Cuando se vive al borde de un río que está a punto de experimentar una crecida, la mayoría de la gente muestra dos señales determinantes: la angustia se les dibuja en el rostro y la incertidumbre les hace un nudo en la garganta.

Así estuvieron ayer, desde el mediodía hasta entrada la noche, los vecinos del barrio Buenos Aires, en Graneros. No fue fácil dejar los bienes, por más que se lo dijera la Policía y aunque se lo recomendaran las autoridades. La gente optó por quedarse -hasta última hora- en los patios de sus viviendas. Estaban expectantes; por momentos, nerviosos, y con signos de cansancio porque llevaban varias noches sin dormir con tranquilidad.

En la localidad de Graneros, la zona conocida como El Badén y los habitantes del barrio Buenos Aires sufrieron ingratas experiencias en inundaciones. Unas de las peores que recuerdan ocurrió en 2000 y, más atrás en el tiempo, la que padecieron en 1992. “Hasta los perros avisan cuando viene la crecida, porque se alborotan, se ponen como locos”, explicaba Víctor González. Él tenía la ropa salpicada con barro, las manos callosas de tanto usar la pala y los pies descalzos. “Toda la noche estuvimos armando las defensas con bolsas de arena”, detalló.

Los interrogantes
Con una máquina retroexcavadora buscaban ganar tiempo para construir las defensas y reencauzar el río. El objetivo era intentar alejar el agua del barrio Buenos Aires. A la siesta, el sol quemaba la piel, mientras la Policía fijaba un cordón para evitar que la gente se acercara a la zona de peligro. Los efectivos policiales, al mando del comisario Humberto Ruesjas, montaron guardia a la espera de la orden de evacuación.

Al atardecer, la gente comentaba ansiosa sobre las posibilidades de una nueva crecida. Su futuro depende del caudal del dique Escaba. ¿Van a cerrar las compuertas?, ¿qué sabe del dique?, ¿viene la crecida?, eran algunos de los interrogantes que aumentaban la desazón.