Hay una imagen nítida y persistente en la memoria de Lucho Hoyos. Él tiene seis años y está en la escuela. Una maestra (“la señora de Mazzamuto”, recuerda) ha reparado en la potencia de su voz, en su vena artística. Instado por ella, Lucho pisa un escenario por primera vez, mira a su público y canta a capella. Canta “La cautiva”, el éxito del momento de Jorge Cafrune, lo hace con esmero. No lo sabe, pero esa es la génesis de todo. O al menos una de ellas: en el derrotero que emparienta para siempre a Hoyos con la música hay varios comienzos.

En el escenario del San Martín hoy celebrará uno de ellos: se cumplen 30 años desde que tomó la decisión de dedicarse profesionalmente a la pasión de cantar y tocar. Lo decidió, dice, mucho tiempo -y muchas cavilaciones- después de aquel acto escolar que lo espabilara. “Tenía 25 años cuando le anuncié a mi familia que quería vivir de la música, que es lo mismo que vivir de las emociones, y que iba a dedicarme a eso con todas las pilas del mundo. Pasa que, en el sistema, eso no está concebido como una variable de éxito y entonces fue difícil tomar la decisión, mucho más en esa época”.

En el medio habían pasado varias cosas: los discos que le prestaba su padre y que constituyeron su primer acercamiento con la diversidad musical, la carrera de Ingeniería Civil (que no terminó) y un grupo, Ritual, que integraba con Coco Nelegatti y Federico Falcón. “Nunca pude reeditar el éxito que tuvo esa banda -sonríe Hoyos-. Hacíamos una mezcla de salsa y folclore latinoamericano, y llenábamos todos los viernes y sábados un boliche de la calle 9 de Julio que se llamaba Hipocampo”. Fue precisamente uno de sus compañeros de Ritual quien lo empujó a cumplir el sueño. “Antes de irse a Alemania, Nelegatti me aconsejó que estudiara música. Y lo hice. Muchas veces pienso en qué habría pasado si lo hubiese hecho desde chico, aunque tampoco reniego de cómo se dieron las cosas”.

Críticas constructivas
En los 30 años transcurridos, Hoyos reconoce al menos dos hitos. El primero es haberse encontrado en el camino con Carlos Podazza, a quien define como su gran maestro entre los varios que lo educaron. “No solo me enseñó a entender la música, sino también a creer que el sueño era posible. Recuerdo que veía sus puestas y quedaba maravillado con todo lo que hacía, por cómo urdía una trama, que es en definitiva lo que me transmitió. Y lo segundo que destaco es que jamás hubiese pensado que con la música iba a vivir experiencias como conocer el país y el mundo, y andar desparramando ese código de emociones. Ni en mi fantasía más alta contaba con esa posibilidad. Aunque tal vez me sorprende lo que ocurrió porque nunca me había planteado eso como estrategia u objetivo”.

Cuenta Lucho también que siempre tuvo en claro que su carrera se enmarcaría dentro de los límites del folclore, que luego recibiría influjos variopintos: el rock, el jazz y el pop melódico. “Las cosas simplemente se fueron sucediendo. Conocí a otros maestros, como el Pato Gentilini, Juan Falú, los hermanos Núñez y el Chivo Valladares, que son algunas de las patas en que se asienta la estructura de mi concepto de la música. Ellos me hacían críticas constructivas referentes a diversos aspectos de mis presentaciones: desde la dicción en el canto hasta la expresividad musical, y a mí me servían. Por suerte, los escuchaba”.

Esos guías implicaron tantas mejoras en su desempeño que Hoyos no duda en adoptar la misma actitud con los músicos que se están iniciando. El mejor consejo que puede dar, señala, es que cada uno debe desarrollar su proyecto propio. Con la confianza que le dan sus 30 años de experiencia, remata: “hoy entiendo que lo más importante es el universo interior. Lo demás es pura cháchara”.

ACTÚA HOY

• A las 22, en el teatro San Martín (Muñecas y avenida Sarmiento).