” del que por lo general los recién llegados carecen. Y con su existencia, los nuevos funcionarios saben que cuentan con un respaldo fundamental para llevar adelante sus propósitos. Porque debajo de un gran lineamiento de política económica puede haber decenas de decretos, resoluciones, disposiciones, circulares y comunicaciones que la mayoría de la población desconoce y en cuya elaboración los ministros, en el mejor de los casos, solo aportan el marco conceptual. Esa tranquilidad corre serio riesgo de llegar a su fin a partir del 10 de diciembre. Entre los legados del kirchnerismo, pródigo en desplazar a funcionarios de carrera en favor de la propia tropa de militantes, está el del deterioro y, en algunos casos, la destrucción de la carrera administrativa. El privilegio de la lealtad por sobre la capacidad suele tener consecuencias peligrosas. Muchos se esos técnicos emigraron hacia otros destinos, otros se encuentran en edad de jubilarse y algunos permanecen, aunque relegados. Tal vez estos últimos sean la tabla de salvación de los que lleguen. La preocupación fue reconocida por un consultor que formó parte del equipo económico que, encabezado por Jorge Remes Lenicov, desembarcó en un desolado Ministerio de Economía en enero de 2002, para hacerse cargo luego de una de las crisis más profundas de la historia argentina.

“Parecíamos los aliados en el Berlín de 1945, recorriendo los despachos en ruinas -exagera, aunque no tanto, en su recuerdo- pero tenemos que reconocer que más allá del desastre que nos dejó, Cavallo se preocupó por fortalecer un funcionariado que nos fue muy útil”. De esas “segundas líneas” del Ministerio y sus secretarías, el Banco Central, la AFIP y el Banco Nación salieron las normas que dieron sustento, por ejemplo, a la emergencia económica, el control de cambios, la pesificación asimétrica, el CER, las retenciones y otras medidas sobre las que no había antecedente tras 11 años de convertibilidad, aun a costa de grandes discusiones ideológicas con sus nuevos jefes. Después de todo, pocos meses antes los mismos técnicos elaboraban normativas en sentido contrario.

El panorama que encuentren las nuevas autoridades a partir del 10 de diciembre quizás no sea tan prometedor. Y las medidas legales, fiscales, financieras, cambiarias, de comercio interior y exterior, de energía y otras corren el riesgo de no poder implementarse o, lo que es peor, ser mal implementadas.

A veces, los propósitos más elevados tropiezan ante escollos que aparentan ser menores, pero que revelan la pérdida de un capital humano que costará mucho recomponer. Y así como algunos recomienda que en la retirada de un gobierno el último debe apagar la luz, encontrarla será el primer trabajo de los que lleguen.